[Grupito] : Tertulia el 25 de agosto

Ecomujeres at aol.com Ecomujeres at aol.com
Tue Aug 18 17:01:57 PDT 2009


 
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TERTULIAS QUE VIENEN 
agosto 25 - martes - casa de Xequina (vea  abajo) 
sep 9 - miercoles - casa de Tom 
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Saludos:

La próxima tertulia literaria y gastronómica  tendrá 
lugar el 25 de agosto [el martes] a las 7 de la noche 
en la casa  de Xequina:

1646-29th Ave.
Oakland, CA 94601

Favor de enviar tu  RSVP, avisándola del plato que vas a
llevar (para que todos no lleven el  postre).

RSVP por telefono (510) 536-6421 o correo electrónico 
a:  _xequina en hotmail.com_ (mailto:xequina en hotmail.com)  

Como llegar a su casa:
>From 580,  southbound:
take Fruitvale  Ave exit, and turn right onto Fruitvale. 
Go about  1 mile to a major intersection which is Foothill Blvd. 
and turn right onto  Foothill.  Make your first left (28th Ave.), 
go one block to E. 17th and  turn left again, go one block.  
She is right at the corner of E. 17th  & 29th  Ave.
(For alternate directions, use Mapquest or Yahoo  Maps)

Se puede encontrar la lectura atada a este mensaje o se  puede
encontrarla aquí:
_http://www.elcuento.com/Textos/Num004/morrisonb3004.php_ 
(http://www.elcuento.com/Textos/Num004/morrisonb3004.php)  

Ademas, hay abajo una copia de la lectura si tienes  
problemas con el enlace.

Te rogamos que vengas preparado, habiendo  leído la 
lectura de antemano, y que traigas un plato y/o una 
bebida para  compartir.

Debra Valov
_ecomujeres en aol.com_ (mailto:ecomujeres en aol.com) 


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Bangkok
 
-  ¿Saldremos a cenar? 
Hace  una semana llegamos a Bangkok. 
-  ¿Por qué no vamos a un cabaret? -continúa-. Me gustaría ver algo  
diferente. 
Le  respondo que estoy muy cansado y que un cabaret tailandés no es 
diferente de un  cabaret de París. 
Ella  insiste. Desea salir. 
La  verdad: estoy harto de los mercados flotantes, de niños correteando  
semidesnudos, los gritos de las mujeres en las barcazas, de las familias  
numerosas. Estoy harto del río Chao. 
Ella  mira por la ventana. Observa cada movimiento de la ciudad. 
-  Cariño, me gustaría cenar en el hotel, tranquilo -digo. 
Llueve.  Un dato significativo de Bangkok, que todas las guías de turismo 
omiten, son sus  calles siempre húmedas. La ciudad mojada, de las intrincadas 
callejuelas, sería  la mejor definición para Bangkok. 
-  Puedes ver la televisión. -Lo digo con mala intención; sé que antes de 
ponerla  intentaría cortarse las venas con el cuchillo de la mantequilla-. 
Tal vez pongan  alguno de esos documentales sobre la perversión que tanto te 
gustan  -insinúo. 
-  Eres el de siempre. No puedes cambiar. No es culpa tuya. 
- ¿Y  de quién es? -pregunto con curiosidad. 
Silencio.  Me echo en la cama. A tientas enciendo un cigarrillo. 
-  Cariño (vocalizo cada sílaba), tengo los riñones jodidos de viajar en 
Tuktuk. No  sé dónde quieres ir; como no vayamos al barrio 54... 
Se  vuelve y me mira como si hubiese descubierto un gran secreto. No se  
equivoca. 
- ¿El  barrio 54? -pregunta con sorna. 
Da un  par de pasos y se atusa el pelo frente al espejo. Abre uno de los 
cajones y coge  algo. La habitación está a oscuras. Se sienta en la cama, a mi 
lado; humedece el  pulgar y pasa las páginas. 
-  ¿54? 
Asiento.  El ronroneo del aire acondicionado nos envuelve. Tira de la falda 
con fuerza,  hasta cubrirle las rodillas, y me indaga con sus ojos  negros. 
-  Estás deseando contármelo ¿verdad? 
Acierta.  Algunas veces me gusta darle una lección. 
-  Bien, voy a preguntártelo, ¿qué es el barrio 54? 
-  Ignoro si lo continuarán llamando así. Es el barrio bajo de Bangkok. 
Antes lo  llamaban el 54, por la línea de autobús. 
Doy  una fuerte calada al cigarrillo. El humo se desvanece en el techo. Me 
hace un  mohín con la nariz y sonríe. 
-  ¿Cómo lo sabes? La guía no dice nada de todo eso. 
- Es  una guía para imbéciles. Te dicen que pasees en Tuktuk por el 
mercado, que vayas  aquí o allá y que visites el casino. Como si la gente de 
Bangkok no tuviese otra  cosa que hacer que pasear en ese trasto y jugarse el 
dinero en el  casino. 
- No  has contestado a la pregunta. 
-  Cariño, hace años yo estuve en Bangkok. 
Me  clava los ojos. No me cree o no quiere creerme. Le digo que todo 
ocurrió antes  de conocerla. 
-  Nunca me lo dijiste. 
- No  venía a cuento. Tampoco me lo preguntaste. 
- No  te creo. Tú nunca has estado aquí. Ni siquiera debe existir el 
cincuenta y  tantos. 
-  Cincuenta y cuatro, cariño. Cincuenta y cuatro. 
- Lo  que sea -grita. No me lo creo. 
La  habitación se impregna de un silencio tenso. 
-  Llévame -dice de forma tajante. 
No  discuto. Apago el cigarrillo y me abrocho la camisa. 
Salimos  del hotel: la calle ancha y sin acera está repleta de gente que 
anda rápido,  como si tuviese prisa por llegar a algún sitio. 
Las  luces de neón -rojas, verdes, azules, amarillas- relampaguean en la 
oscuridad.  Giramos en la tercera esquina; continuamos andando por una calle 
más estrecha,  menos iluminada y más húmeda. Hay restaurantes en los que el 
personal sale a la  caza de posibles clientes. 
Llegamos  a una pequeña plaza dónde el goteo constante de la fuente rompe 
el silencio.  Cuatro, cinco o seis personas se agrupaban ante la puerta de 
una tintorería,  bajo un letrero, escrito con pintura roja, en el que se puede 
leer:  BUS-STOP. 
Lo  escuchamos llegar: las ruedas chirrían bajo la presión de los frenos y 
el motor  está a punto de ahogarse. La luz de los faros -uno blanco y otro 
amarillo- nos  deslumbran. 
El  autobús es pequeño, parecido a una furgoneta, y viejo. El conductor 
acelera en  punto muerto como aviso de su inminente marcha. Subimos: está casi 
vacío. Dos  mujeres pintarrajeadas, de media edad y un cuerpo abonado por la 
celulitis,  charlan animadamente. En el fondo, un viejo con barba de varios 
días y de ropa  desaliñada, duerme profundamente. Nos sentamos unos lejos 
de los otros. Al cabo  de unos segundos el vehículo resopla y se cierran las 
puertas. Rueda unos metros  -en primera y a todo gas- con el motor 
quejumbroso, hasta el final de la calle.  Después emprendemos la avenida y nos 
internamos en el corazón de la ciudad.  Apenas hace paradas. 
A  medida que nos acercamos al barrio 54, el aire es denso y quieto. Ella 
mira por  la ventanilla y cuando desaparecen las luces de neón, las risas, la 
música y  todo queda envuelto por una bruma oscura, me coge de la  mano. 
Finaliza  el trayecto. El autobús abre las puertas; las últimas en 
descender son las dos  mujeres que no han cesado de hablar. El conductor se queda 
solo, zarandeando a  un muerto, con la intención de despertarle. 
-¿Y  ahora? -dice, mirándome con verdadero interés. 
Muevo  la cabeza indicándole el camino y empiezo a andar. Escucho el eco de 
sus pasos  detrás de mí; muy cerca. 
El  aire es caliente y pegajoso. Huele a perfume de rosas, muy concentrado. 
De la  noche surgen las luces desgastadas de los sex-shops, espectáculos de 
striptease  y cabarets y clubes de tercera. 
Damos  un breve paseo; ella me señala los escaparates de los burdeles donde 
se muestran  las prostitutas y curiosea la ropa interior que exhiben. Mira 
animadamente a su  alrededor, con la voracidad de quién descubre un secreto. 
-  Cariño, cuando terminemos el paseo ¿te importaría que volviéramos al 
hotel? Me  duele la espalda -protesto. 
A  ella le fastidia que la llamen cariño. 
-  ¡Por el amor de Dios! ¡Quieres callarte de una puñetera  vez? 
Le  digo que si vuelve a chillar me largo sólo y la dejo  tirada. 
La  gente nos mira. Somos la típica pareja que decide dar un largo viaje 
para salvar  el matrimonio. O eso o tener otro crío. 
Nos  detenemos ante un letrero grande, de luces azules y rojas con la 
palabra PEEP  SHOW. Debajo y remarcado por una luz verde intermitente se lee: 
sexo en  vivo. 
Sonreímos;  creo que es la primera vez en toda la tarde. Entramos. 
El  local no es ningún cuchitril. Está bien iluminado y tiene aire 
acondicionado. En  el bar el camarero remueve con habilidad la coctelera. Hay tres 
tipos blancos,  gordos, con el culo aplastado en los taburetes; se ríen  
sonoramente. 
En el  lado izquierdo la luz se difumina mezclándose con el sudor y el  
humo. 
Ella  señala una fotografía enmarcada en la pared: un hombre desnudo, con 
el pene  erecto, mira atentamente a una mujer desprendiéndose del vestido; 
tiene los  pechos aniñados y unas manos sensuales. 
- Me  gusta -dice. Tiene un algo que me encanta. 
Creo  que lo único que le agrada es la postura de la mujer; el sentirse 
vista y  deseada. 
De la  mano la llevo detrás de unos biombos, muy cerca del espectáculo (es 
una especie  de cama redonda dónde el espectador accede desde una ventana 
que se mantiene  abierta introduciendo monedas) donde se cambia de ropa. 
Cuelga la falda plisada  y se viste con un traje rojo brillante, muy escotado y 
con un largo corte en el  lateral que deja entrever el muslo. 
Se  acerca y me besa. Noto las palpitaciones de su corazón; el nerviosismo 
de  cualquier estreno. 
Por  uno de los altavoces suena la música que nos presenta al publico, 
oculto detrás  de los cristales ahumados; la función va a empezar. 
Bob T.  Morrison © 2001

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