[Grupito] : tertulia el 4 de diciembre (martes)
Ecomujeres at aol.com
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Sat Nov 24 18:48:04 PST 2012
- ENGLISH VERSION FOLLOWS SPANISH -
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ANUNCIOS
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Ya tenemos otra tertulia programada para el 18 de diciembre, en la casa de
Anna Shapiro. Les envío más información cuanto antes.
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Saludos:
La próxima tertulia literaria y gastronómica tendrá lugar el día 4
de diciembre (el martes), a las 7:00 de la noche en la casa de Xequina:
Ella quiere limitar el número de participantes a 14. Por eso, el RSVP es
obligatorio: _xequina en yahoo.com_ (mailto:xequina en yahoo.com) o por teléfono
510 536-6421. Después de recibir tu RSVP, ella te enviará su dirección.
Además, favor de avisarle del plato que vas a llevar (ella dice: para que
todos no lleven el postre)
La lectura, “Inocencia peligrosa” por Lucía Scosceria está adjunta en
formato PDF. Ademas, hay abajo una copia de la lectura si tienes problemas con
el PDF.
Te rogamos que vengas preparado, habiendo leído la lectura de
antemano, y que traigas un plato y/o una bebida para compartir.
Debra Valov
ecomujeres en aol.com
- ENGLISH -
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ANNOUNCEMENTS
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We already have another tertulia planned for December 18th at Anna Shapiro’
s. More information and story to follow soon.
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Hello!
The next tertulia will take place on Dec 4th (Tuesday) at 7 pm at
Xequina’s house.
She would like to limit the number of participants to 14 so an RSVP is
required by phone (510) 536-6421 or email _xequina en yahoo.com_
(mailto:xequina en yahoo.com)
Once she receives your RSVP, she will send directions. In addition,
please let her know what dish you plan to bring (she says, so that not everyone
brings dessert!)
The reading, “Inocencia peligrosa” by Lucía Scosceria, is attached as a
PDF file.
There is also a copy of the story below in case you have problems with the
PDF.
Please come prepared, having already read the story, and bring a plate
and/or drink to share.
Debra Valov
ecomujeres en aol.com
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Grupito mailing list
Para inscribirse en la lista de correo del Grupito, visita:
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LA LECTURA/THE READING
Inocencia peligrosa
Lucía Scosceria © 2002
Mi hermano dijo que me iba a dejar aquí. No me gusta. Pero debo quedarme y
aprender algunas cosas. No es una escuela. A mí, nunca me gustó la
escuela. Mis condiscípulos eran personas simpáticas. Decían que yo era muy cómica.
Y tenían razón. Siempre los hacía reír hasta las lágrimas cuando
contestaba alguna pregunta que me hacía la maestra. Ella era antipática. No le
causaban gracia mis respuestas. Decía que no estudiaba lo suficiente. Yo le
decía que sí, que estudiaba. Pero no le contaba que después me olvidaba todo.
Dijo que era un “fracaso viviente” en casi todas las materias.
Mi hermano quería que finalizara la escuela primaria. Las maestras no
estaban de acuerdo. Discutieron y las trató mal, les gritó palabras que no se
debían decir. Y así, con un bufido que me hizo recordar al toro “Trueno” de
la estancia de Tomás, me sacó de la escuela. ¿Les conté de la estancia de
Tomás? Tomás es mi tío. Bueno, era. Era el hermano de papá y siempre me
preguntaba si estaba arrepentida. Yo no sabía de qué debía arrepentirme, pero
una vez le dije que no, para averiguarlo. Se puso muy mal, las venas del
cuello se le hincharon como cuerdas y pensé que se soltarían, y me culparían
nuevamente a mí, como siempre. Así que huí hacia el fondo de la casa, donde
estaba mi hermano. Cuando me vio llorando, preguntó qué había hecho, pero
seguí corriendo porque el tío venía tras mío y temía que me diera algún
castigo.
Un tiempo después me volvió a hacer la misma pregunta. Contesté que sí,
que estaba muy arrepentida. Sus ojos se dulcificaron. Calmado, me miró con
infinita lástima. Dijo que iba a rezar mucho por mí. Me asusté. ¿Estaría
enferma? Porque siempre en la iglesia orábamos mucho por la gente con problemas
de salud. Pero después me dije que tío Tomás siempre fue un hombre raro y
no debía hacerle caso. Me felicité por haberle dicho que sí, aunque no tenía
ni idea por qué y de qué debía estar arrepentida. El hecho fue que a
partir de esa “confesión” el tío me daba todos los gustos. Hasta enseñarme a
manejar. Mi hermano se lo tenía prohibido. Una tarde que fue a la ciudad, me
dijo que sí. Que me iba a enseñar a conducir. Era muy divertido. Pero
aprendí que las cosas divertidas pueden ser muy peligrosas. La verdad que no
recuerdo bien qué pasó, algo de que debía sacar el pié del acelerador, pero en
vez de eso lo apreté con más fuerza. Y el árbol que está cerca del arroyo
se vino hacia nosotros con mucha velocidad. Tío gritaba ¡Frena, frena,
maldita! Pero erré un pedal y pisé el equivocado. Me dijeron que en el entierro
del tío Tomás había mucha gente. No pude ir. Me golpeé muy fuerte en la
cabeza y en el brazo. Pero me salvé. Mi hermano no cesaba de decir que no me
hubiera dejado sola y que el tío no debió hacer “eso”. Lo repitió tantas
veces que me intrigó. Llegué a la conclusión que la palabra “eso” se refería
a enseñarme a manejar.
Yo le expliqué que el sauce, ese que da sombra tupida en verano, cerca del
arroyo, corrió hacia nosotros y no pude frenar. No me dio tiempo. No soy
muy inteligente, es cierto, pero cuando se tomó la cabeza con ambas manos me
di cuenta que no me creyó nada. Se alejó murmurando que ya había ocurrido
con nuestros padres y que el tío no debió confiarse. ¿Nuestros padres? No
ocurrió lo mismo con nuestros padres. Ellos me dijeron que a los catorce años
hay que saber manejar y me dieron el volante en plena calle. Y no había
ningún árbol. Claro que no. Era un camión y muy grande. Se vino sobre
nosotros. Y papá no dijo nada de frenar. Sólo cuidado. Yo tuve cuidado. Lo juro.
Pero ellos no lo supieron. Murieron los dos ese mismo día. Tal vez el tío
Tomás me culpaba de eso. Y por eso me preguntaba si estaba arrepentida. Pero
debía preguntarle al camión. Sí. Al camión rojo. Porque fue el culpable de
todo. ¿Se sentirán arrepentidos los camiones rojos? ¿Y los de otro color?
Creo que no. Yo, tampoco. No hice nada malo. Me lastimé poco. Pero en el
auto del tío Tomás sí. Mucho. Especialmente el ojo izquierdo. Estuve más de
dos semanas en el hospital de la ciudad. A veces dormía de noche y despertaba
dos días después, mucha gente rara me miraba y movían la cabeza de un lado
a otro, como si negasen algo o como si tuvieran moscas a su alrededor.
Pero no veía ninguna. Todos vestían batas blancas, aunque algunos las usaban
verdes.
Los dolores pasaron. Y me dieron de alta. Creí que no crecería más, pero
me explicaron que era una frase que significaba que estaba sana. Salí del
hospital con un parche negro en el ojo. Parecía un pirata, igualito a esos que
ilustraban mis libros de cuentos.
El doctor dijo que tendría un ojo de vidrio. Que había perdido el mío en
el accidente. Que no me apenara, que era exactamente igual al sano. Y era
cierto. Cuando estuve mejor me lo probaron y no se notaba. Me enseñaron a
ponerlo, sacarlo y también a limpiarlo.
Mi hermano me llevó de vuelta a la ciudad y contrató a Molly. Ella debía
cuidarme. Me gustaba. Era simpática y me llamaba “chica”. Tuvo un
accidente. Mi hermano me preguntaba si yo sabía qué tomó, dije que no. Ella me
obligaba a tomar unas pastillas para dormir, pero yo la engañaba. Las dejaba
debajo de la lengua y cuando se despedía con un “buenas noches, chica” las
sacaba y las escondía en el bolsillo del saco de mi muñeca Pelusa. Yo no
quería dormir. Quería espiarla. Porque por las noches venía un hombre y lo
llevaba a su pieza. Hacían mucho ruido, reían y tomaban cerveza. Eso les daba
calor, porque siempre terminaban sacándose las ropas. Después se peleaban
desnudos en la cama por horas. Gruñían como cerdos y decían malas palabras.
Una vez quedé hipnotizada mirándolos. No sé si dije algo o qué, pero ella me
vio y dio un grito terrible que me asustó. Se vistió muy rápido. Me llevó a
mi dormitorio y me rogó que no dijera nada a mi hermano. Dije que sí. El
hombre que estaba con ella alcanzó a preguntar:
-¿Esta es la boba?
Ella hizo un gesto indicándole que se vistiera y se callara.
No dije nada de lo que vi a mi hermano. Unos días después le exigí que me
contase un cuento y que tomase chocolate caliente conmigo antes de dormir.
Ella me dio dos pastillas para tragarlas y yo le puse, previamente
trituradas, todas las que había recogido durante tanto tiempo, en su taza. Claro
que esta vez sí me arrepentí. El cuento que me relató era muy interesante.
Algo de una princesa que se durmió por mucho tiempo. No pude saber cómo
terminó. Si no la hubiera hecho dormir me hubiera enterado del final.
Ella cayó en un sueño profundo, pero tan profundo que al día siguiente,
por la noche, no había despertado todavía. Tenía hambre. Así que fui al
departamento vecino a pedir comida. Me preguntaron por Molly. Yo conté que ella
dormía y dormía y no podía despertarla. Me dieron una hamburguesa. Era
rancia, pero la comí igual. La casa se llenó de gente. Vino una ambulancia y se
llevaron a Molly. También vino mi hermano y me preguntó qué había pasado.
Se lo dije y me miró incrédulo. Le pedí que me contara cómo terminaba el
cuento de la princesa dormida y me dijo que me quizás otro día.
Ya no hago dormir a la gente. Porque puede no despertarse. Como le pasó a
ella. Y te castigan y te traen aquí.
Las paredes son blancas y todo está muy limpio, pero no me gusta porque
las ventanas tienen rejas. Dice mi hermano que me van a enseñar muchas cosas
que necesito aprender. Y que cuando las aprenda me va a llevar de nuevo a
la casa.
Por eso estoy casi siempre con Juan Antonio. Es muy parecido a mi hermano,
pero mucho más viejo, porque tiene bigotes y pelo blanco. Aunque no estoy
segura que todo el que tenga bigotes sea viejo. Trabaja aquí. Dijo que me
va a enseñar muchas cosas. Me mostró las dependencias del lugar, la sala del
pabellón “A”, que es donde puedo estar si me porto bien y los baños de las
visitas. Ahí no podemos entrar. Sólo las visitas. Pero eran tan bonitos y
tan limpios. No como los que usábamos nosotros. Y tenían espejos. Me
coloqué enfrente, me saqué la ropa y pude ver cómo había crecido mi busto. Es por
eso que me ajustaban las blusas. Lo malo fue que Juan Antonio me vio y
dijo que había desobedecido una regla. Que eso estaba mal. Que era su deber
avisar a no sé quién. Pero dijo que mis pechos eran muy bonitos y no lo
haría. Y que debía prometer no volver a entrar ahí. Claro, dije. No quería que
nadie me castigara. Dijo que sería nuestro secreto. El también tenía un
secreto. Y me lo contó. Entre las piernas tenía un gatito. Supuse que esa era
la razón por la que caminaba tan raro. Me lo mostraría cuando no hubiese
gente. Que era negro, muy lindo y que dormía mucho. Por la noche, cuando me
llevó las pastillas, dijo que las tomara más tarde, después de hablar de
nuestros secretos. No sé por qué para hablar de secretos hay que sacarse la
ropa. El se sacó la camisa y yo también. El se puso raro y puso los ojos en
blanco cuando vio mis pechos. Comenzó a besarme en la cara y en el cuello.
Ahora te voy a mostrar mi gatito-dijo. Pero no era un gatito. Yo sé lo que es
un gatito. Me pidió que lo acariciara porque se había despertado y debía
hacerlo dormir nuevamente. Pero no podía dormirse. El trataba pero no lo
conseguía. Y a mí ya me tenía cansada. Traje unos vasos y le dije que
tomáramos algo de agua antes de seguir. Menos mal que tenía una buena cantidad de
pastillas. Si él no podía poner a dormir al gato lo haría yo. Y se durmió.
¡Cómo no! Lo malo es que se durmió también Juan Antonio y no se despertó ni
al otro día. Igual que Molly.
Quiero ir a casa. Mi hermano dijo que no puede llevarme todavía. Que no sé
dominar mi rabia y que deje de hacer berrinches y que no me trague el ojo
de vidrio en señal de protesta, como hago siempre, porque no me va a comprar
otro. Lástima que cuando lo dijo, ya lo había tragado.
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