[Grupito] : tertulia el 12 de abril
Ecomujeres at aol.com
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Fri Apr 1 23:13:04 PDT 2011
ENGLISH VERSION FOLLOWS SPANISH
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ANUNCIOS – EVENTOS VENIDEROS
Todavía no tenemos otra tertulia programada para abril. Favor de
avisarme si quieres ofrecer tu casa.
AVISO: VOY A ESTAR EN CAMINO ENTRE EL 6 Y 16 DE ABRIL, SIN ACCESO
CONFIABLE
AL INTERNET. SI ME ENVIAS UN MENSAJE DURANTE ESTE PERIODO, TEN PACIENCIA,
POR'FA
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Saludos:
La próxima tertulia literaria y gastronómica tendrá lugar el día 12 de
abril (el martes) a las 7 de la tarde en la casa de Barbara Waterman.
El RSVP, con AL MENOS 2 días de anticipación, a Barbara es obligatorio:
_pachabarbara en earthlink.net_ (mailto:pachabarbara en earthlink.net) o por
telefono: 510-832-8169
874 Portal Ave., Oakland
(Directions: 580 towards Hayward, exit Grand Ave., stay on frontage road
until Lakeshore, make a left, thru shopping area, right on Mandana, up hill
thru 2 stop signs and one light. She is first left after light. For
alternate directions, use Mapquest or Yahoo Maps)
La lectura, “Las paredes hablan” por Carmen Boullosa
esta atado a este mensaje en formato PDF.
Ademas, hay abajo una copia de la lectura por si acaso tengas problemas
con
el documento.
Informacion sobre la autora:
_http://en.wikipedia.org/wiki/Carmen_Boullosa_ (http://en.wikipedia.org/wiki/Carmen_Boullosa)
Te rogamos que vengas preparado, habiendo leído la lectura de
antemano, y que traigas un plato y/o una bebida para compartir.
Debra Valov
ecomujeres en aol.com
www.lasecomujeres.org
ENGLISH*******************************************************
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ANNOUNCEMENTS – UPCOMING EVENTS
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We still don’t have a second tertulia planned for April. If you’d like
to offer your house, please contact me.
NOTICE: I'M GOING TO BE ON THE ROAD BETWEEN APRIL 6 & 16, WITHOUT RELIABLE
INTERNET ACCESS. IF YOU TRY TO CONTACT ME DURING THAT TIME, PLEASE BE
PATIENT.
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Hello!
The next tertulia will take place on April 12 (Tuesday) at 7 pm at
Barbara Waterman´s.
An RSVP is required, with AT LEAST two days notice.
Email: _pachabarbara en earthlink.net_ (mailto:pachabarbara en earthlink.net) or
telephone: 510-832-8169
874 Portal Ave., Oakland
(Directions: 580 towards Hayward, exit Grand Ave., stay on frontage road
until Lakeshore, make a left, thru shopping area, right on Mandana, up hill
thru 2 stop signs and one light. She is first left after light. For
alternate directions, use Mapquest or Yahoo Maps)
The reading, “Las paredes hablan” by Carmen Boullosa is attached as
a PDF file and a copy is also pasted below this message.
Information about the author:
_http://en.wikipedia.org/wiki/Carmen_Boullosa_ (http://en.wikipedia.org/wiki/Carmen_Boullosa)
Please come prepared, having already read the story, and bring a plate
and/or
drink to share.
Debra Valov
ecomujeres en aol.com
www.lasecomujeres.org
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CRÍTICA
Revista cultural de la Universidad Autónoma de Puebla
martes 20 de julio de 2010
Las paredes hablan*
Carmen Boullosa
La reunión termina y salen al patio. Ven pasar hacia la calle a Felipa,
presurosa, y la oyen dar de gritos:
—¡María! ¡Javier! ¿Dónde andan?
En el portón abierto de par en par, los tres amigos del padre Acosta se
despiden, ya sin decir palabra. Se irán en breve con la diligencia, de vuelta
a la ciudad. Federico toma al padre Acosta del brazo, y le dice en voz muy
baja:
—Debemos tirar el aguardiente...
—Probemos con otro conejo la próxima semana.
—¿Ya para qué?
—No me resigno. ¡Es tanto! La esperanza es lo único que se pierde. Podría
ser que en dos semanas la bebida esté en espléndido estado. Nunca habíamos
probado esta fórmula. Puede ser. ¿Por qué deshacernos de algo que puede
convertirse en un licor soberbio?
—Déjate de sensiblerías donde no hay cupo para éstas... aquí no hay lugar
y punto, necesitamos el espacio de la bodega —le contesta Federico, en voz
más baja aún—, hay que llevar el cañón y los cartuchos, necesitamos el
lugar ya, no hay tiempo de levantar otra bodega.
El padre Acosta hace señas llamando a los músicos, los incita a entrar a
la casa. Juntos, músicos, pintor y cura, caminan hacia la sala para reunirse
con el resto de sus contertulios.
En lo que todos se acomodan, llegan María y Javier, sin aire de tanto
correr. Parecen venidos de otro mundo. No es ilusión: vienen de otro mundo.
Ese otro mundo está frente a nuestras narices, aquí en la misma sala. Es
un hermoso paisaje que Federico pintó hace poco más de un lustro, un paisaje
panóptico que cruza horizontal buena parte de la habitación y representa
lo que veríamos si la pared fuera traslúcida, el área al costado de la casa —
la última del poblado—. La pintura reproduce los árboles, el canal de
agua, el verdor del suelo, las montañas al fondo y, más importante, crea un
ambiente, ahí se respira la placidez del paraíso original, un área sin pecado,
sin dolor, donde el tiempo no corre, libre del imperio de la muerte. Lo
ilumina otra luz, distinta a la terrestre, proveniente de un astro que no
marchita al iluminar, que no come segundos, horas, días, meses, años; que no
consume.
No es asunto mío, ni nuestro, el que María y Javier se amaran, porque al
hacerlo se escapaban de nosotros. Eran los huidos, incluso de pie frente a
nuestros ojos, jadeantes, los colores en sus caras encendidos por la
carrera; aunque hubieran llegado no estaban entre nosotros, los sostenía una nube,
un codo arriba de la tierra. Lo más preciso es decir lo que ya formulé:
que habían entrado al espacio que Federico plasmara en la panóptica. Venían
de ahí, de juguetear como cachorritos:
—Vamos, doña María, usted serénese y cuénteme sus cuitas.
—¡Nadie me dice Doña a mí! Ni para bien, ni para mal. ¡No soy Doña! Soy
una ciudadana, como usted, como todos... ¡Y más! ¡Yo soy el pueblo! ¡Y usted
no me alcanza!
—Si la alcanzo, le doy un beso.
—No me alcanza, verá.
—Ya déjese de cosas, María. Dígame sus cuitas…
—¡Que yo no tengo cuitas, señor marqués! ¡No me puedes alcanzar!
—Ahora verás…
—¡Inténtalo!
—Pícara, bonita, ¡ven!
—¡No me robarás un beso!, ¿viste?
—Cuando te cases conmigo, te voy a robar... ¡Toda!
Pero así hubieran estado en carne y hueso y con toda su conciencia entre
los árboles, saltando y corriendo, en cada gesto, en cada respiración
dejaban el mundo. Por esto, ahora, frente a nosotros, entrando por la puerta del
salón que da al patio, se asomaban desde ese territorio ideal al que habían
conseguido entrar, rompiendo la lógica del espacio.
—Una… dos…
La voz de Acosta invita a los miembros del coro a empezar a cantar. Los
amantes bajan de la nube, los amigos paran en seco sus charlas respectivas.
Abren las hojas con sus anotaciones, los que las usan. Los demás, fijan la
vista en Acosta. Deben concentrarse para empezar.
—Vamos a ensayar Esta noche yo baila.
—¿No la de Gaspar Fernández? —María no sabe obedecer sin previo recular. —
¡Pero! —y a una objeción suma otra—. ¿Por qué no Tleycantimo Choquiliya?,
hoy que están todos los músicos... aquí está la guitarrilla y el bajón…
—Esta noche yo baila, ¡no! —agrega Julián Goríbar—. Me parece impropia.
Es de negros, ¿por qué vamos a estar cantando eso nosotros, gente de bien?
María mira a Julián con desprecio, le retira la mirada y la cruza con su
papá, como diciéndole, “Por eso nos gusta, porque es de negros, ser negro es
ser gente de bien.” Acosta dice sin dar mayor explicación:
—Esta noche yo baila. ¿Empezamos?
—¿En qué grupo voy yo? —Esperanza, incómoda, pide con esta frase
reacomodo. Julián se ha sentado al lado de ella.
—Aquí, Esperanza, ven —Federico le indica un lugar a su lado. Acosta da
algunas otras indicaciones para que el grupo quede dividido en dos partes
equivalentes, y da la indicación para empezar, agitando una varita en la que
en algún punto hay un botón de nardo (ya había empezado a florear, enseñaba
el principio de los pétalos algo rosáceos):
—Una, dos, ¡tres!
El tambor suena. Al tercer golpe de éste, entra el primer grupo:
—Esta noche yo bailá.
El segundo su parte:
—A-a-aa.
El tercero dice a ritmo:
—Con María y con José.
Aquí, una voz de mujer casi grita sobre la última palabra de este paso del
canto, empalmando con su voz fingida chillante “Javier”.
Parte del segundo grupo, mermada pero entonada emite su estribillo “e-e-e”
, pero las risas comienzan a romper el canto. El tambor sigue tocando
impertérrito.
Acosta baja las manos:
—No otra vez —dice en tono muy serio—, no de nuevo, no es broma, no es
juego, es una labor de recuperación cultural.
El tambor continúa. Los otros instrumentos empiezan otra melodía.
—No es por la alegría del canto que nos estamos riendo —le explica
Federico.— Es que María dijo “Javier” en lugar de “José”.
—Y lo dijo con voz chillante, como guacamallita —Esperanza.
Acosta toma un aire más serio todavía:
—Son momentos difíciles, no nos sobra el tiempo. Si estamos aquí con la
música nuestra es porque, aunque no sobre el tiempo…
—Estoy de acuerdo: no sobra el tiempo —María interrumpe su discurso que
ya todos conocen hasta el cansancio.
—¿Entonces? —presiona Acosta—. Una, dos…
—Porque no sobra tiempo, tenemos que hablar —dice María—, no cantar.
—Yo digo que basta con un Congreso que guarde la soberanía para nuestro
monarca Fernando VII —Javier.
—¡Cuál! ¡Debemos exigir la libertad para el país! —María.
—La gente se muere de hambre... —Esperanza.
Acosta continúa con la varita de nardo que Lucita le había dado hoy para
conducir el coro, bien levantada, como a punto de agitarla para marcar los
compases. Sin bajarla, dice:
—Hay que declarar la guerra a los monopolistas del carbón. Insisto en que
debemos optar por estrategias claras en causas comunes, no dispersarnos
en...
—Eso no lo sé. Lo que sí sé es que urge limpiar los caminos de bandidos —
lo interrumpe Julián Goríbar, desplazándose hacia el otro extremo del
salón.
—No son bandidos. Son rebeldes —dice María, con voz tranquila.
Su comentario provoca silencio. La varita de nardo baja, golpea la rodilla
del cura Acosta. Se detiene del todo la música. Julián vuelve a recorrer
el salón de un lado al otro. Está furioso.
—Bandidos es lo correcto —Julián.
Acosta levanta de nueva cuenta la varita.
—Todos a su sitio. Una… dos… ¡tres!
Los tambores empiezan, y el palmeo. La guitarra con lo suyo. Una flauta.
Dos acordes del clavicordio: todos en algo distinto. Entra el arpa, también
a lo suyo.
—¿Nos dice qué canción vamos a ensayar? —María, sin cejar en su intento
de interrumpir.
—Yo vine a eso —Julián—, a cantar en el coro. Cantar alimenta el alma,
restaura el espíritu, calma las malas inclinaciones. El canto es una
actividad pura. ¡No el desorden!
—¡Pura! —dice en baja voz María, en un tono algo burlón.
—Pero ya que ustedes hablan —continúa Julián, ignorando de plano a María—
, diré lo mío: las cosas están mal, las aguas revueltas. Un indio
descendiente de Moctezuma reclama el trono de México...
Los instrumentos continúan sonando, tambor, arpa, clavicordio, guitarra.
—El indio está en todo su derecho. En su de-re-cho, ¡y en su revés! —María
—. ¡Que le den el trono mexicano! ¡Pero ya!
Julián se enciende en ira.
—Hasta el sol me amanece —canta a solas uno del coro, y otros le
contestan el debido estribillo:
—Ah-ah-ah.
—Hay que evitar un derramamiento de sangre inútil. Es lo que debe
preocuparnos. Planear… conservar la calma… pensar bien las cosas —habla con voz
calma Acosta, encendido su ánimo de púlpito.
—Esa gente comentaaaa —entona alguien la frase que corresponde a la
melodía.
Alguien le responde con el cantante:
—Ah-ah-ah.
Acosta no parece escuchar el ah-ah-ah, y dice muy serio, en marchita voz
opaca:
—Cerraron los hospitales y las casas de beneficencia... Las viudas están
en la calle... Mi hermano perdió sus tierras... Nos llevan a todos a la
bancarrota...
Lo interrumpe Federico, con ánimo de cambiarle el modo:
—... para robárnoslo todo; su leyezuela es un hurto en despoblado.
¿Volvemos al ensayo?
—Y todo para bolsillos corruptos —remata María, que no tiene ninguna gana
de cantar.
—Sugiero que nos concentremos en lo que es urgente: ¡Muerte a los
franceses usurpadores!, son herejes calvinistas —Javier, con énfasis, en tono
acalorado, casi gritando.
—Hay insurrecciones en Buenos Aires, en Santa Fe de Bogotá, en Caracas, en
Quito… —Esperanza se embellecía con la excitación que le causaba la
conversa—. Puedo seguir… pero sería lección de geografía.
—El cura Hidalgo en Dolores, Morelos en Cuautla, nosotros aquí —continúa
Federico. Este diciembre nos alzaremos en armas. Hidalgo…
Julián vuelve a rabiar:
—A Hidalgo no hay que tomarlo en cuenta... ¡Por Dios!, ¡qué despropósitos!
Hidalgo anatema... lo dice el obispo Venegas…
—Usted me perdonará, Julián —le replica María ásperamente, casi
regañándolo—, pero Venegas tiene de obispo muy poco, y mucho de traidor y ratero…
Julián se molesta sobremanera con el comentario de María. Deja su asiento
y se acerca al padre Acosta, con lentitud parsimoniosa.
—No puedo escuchar más estas bocajarradas, faltas de... Cállela, por
respeto a lo más sagrado...
—Me va a tener que perdonar, pero me es imposible pedirle que calle. Aquí
hay libertad absoluta de expresión. Es la condición de Casa Espíritu. Usted
lo sabe en carne propia.
—¡Yo vengo al ensayo del coro! ¡A cantar!
—El que canta y no habla, en verdad no canta —María no pierde las ganas
de bromear, alzándole más la sangre a Julián.
—Su comentario, padre Acosta, me produce tanto disgusto como las
impertinencias de esta bastarda alzada. Aténgase a las consecuencias.
Sale, tan rápido como un alma que lleva el diablo.
Los músicos miembros del coro regresan a sus instrumentos. El tambor
suena, la guitarra y el bajón echan a vibrar sus cuerdas, la flauta baila notas,
el clavicordio y el violín se unen con el arpa, interpretan la misma sin
haberse dicho nada entre sí.
Tres hombres cantan:
—Su hijito ya nacé…
A lo que otros contestan:
—Eh-eh-eh.
Los primeros regresan con el siguiente:
—Poca gente lo verá…
—Ah-ah-ah.
—Antes que la vuelva a hacer…
—Eh-eh-eh.
Todos tocan y cantan concentrados, dan la impresión de querer restaurar
algo que sabían se había roto. Tocan y cantan, pero están como gritando “aquí
estamos tocando y cantando”. Poco a poco van dejando este sentimiento de
urgencia y resbalan en la belleza de la canción. El sonido que producen hace
honor a la composición.
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