[Grupito] : tertulia el 27 de abril (MIERCOLES)
Ecomujeres at aol.com
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Wed Apr 20 15:33:27 PDT 2011
ENGLISH VERSION FOLLOWS SPANISH
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ANUNCIOS – EVENTOS VENIDEROS
Todavía no tenemos una tertulia programada para mayo. Favor de
avisarme si quieres ofrecer tu casa.
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Saludos:
La próxima tertulia literaria y gastronómica tendrá lugar el día 27 de
abril (el MIÉRCOLES), a las 7:00 de la noche en la casa de Ana Polt:
33 Bowling Dr., Oakland 94618
(510) 547-0996
El RSVP a Ana es obligatorio: _b-p en consultant.com_
(mailto:b-p en consultant.com)
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- - Para llegar a Bowling Dr.:
>From College Ave. north, past BART, left on Manila. Cross Broadway and
bear right onto Monroe.
Monroe ends at Broadway Terr. [Broadway Terrace]
Left on Broadway Terr.
Very shortly thereafter, left uphill on Country Club Dr.
Third right is Bowling.
#33 is on the right. California Spanish style; large Atlas cedar in front.
>From Broadway north past Rockridge shopping center to Broadway Terr., past
College of the Arts.
Right on Broadway Terr. (Union 76 station).
Left uphill on Country Club Dr.
Third right is Bowling.
#33 is on the right. California Spanish style; large Atlas cedar in front.
>From Shattuck ,or Telegraph, or Claremont to 51st St.
Left on Broadway. Continue as above.
>From Warren freeway to Broadway Terrace exit.
Left on Broadway Terr., uphill and down, past Village Market on left.
Right on Glenbrook.
Second left is Bowling.
#33 is on the right. California Spanish style; large Atlas cedar in front.
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La lectura, "El Abanico" por Emilia Pardo Bazán está atada como un
documento PDF
Ademas, hay abajo una copia de la lectura si tienes problemas con el PDF.
Te rogamos que vengas preparado, habiendo leído la lectura de
antemano, y que traigas un plato y/o una bebida para compartir.
Debra Valov
ecomujeres en aol.com
- ENGLISH -
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ANNOUNCEMENTS
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We still don’t have a tertulia planned for May. Please let me know if
you would like to be a host.
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Hello!
The next tertulia will take place on April 27 (WEDNESDAY) at 7 pm at Ana
Polt’s house.
33 Bowling Dr., Oakland 94618
(510) 547-0996
A RSVP is required: _b-p en consultant.com_ (mailto:b-p en consultant.com)
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Directions:
>From College Ave. north, past BART, left on Manila. Cross Broadway and
bear right onto Monroe.
Monroe ends at Broadway Terr. [Broadway Terrace]
Left on Broadway Terr.
Very shortly thereafter, left uphill on Country Club Dr.
Third right is Bowling.
#33 is on the right. California Spanish style; large Atlas cedar in front.
>From Broadway north past Rockridge shopping center to Broadway Terr.,
past College of the Arts.
Right on Broadway Terr. (Union 76 station).
Left uphill on Country Club Dr.
Third right is Bowling.
#33 is on the right. California Spanish style; large Atlas cedar in front.
>From Shattuck ,or Telegraph, or Claremont to 51st St.
Left on Broadway. Continue as above.
>From Warren freeway to Broadway Terrace exit.
Left on Broadway Terr., uphill and down, past Village Market on left.
Right on Glenbrook.
Second left is Bowling.
#33 is on the right. California Spanish style; large Atlas cedar in front.
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La lectura, "El Abanico" by Emilia Pardo Bazán, is attached as a PDF.
There is also a copy of the story below in case you have problems with the PDF.
Please come prepared, having already read the story, and bring a plate
and/or drink to share.
Debra Valov
ecomujeres en aol.com
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Grupito mailing list
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LECTURA / READING
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El abanico
De Emilia Pardo Bazán
_http://es.wikisource.org/wiki/El_abanico_
(http://es.wikisource.org/wiki/El_abanico)
-Como deseaba escrutar el corazón de mi novia -díjome Sandalio Aguilar, en
la terraza del Casino, en la hora propicia a las confidencias, cuando los
acordes de la orquesta se desmayan en el aire, aleteando débiles, a manera
de fatigadas mariposas-, y en las conversaciones de amor casi todo es
mentira, decidí practicar una experiencia que me ilustrase. No había asistido
ella nunca a una corrida de toros. ¡Su tía la educaba con tal rigidez...!
Compré un palco, y las invité galantemente. La tía transigió, convidando a su
vez a unas amigas que la ayudasen a llevar, según ella decía, el peso de la
«cesta».
Me senté en el ángulo del palco, al lado de mi Bertina (ya sabe usted:
Albertina Laguarda, hoy marquesa de Lucientes). No, no crea usted que me he
interrumpido porque me corte el habla ninguna emoción. Es que la noche
empieza a refrescar, y yo tengo unos bronquios que todo lo notan en seguida.
¡Ejem!...
Y Sandalio tosió con la precisión y la pulcritud que le caracterizan,
aplicando a la boca un fino pañuelo, fragante, de amplísima orla.
-Bien; ya hemos pagado el tributo irremisible a la señora tos... Quedamos
en que me instalé a la vera de mi novia, que por cierto estaba guapísima
con su mantilla blanca de encaje rancio. Llevaba un traje rosa salmón, o más
bien, rosa carne, escotado, y la juguetona blonda confundía de un modo
delicioso los tonos similares de la tez y de la vestidura. Sobre su pelo
castaño y fosco, que el sol rafagueaba de oro viejo, un manojo entero de
clavelones enormes, de ese matiz indeciso que no es rojo ni rosa y que al remate de
las hojas se cambia en gris argentado, se erguía provocativo, dentro del
medio canalón de la peinetaza de carey. No llevaba guantes, y su manita,
cuajada de sortijas, relucía al manejar el abanico, un gran pericón manileño
sembrado de flores extravagantes, imposibles. La aureola de la mantilla,
haciendo sombra a frente y sienes, profundizaba sus ojos atrayentes e
insondables... En fin, era necesario tener mi calma, mi espíritu analítico, para no
olvidar completamente que se trataba de una experiencia de psicología, de
que impresiones fuertes e inesperadas descubriesen algún rincón del alma de
una mujer destinada a ser toda la vida mi amante compañera... Me dediqué,
solícito, a explicar lo que allí iba a suceder, y desde el primer momento
sufrí una decepción: Bertina sabía perfectamente los mínimos detalles de la
fiesta nacional. Periódicos y conversaciones la tenían bien enterada.
¡Cualquier enseña nada nuevo a nadie en la época presente! No quedan divinas
ignorancias. Me sentí contrariado de veras. ¡Qué iniciación me perdía!... Mi
amor propio sufrió involuntariamente. ¡Cuánto placer en el capullo cerrado,
cuánta delicia en rasgar el velo...! Para más mortificarme, trocándose los
papeles, ella misma, experta por intuición, me iba guiando a mí...
-Ahora es lo más lucido: el despejo de la plaza y salida de la cuadrilla.
¡Qué precioso! Ahí vienen Sombrerito Chico y El Pajel, con unos andares...
Los trajes me encantan. Un ascua de oro el de Pajel y una pura filigrana de
plata el de Sombrerito. Visten mejor que nosotras... El Pajel es muy
elegante, muy esbelto. De cara morena... Es chistosa su cara...
-De cerca, picado de viruelas, con cada agujero así -advertí, porque a
ningún novio le hace maldita la gracia que su novia ensalce a otro hombre-. Un
tío más bruto que un cerrojo. Si le zamarrean, echa bellotas.
-¡Bah! De cerca creo que no habrá muchas ocasiones de contemplarle
-respondió Bertina, riendo coquetamente, penetrando mi intención con agudeza de
mujer-, por más que a él y a los de su cuadrilla me los encuentro en la calle
vestidos de corto y me echan chicoleos. ¡Ay!... Mira: acaba de entregar el
capote de paseo a Félix Nieva... Son muy amigotes.
-Veo que estás informadísima...
-¡Ah, el toro! -exclamó vivamente.
La fiera, que había salido corriendo, se plantó en mitad de la plaza. Era
un bicho negro, poderoso, que parecía modelado por Benlliure. Sus astas,
finísimas en la punta, curvadas con brío amenazador, contrastaban con la
cabeza estúpida, casi dulce, casi pacífica. La ferocidad vendría a su hora,
cuando hubiesen acosado a la res, desgarrado su piel, acribillado su carne,
inflamado su sangre, excitado su desesperación, hinchando sus pulmones con la
queja cavernosa del mugido; pero en aquel instante, sorprendido y
deslumbrado, molestado sólo por el picotazo de la divisa, el toro no sentía más que
extrañeza y la nostalgia con que el instinto le recordaba los frescores de
la dehesa, los aromas de los pastos, el borboteo del agua del arroyo...
Iba a comenzar la faena de caballos. Allí esperaba yo a Bertina. Espiaba,
en el lago pérfido de sus pupilas, la agitación de la sensibilidad. Por
mucho que se la hubiesen explicado, la suerte de varas tiene siempre lo
imprevisto y brutal del espectáculo cruento; la sensación material es nueva
necesariamente, aunque la inteligencia la haya razonado de antemano. Rígidos,
terciada la pica, los varilargueros esperaban la embestida de la fiera, que,
después de recorrer a escape el redondel dos o tres vueltas, distraída y
desdeñosa, se fijó, por fin, en aquellas macizas estantiguas ecuestres, en
los famélicos bultos que las soportaban, y cuya línea angulosa, desvencijada,
se exageraba caricaturesca en la proyección de sombra. Resopló el toro,
partió como un rayo, y mientras la puya se le hincaba en la carne, rasgó él
con la aguda cuerna el arca del vientre del caballo... Brotó de la rasgadura
larga, humeante, todo el paquete intestinal; fiemo y sangre, en hedionda
mescolanza, se emplastaron en la arena; las patas del caballo, al querer
arrancar en espantada huida, se enredaron en el revoltijo de tripas colgantes,
y lo pisotearon y despedazaron, sacudiendo trozos y piltrafas; el jaco,
vacío, titubeó, tembló convulsivo sobre sus cuatro remos, y en tanto que el
picador se zafaba pesadamente, tumbose desplomado, mascando el aire con
bascas de agonía...
Fijamente miraba a Bertina yo. Su perfil, de entre las ondas de la
mantilla, salía acentuado, como adelgazado por una contracción nerviosa. Las alas
de su nariz delicada, palpitaban, y sus mejillas eran dos hojas de
magnolia, recién abierta, tersas y blancas, que jamás ha regado el rocío...
Es indudable que siente -pensé al pronto-. Es el horror lo que hace
aletear su corazón y albear su tez. Va a volverse y a decirme que no la traiga
más a esta carnicería.
Volvíase Bertina, en efecto. Su rostro, al buscar el mío, sonreía, con
travesura deliciosa, con una mezcla de queja y mimo, de resignación y
chuscada, que desafiaba el pincel del retratista más expresivo. Y su mano, cual
relicario de anillos de pedrería, engaste de la joya más valiosa aún de los
deditos ebúrneos y las uñas rosadas, alzaba airosamente el abierto abanico
madrileño, poniéndolo como un biombo ante la vista del cuerpo de la sardina
despanzurrada, y dejando, a la parte que el país exornado con extravagantes
flores no interceptaba, libre el campo para contemplar ávidamente cómo El
Pajel iba a parear: una galantería al público, un rasgo de condescendencia
del diestro...
-De estas cosas feas, lo mejor es defenderse con el abanico -murmuró,
traduciendo a su manera la pregunta de mis ojos-. Porque no viéndolas,
¿verdad?, es lo mismo que si no las hubiese...
-¿Te basta a ti con el abanico? -respondí en el mismo tono confidencial y
afable.
-Claro que sí... Ya no se ve ese asco -afirmó, acercando a su nariz el
esenciero, que con otros dijes minúsculos colgaba de su cadena de oro.
Me precio de prudente, de hábil, y tardé aún seis meses en retirar de un
modo suave e insensible mi candidatura a la mano ensortijada de Bertina. En
este tiempo pude cerciorarme de que el sistema del abanico lo aplicaba a
todos los casos posibles. Tapar, tapar, que ojos que no ven, corazón que no
quiebra... ¡Y yo no quiero un corazón que se regula por la materialidad de
los ojos!
-No estaba usted enamorado de Bertina -objeté-. Si lo estuviese,
prescindiría de estos tiquis miquis; y aun sin estarlo, debió usted comprender que
su actitud era eminentemente social. Nadie hace otra cosa. No se mira lo que
no puede evitarse. La sociedad esgrime un abanico inmenso.
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