[Grupito] : Tertulia 5 de mayo
Ecomujeres at aol.com
Ecomujeres at aol.com
Tue Apr 28 20:15:45 PDT 2009
Saludos:
La próxima tertulia literaria y gastronómica tendrá lugar el día 5 de
mayo (el martes), a las 7:00 de la noche en la casa de Barbara Waterman:
874 Portal Ave., Oakland
El RSVP a Barbara es obligatorio: _pachabarbara en earthlink.net_
(mailto:pachabarbara en earthlink.net)
(Directions: 580 towards Hayward, exit Grand Ave., stay on frontage road
until Lakeshore,
make a left, thru shopping area, right on Mandana, up hill thru 2 stop
signs and one light.
She is first left after light. For alternate directions, use Mapquest or
Yahoo Maps)
He aqui la lectura por Elena Poniatowska:
_http://www.conevyt.org.mx/cursos/cursos/serjoven/contenido/cuentos/queridod
iego.htm_
(http://www.conevyt.org.mx/cursos/cursos/serjoven/contenido/cuentos/queridodiego.htm)
Informacion sobre la autora: _http://en.wikipedia.org/wiki/E
lena_Poniatowska_ (http://en.wikipedia.org/wiki/Elena_Poniatowska)
Ademas, hay abajo una copia de la lectura si tienes problemas con el enlace.
Te rogamos que vengas preparado, habiendo leído la lectura de
antemano, y que traigas un plato y/o una bebida para compartir.
Debra Valov
Querido Diego, te abraza Quiela*
Elena Poniatowska
En los papeles que están sobre la mesa, en vez de los bocetos habituales,
he escrito con una letra que no reconozco: “Son las seis de la mañana y
Diego no está aquí.” En otra hoja blanca que nunca me atrevería a emplear si
no es para un dibujo, miro con sorpresa mi garabato: “Son las ocho de la
mañana, no oigo a Diego hacer ruido, ir al baño, recorrer el tramo de la
entrada hasta la ventana y ver el cielo en un movimiento lento y grave como
acostumbra hacerlo y creo que voy a volverme loca”, y en la misma más abajo: “
Son las once de la mañana, estoy un poco loca, Diego definitivamente no
está, pienso que no vendrá nunca y giro en el cuarto como alguien que ha
perdido la razón.
No tengo en qué ocuparme, no me salen los grabados, hoy no quiero ser
dulce, tranquila, decente, sumisa, comprensiva, resignada, las cualidades que
siempre ponderan los amigos. Tampoco quiero ser maternal; Diego no es un
niño grande, Diego sólo es un hombre que no escribe porque no quiere y me ha
olvidado por completo.” Las últimas palabras están trazadas con violencia,
casi rompen el papel y lloro ante la puerilidad de mi desahogo. ¿Cuándo lo
escribí? ¿Ayer? ¿Antier? ¿Anoche? ¿Hace cuatro noches? No lo sé, no lo
recuerdo. Pero ahora Diego, al ver mi desvarío te lo pregunto y es posiblemente
la pregunta más grave que he hecho en mi vida. ¿Ya no me quieres, Diego? Me
gustaría que me lo dijeras con toda franqueza. Has tenido suficiente
tiempo para reflexionar y tomar una decisión por lo menos en una forma
inconsciente, si es que no has tenido la ocasión de formularla en palabras. Ahora es
tiempo de que lo hagas. De otro modo arribaremos a un sufrimiento inútil,
inútil y monótono como un dolor de muelas y con el mismo resultado. La cosa
es que no me escribes, que me escribirás cada vez menos si dejamos correr
el tiempo y al cabo de unos cuantos años llegaremos a vernos como extraños
si es que llegamos a vernos.
En cuanto a mí, puedo afirmar que el dolor de muelas seguirá hasta que se
pudra la raíz; entonces ¿no sería mejor que me arrancaras de una vez la
muela, si ya no hallas nada en ti que te incline hacia mi persona? Recibo de
vez en cuando las remesas de dinero, pero tus recados son cada vez más
cortos, más impersonales y en la última no venía una sola línea tuya. Me nutro
indefinidamente con un “Estoy bien, espero que tú lo mismo, saludos, Diego”
y al leer tu letra adorada trato de adivinar algún mensaje secreto, pero
lo escueto de las líneas escritas a toda velocidad deja poco a la
imaginación. Me cuelgo de la frase: “Espero que tú lo mismo” y pienso: “Diego quiere
que yo esté bien” pero mi euforia dura poco, no tengo con qué sostenerla.
Debería quizá comprender por ello que ya no me amas, pero no puedo
aceptarlo. De vez en cuando, como hoy, tengo un presentimiento pero trato de
borrarlo a toda costa. Me baño con agua fría para espantar las aves de mal agüero
que rondan dentro de mí, salgo a caminar a la calle, siento frío, trato de
mantenerme activa, en realidad, deliro. Y me refugio en el pasado,
rememoro nuestros primeros encuentros en que te aguardaba enferma de tensión y de
júbilo. Pensaba: en medio de esta multitud, en pleno día entre toda esta
gente; del Boulevard Raspail, no, de Montparnasse entre estos hombres y
mujeres que surgen de la salida del metro y van subiendo la escalera, él va a
aparecer, no, no aparecerá jamás porque es sólo un producto de mi imaginación,
por lo tanto yo me quedaré aquí plantada en el café frente a esta mesa
redonda y por más que abra los ojos y lata mi corazón, no veré nunca a nadie
que remotamente se parezca a Diego.
Temblaba yo, Diego, no podía ni llevarme la taza a los labios, ¡cómo era
posible que tú caminaras por la calle co- mo el común de los mortales!,
escogieras la acera de la derecha; ¡sólo un milagro te haría emerger de ese
puñado de gente cabizbaja, oscura y sin cara, y venir hacia mí con el rostro
levantado y tu sonrisa que me calienta con sólo pensar en ella! Te sentabas
junto a mí como si nada, inconsciente ante mi expectativa dolorosa y
volteabas a ver al hindú que leía el Lon- don Times y al árabe que se sacaba con
el tenedor el negro de las uñas. Aún te veo con tus zapatos sin bolear, tu
viejo sombrero olanudo, tus pantalones arrugados, tu estatura monumental,
tu vientre siempre precediéndote y pienso que nadie absolutamente, podría
llevar con tanto señorío prendas tan ajadas.
Yo te escuchaba quemándome por dentro, las manos ardientes sobre mis
muslos, no podía pasar saliva y sin embargo parecía tranquila y tú lo
comentabas: “¡Qué sedante eres Angelina, qué remanso, qué bien te sienta tu nombre,
oigo un levísimo rumor de alas!” Yo estaba como drogada, ocu- pabas todos
mis pensamientos, tenía un miedo espantoso de defraudarte. Te hubiera
telegrafiado en la noche misma para recomponer nuestro encuentro, porque repasaba
cada una de nuestras frases y me sentía desgraciada por mi torpeza, mi
nerviosidad, mis silencios, reha- cía, Diego, un encuentro ideal para que
volvieras a tu trabajo con la certeza de que yo era digna de tu atención,
temblaba Diego, estaba muy consciente de mis sentimientos y de mis deseos
inarticulados, tenía tanto qué decirte —pasaba el día entero repitiéndome a mí
misma lo que te diría— y al verte de pronto, no podía expresarlo y en la noche
lloraba agotada sobre la almohada, me mordía las manos: “Mañana no acudirá
a la cita, mañana seguro no vendrá. Qué interés puede tener en mí” y a la
tarde siguiente, allí estaba yo frente al mármol de mi mesaredonda, entre
la mesa de un español que miraba también hacia la calle y un turco que
vaciaba el azucarero en su café, los dos ajenos a mi desesperación, a la taza
entre mis manos, a mis ojos devoradores de toda esa masa gris y anónima que
venía por la calle, en la cual tú tendrías que corporizarte y caminar hacia
mí.
¿Me quieres, Diego? Es doloroso sí, pero indispensable saberlo. Mira
Diego, durante tantos años que estuvimos juntos, mi carácter, mis hábitos, en
resumen, todo mi ser sufrió una modificación completa: me mexicanicé
terriblemente y me siento ligada par procuration a tu idioma, a tu patria, a miles
de pequeñas cosas y me parece que me sentiré muchísimo menos extranjera
contigo que en cualquier otra tierra. El retorno a mi hogar paterno es
definitivamente imposible, no por los sucesos políticos sino porque no me
identifico con mis compatriotas. Por otra parte me adapto muy bien a los tuyos y me
siento más a gusto entre ellos.
Son nuestros amigos mexicanos los que me han animado a pensar que puedo
ganarme la vida en México, dando lecciones.
Pero después de todo, esas son cosas secundarias. Lo que importa es que me
es imposible emprender algo a fin de ir a tu tierra, si ya no sientes nada
por mí o si la mera idea de mi presencia te incomoda. Porque en caso
contrario, podría hasta serte útil, moler tus colores, hacerte los estarcidos,
ayudarte como lo hice cuando estuvimos juntos en España y en Francia durante
la guerra. Por eso te pido Diego que seas claro en cuanto a tus
intenciones. Para mí, en esta semana, ha sido un gran apoyo la amistad de los
pintores mexicanos en París, Ángel Zárraga sobre todo, tan suave de trato,
discreto hasta la timidez. En medio de ellos me siento en México, un poco junto a
ti, aunque sean menos expresivos, más cautos, menos libres. Tú levantas
torbellinos a tu paso, recuerdo que alguna vez Zadkin me preguntó: “¿Está
borracho?” Tu borrachera venía de tus imágenes, de las palabras, de los
colores; hablabas y todos te escuchábamos incrédulos; para mí eras un torbellino
físico, además del éxtasis en que caía yo en tu presencia, junto a ti era yo
un poco dueña del mundo. Élie Faure me dijo el otro día que desde que te
habías ido, se había secado un manantial de leyendas de un mundo
sobrenatural y que los europeos teníamos necesidad de esta nueva mitología porque la
poesía, la fantasía, la inteligencia sensitiva y el dinamismo de espíritu
habían muerto en Europa. Todas esas fábulas que elaborabas en torno al sol y
a los primeros moradores del mundo, tus mitologías, nos hacen falta,
extrañamos la nave espacial en forma de serpiente emplumada que alguna vez
existió, giró en los ciclos y se posó en México. Nosotros ya no sabemos mirar la
vida con esa gula, con esa rebeldía fogosa, con esa cólera tropical; somos
más indirectos, más inhibidos, más disimulados. Nunca he podido manifestarme
en la forma en que tú lo haces; cada uno de tus ademanes es creativo; es
nuevo, como si fueras recién nacido, un hombre intocado, virginal, de una
gran e inexplicable pureza.
Se lo dije alguna vez a Bakst y me contestó que provenías de un país
también recién nacido: “Es un salvaje —respondió— los salvajes no están
contaminados por nuestra decadente ci-vi-li-za-ción, pero ten cuidado porque
suelen tragarse de un bocado a las mujeres pequeñas y blancas.” ¿Ves cuán
presente te tenemos, Diego? Como lo ves estamos tristes. Élie Faure dice que te
ha escrito sin tener respuesta. ¿Qué harás en México, Diego, qué estarás
pintando? Muchos de nuestros amigos se han dispersado. Marie Blanchard se fue
de nuevo a Brujas a pintar y me escribió que trató de alquilar una pieza en
la misma casa en que fuimos tan felices y nos divertimos tanto, cuando te
levantabas al alba a adorar al sol y las mujeres que iban al mercado
soltaban sus canastas de jitomates, alzaban los brazos al cielo y se persignaban
al verte parado en el pretil de la ventana, totalmente desnudo. Juan Gris
quiere ir a México y cuenta con tu ayuda, le prometiste ver al Director del
Instituto Cultural de tu país, Ortiz de Zárate y Ángel Zárraga piensan
quedarse otro tiempo, Lipschitz también mencionó su viaje, pero últimamente le
he perdido la pista porque dejó de visitarme. Picasso se fue al sur en
busca del sol; de los Zeting nada, como te lo he escrito en ocasiones
anteriores. A veces, pienso que es mejor así. Hayden, a quien le comuniqué la
frecuencia con la que te escribía, me dijo abriendo los brazos: “Pero, Angelina
¿cuánto crees que tarden las cartas?
Tardan mucho, mucho, uno, dos, tres meses y si tú le escribes a Diego cada
ocho, quince días, como me lo dices, no da tiempo para que él te conteste.”
Me tranquilizó un poco, no totalmente, pero en fin, sentí que la
naturaleza podía conspirar en contra nuestra. Sin embargo, me parece hasta inútil
recordarte que hay barcos que hacen el servicio entre Francia y México.
Zadkin en cambio me dijo algo terrible mientras me echaba su brazo alrededor de
los hombros obligándome a caminar a su lado: “Ange-lina, ¿qué no sabes que
el amor no puede forzarse a través de la compasión?”
Mi querido Diego te abrazo fuertemente, desesperadamente por encima del
océano que nos separa.
Tu Quiela
* Poniatowska, Elena, Querido Diego, te abraza Quiela, México,
sep/Ediciones Era, 1994.
**************An Excellent Credit Score is 750. See Yours in Just 2 Easy
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