[Grupito] : tertulia el 25 de enero de 2011
Ecomujeres at aol.com
Ecomujeres at aol.com
Thu Jan 13 18:47:19 PST 2011
ENGLISH VERSION FOLLOWS SPANISH
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ANUNCIOS –
No tenemos programada una tertulia para febrero. Si quieres ofrecer tu
casa, favor de avisarme.
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Saludos:
La próxima tertulia literaria y gastronómica tendrá lugar el día 25 de
enero (el martes) a las 7:00 en la casa de Annette Oliveira.
No es necesario un RSVP.
424 63rd Street
Oakland, CA 94609-1315
(510) 653- 7596
_annetteo en earthlink.net_ (mailto:annetteo en earthlink.net)
DIRECTIONS:
FROM DOWNTOWN OAKLAND
1. Get onto Telegraph Avenue and go towards Berkeley
2. Go right onto 63rd Street. There is a Thai restaurant on the
right hand corner.
3. Go about two short blocks to 424. It is a craftsman style
shingled house with “424” in brass numbers above the door and eight steps going
up to the front porch.
FROM BERKELEY
1. Get onto Telegraph Avenue, going towards Oakland.
2. You will pass Ashby and Alcatraz avenues.
3. Two short blocks after Alcatraz, turn left after 63rd Street.
4. Go about two short blocks to 424. It is on the left side, a
craftsman style house with unpainted shingles and with “424” in brass numbers
above the door and eight steps going up to the front porch.
FROM WALNUT CREEK
1. Take Route 24 to the Telegraph Avenue exit.
2. Make a right turn onto Telegraph Avenue and follow directions
from Oakland.
FROM SAN FRANCISCO
1. Cross the Bay Bridge and get onto I-580.
2. When Highway 24 splits off from I-580, take Highway 24 towards
Walnut Creek.
3. Get off at the Claremont Avenue exit (one exit after the 51st
St. exit).
4. At the bottom of the exit ramp is a traffic light. Turn left,
and you are now on Claremont Avenue (going toward the hills, away from the
bay).
5. Get into the left hand lane on Claremont and go to the second
traffic light (Colby Avenue).
6. Turn left onto Colby. There are two left turns: a sharp left
(which you do NOT take), and a gentle left (which you DO take to get you onto
Colby).
7. Go to 63rd Street and turn left. The house is about five houses
from the corner on the right side of the street. It is a craftsman style
house with unpainted shingles and with “424” in brass numbers above the door
and eight steps going up to the front porch.
La lectura, “La Casa Tomada” por Julio Cortázar
es atado a este mensaje en formato PDF.
Ademas, hay abajo una copia de la lectura por si acaso tengas problemas
con
el documento.
Te rogamos que vengas preparado, habiendo leído la lectura de
antemano, y que traigas un plato y/o una bebida para compartir.
Debra Valov
ecomujeres en aol.com
ENGLISH*******************************************************
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ANNOUNCEMENTS –
We don´t have the next tertulia scheduled yet for February. If you are
interested in offering your house please let me know.
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Hello!
The next tertulia will take place on January 25 (Tuesday) at 7 pm at
Annette Oliveira’s.
No RSVP necessary.
424 63rd Street
Oakland, CA 94609-1315
(510) 653- 7596
_annetteo en earthlink.net_ (mailto:annetteo en earthlink.net)
(Directions: see Spanish section above for directions in English)
The reading, “La Casa Tomada” by Julio Cortázar is attached as
a PDF file and a copy is also pasted below this message.
Please come prepared, having already read the story, and bring a plate
and/or
drink to share.
Debra Valov
ecomujeres en aol.com
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LECTURA / READING
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Casa tomada
Julio Cortázar
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las
casas antiguas sucumben a la mas ventajosa liquidación de sus materiales)
guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros
padres y toda la infancia.
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura
pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la
limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le
dejaba a Irene las ultimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina.
Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer
fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa
profunda y silenciosa y como nos bastábamos para mantenerla limpia. A
veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejo casarnos. Irene
rechazo dos pretendientes sin mayor motivo, a mi se me murió María Esther antes
que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpre
sada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos,
era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en
nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se
quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno
y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente
antes de que fuese demasiado tarde.
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su
actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio.
No se porque tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han
encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así,
tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mi,
mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía
en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla
el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas
horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi
gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo
aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar
vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba
nada valioso a la Argentina. Pero es de la casa que me interesa hablar, de la
casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera
hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover
está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el
cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes,
lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor
para preguntarle a Irene que pensaba hacer con ellas. No necesitábamos
ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero
aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza
maravillosa y a mi se me iban las horas viéndole las manos como erizos
plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se
agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.
Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con
gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte
mas retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su
maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un
baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual
comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con
mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el
zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de
nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte mas
retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y mas
allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda
justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo mas estrecho que
llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que
la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los
que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en
esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble,
salvo para hacer la limpieza, pues es increíble como se junta tierra en los
muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus
habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una
ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de
las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se
suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y
los pianos.
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias
inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche
y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el
pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al
codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la
biblioteca. El sonido venia impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la
alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo
tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas
piezas hasta la puerta. Me tire contra la pared antes de que fuera demasiado
tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba
puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la
bandeja del mate le dije a Irene:
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
-¿Estás seguro?
Asentí.
-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar
su labor. Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mi me gustaba ese
chaleco.
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la
parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa,
por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de
Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los
primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con
tristeza.
-No está aquí.
Y era una cosa mas de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la
casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun
levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y
ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la
cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto:
mientras yo preparaba el almuerza, Irene cocinaría platos para comer fríos
de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar
los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la
mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.
Irene estaba contenta porque le quedaba mas tiempo para tejer. Yo andaba
un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me
puse a revisar la colección de estampillas de papa, y eso me sirvió para
matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre
reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:
-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de
papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos
bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.
(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude
habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no
de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones
que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living
de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos
oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del
velador, los mutuos y frecuentes insomnios.
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores
domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las
hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era
maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos
poníamos a hablar en vos mas alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una
cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan
en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando
tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a
media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por
eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en
seguida.)
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y
antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un
vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la
cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo
apagaba el sonido. A Irene le llamo la atención mi brusca manera de
detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos,
notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina
y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado
nuestro.
No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo
hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían mas
fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la
cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y
las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los
ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.
-No, nada.
Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario
de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé
con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y
salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de
entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que algún pobre diablo
se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa
tomada.
_http://www.lainsignia.org/2001/enero/cul_031.htm_
(http://www.lainsignia.org/2001/enero/cul_031.htm)
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