[Grupito] La lectura para la tertulia de 9 mayo (y el grupito 2 mayo)

Mark Middlebrook mark at teamrioja.org
Tue Apr 24 10:14:37 PDT 2007


Amigos,

He aquí la lectura para la tertulia el 9 mayo, a la casa de Jane
Brown. Os mandaremos más detalles....

La próxima reunión del grupito tendrá lugar el día 2 de mayo (el
miércoles) a las 7:30 de la tarde en la librería Diesel -- 5433
College Avenue, Oakland, California. Vamos a charlar sobre cualquier
tema que surja. Puedes traer un tentempié o una bebida, pero no es
obligatorio.

Mark

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Theobroma
(La última sonata de Beethoven)

A Ilian Arsof

El descubrimiento de un nuevo manjar
contribuye más a la felicidad del género humano
que el descubrimiento de una estrella.

Anthelme Brillat-Savarin


I.

Las personas que acompañaron a Beethoven en su lecho de muerte, dicen
que falleció a causa de una extraña enfermedad. Pero eso es falso.
Sólo yo sé la verdad: Beethoven murió de amor. Tal vez deba decir: yo
maté a Beethoven. Lo despojé de lo que más amaba en el mundo; un acto
mío bastó para coronar la vida de sufrimiento del genio sordo. Terminé
con su pasión. Lo privé de una muerte dulce.

No pretendo disculparme, pues sé que la esencia de mi espíritu está
tranquila. Soy culpable, pero no actué con alevosía. Podrían llegar a
pensar que soy un monstruo, pero tengo un argumento irrebatible: yo
también lo hice por amor. Dulce et decorum est pro amor mori.


II.

Intentar describir cada instante, cada manifestación de plenitud, ha
sido en vano. Cada recuerdo sigue la ruta del chocolate que se derrite
en el tiempo. En ocasiones creo advertirte, Amalia Seebald, siento tus
labios recorrer mis hombros. Nada quedará de ti después de esta barra,
del sabor suave y blanco que tu lengua idolatraba. Mezclo ingredientes
para compensar tu ausencia, lastimo mis manos para activar las
máquinas que producen el dulce de chocolate, por cuyo sabor
desfallecías.

Amalia Seebald. La única mujer que amé. ¿Por qué tuviste que
enamorarte de Beethoven?, ¿cómo competir, siendo químico, contra un
genio? Nunca lo odié. Nunca he menospreciado la belleza. De nada
sirvió trabajar en Steinhude, sede de la primera chocolatería
instalada en Alemania. De nada sirvió haber perfeccionado las técnicas
de Callier y lograr que mi nombre, Conrad van Houten, fuera
reconocido, porque cuando mis dedos llegaron a rozar tu espalda,
cerrabas los ojos y decías: Ludwig.

Mientras Beethoven daba vida a la Missa solemnis, yo había logrado
extraer de los granos de cacao, a través de prensas mecánicas, manteca
vegetal a la que adicionaba azúcar. Inventé la primera barra de
chocolate. La creación del siglo. Lo hice por ti, Amalia, a pesar de
que dirigías todo interés al fenómeno sordo. Amalia de ojos infinitos,
Amalia de sonrisa clara, Amalia de origen divino, Amalia de luna,
Amalia de sol.

Nos conocimos durante un concierto del artista vienés. No olvidaré esa
forma en que mirabas a Beethoven. Envidié furiosamente cada parpadeo.
Esa noche juré por la textura de tu piel, que inventaría el chocolate
perfecto. Mi desvelo, una profunda dedicación y el honor de pertenecer
a la familia van Houten, fueron testigos de la creación del dulce por
el cual Dios hubiera cedido su reino a las tinieblas. En mis manos
tenía un elemento extraordinario, de consistencia perfecta,
afrodisiaco letal, theobroma, le llamó Plinio, "alimento de los
dioses". Varios fueron los que se rindieron ante su poder: Stendhal,
Voltaire, Goethe. No fuiste la excepción, Amalia Seebald. Después del
concierto, todos mis pensamientos estuvieron dedicados a la hermosura.
Mediante sobornos conseguí la dirección del lugar donde habitabas y te
envié una barra de chocolate. Algunas personas allegadas a ti
rumoreaban que después de probar mi invento, no fuiste la misma.
Buscaste con desesperación al creador de aquella pequeña joya.
Entonces me hice visible, materialicé las fantasías.

De forma epistolar concertamos una cita. Yo llevaría como distintivo
otra barra de chocolate; tú, una rosa blanca en el vestido. Nos
encontramos en un restaurante, llegué primero, aparté la mesa. Cuando
apareciste, parecías flotar sobre una nube. Esperé descubrir en tus
pupilas las mismas miradas que dedicaras a Beethoven, pero sólo
alcancé a reconocer un atisbo de codicia. Durante nuestra reunión
enfocaste el apetito hacia el chocolate; como casi no hablabas, me vi
obligado a narrar, paso a paso, todas mis investigaciones sobre el
cacao. De pronto, el chocolate pareció surtir efecto: me besaste de
una manera indescriptible. Esto sólo fue el preámbulo de una noche que
cambiaría nuestras vidas.


III.

Noche cálida de pasión, de escalofrío. Probé tu piel como el más
exquisito de los chocolates: territorio de durazno recorrido por mi
lengua, por las callosidades de mis manos. Logré ocultarme tras las
dunas de la única espalda que conservaré en la memoria; mis retinas
grabarán, hasta el Juicio Final, la perfecta arquitectura de tus
piernas. Almíbar en movimiento. Tiernos rasguños en el vientre.
Laberintos de cabello. Senos como manjares inéditos. Una habitación
impregnada de cacao. Ventanas que reflejaban susurros. Cosas que
cambian de nombre: miel llamada euforia, saliva convertida en vino,
almendras de sudor. Devorar el fuego, la tierra que, bajo los pies, se
abre. Venerar al reloj que se detiene. Luna que escarcha cuerpos
entrelazados. Mirabile visu. Ex ungue leonem. Receta exacta para el
amor. Y sin embargo, cuando busqué en tus ojos el tan ansiado destello
de éxtasis, no encontré más que residuos de gozo, hogueras insípidas,
abismos de sal, sonrisas de polvo.

En aquel instante me convencí de que las personas amargadas necesitan
alimentarse de sustancias dulces para poder sobrevivir. Amalia,
siempre recordaré tu cuerpo de sabor inigualable. Tú, en cambio,
agradecerás únicamente el sabor del chocolate. Sin desearlo, había
hallado un sustituto para el amor.

IV.

Después de aquella noche todo fue silencio. Por primera vez comprendí
lo que significa estar sordo. Regresaste con Beethoven, quien
correspondía a tus atenciones. Te busqué como quien ha perdido diez
años de vida. Cerraste todas puertas que daban a tu alma. Te aferraste
al músico. Saliste con él. Me torturaste porque sabías que te espiaba
de forma flagrante. Aún así construiste un muro, me cerraste el paso y
yo, un van Houten enamorado, no podía permitirlo. Por eso te
secuestré, quería tenerte a mi lado. Una noche contigo bastó para
darme cuenta que el resto de mi existencia estaría maldita sin ti. Te
llevé a mi casa, a mi laboratorio. Estabas aterrada, traté de
tranquilizarte enseñándote las máquinas que producían aquello que
alguna vez te hizo dichosa: el chocolate.

En el momento en que nacía una barra para ti, trataste de escapar.
Nunca quise perderte, inclusive llegué a la conclusión de que sólo me
pertenecerías si lograba encontrar la forma de fusionarnos, ser uno.

Nunca quise lastimarte. Pero luchaste tanto que mis manos tuvieron que
aplacar las lágrimas de miel, apretando tu cuello con firmeza.
Curiosamente, la muerte te regaló un semblante cándido. Con cuidado te
deposité sobre la prensa, accioné unas palancas, agregué cacao, un
poco de azúcar y esperé a que surgieras transformada, en calma. Como
Ave Fénix. Cada recuerdo sigue la ruta del chocolate que se derrite en
el tiempo.

Años más tarde sabría que la única carta de amor que se conoce de
Beethoven, apareció en el rincón secreto de un escritorio. También
sabría que después de escribirla, decidió jamás entregarla. Estaba
dirigida a ti, Amalia Seebald. Ludwig quería casarse contigo; para
proponértelo, concertó una cita a la que nunca llegaste. Ese día,
Beethoven comenzó a morir.

En ocasiones creo advertirte, Amalia Seebald, siento tus labios
recorrer mis hombros. Nada quedará de ti después de esta barra, del
sabor suave y blanco que tu lengua idolatraba.


Víctor Ruiz Lara - Mexico



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