[Grupito] : Tertulia el 11 de agosto

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Sat Aug 1 01:08:03 PDT 2009


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 Las siguientes tertulias del "grupito" serán:
 11 de agosto - casa de Lisa (ve abajo)
 25 de agosto - casa de Xequina 
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Saludos:
La  próxima tertulia literaria y gastronómica tendrá lugar el día 11 de   
agosto(el  martes), a las 7:00 de la noche en la casa de Lisa  Schliff: 
1335  Brewster Court, El Cerrito
(510) 236-3003 
El  RSVP a Lisa es obligatorio: _otbeam en sbcglobal.net_ 
(mailto:otbeam en sbcglobal.net)  
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Direcciones a  su casa:
Via Freeway:

I-80 East to El Cerrito/Central Avenue  Exit
Right on Central Avenue
Left on Ashbury
Right on Moeser  Lane
Left on Arlington Ave.
Left on Brewster Drive
Left on Brewster  Court 

Via  Surface Streets:

Marin Avenue east toward the hills in Albany to the  Arlington Circle
Enter Arlington Ave. from the Circle
Go about 1 3/4 miles  to Brewster Drive (in bend in road)
Left on Brewster Drive (street before it  is "Havens")
Left on Brewster Court

You may park in the court or on  the drive. 
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La  lectura: "El Ramo Azul" por Octavio Paz: 
_http://factorserpiente.ning.com/profiles/blog/show?id=2815909%3ABlogPost%3A
19692&page=1#comment-2815909_Comment_19713_ 
(http://factorserpiente.ning.com/profiles/blog/show?id=2815909:BlogPost:19692&page=1#comment-2815909_Comment
_19713)  
Información  sobre el autor (en inglés):  
_http://en.wikipedia.org/wiki/Octavio_Paz_ (http://en.wikipedia.org/wiki/Octavio_Paz)  
Y  en español: _http://es.wikipedia.org/wiki/Octavio_Paz_ 
(http://es.wikipedia.org/wiki/Octavio_Paz)  


Si  tienes problemas con el vínculo, además hay 
una copia de la lectura más  abajo. 
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Te  rogamos que vengas preparado, habiendo leído la lectura de 
antemano,  y que traigas un plato y/o una bebida para compartir. 
Debra  Valov 
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Grupito  mailing list 
Grupito en lists.sonic.net 
http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito 
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El  ramo azul 
Octavio  Paz 
Desperté,  cubierto de sudor. Del piso de ladrillos rojos, recién regados, 
subía un vapor  caliente. Una mariposa de alas grisáceas revoloteaba 
encandilada alrededor del  foco amarillento. Salté de la hamaca y descalzo atravesé 
el cuarto, cuidando no  pisar algún alacrán salido de su escondrijo a tomar 
el fresco. Me acerqué al  ventanillo y aspiré el aire del campo. Se oía la 
respiración de la noche,  enorme, femenina. Regresé al centro de la 
habitación, vacié el agua de la jarra  en la palangana de peltre y humedecí la 
toalla. Me froté el torso y las piernas  con el trapo empapado, me sequé un poco 
y, tras de cerciorarme que ningún bicho  estaba escondido entre los pliegues 
de mi ropa, me vestí y calcé. Bajé saltando  la escalera pintada de verde. 
En la puerta del mesón tropecé con el dueño,  sujeto tuerto y reticente. 
Sentado en una sillita de tule, fumaba con el ojo  entrecerrado. Con voz ronca 
me preguntó: 
-¿Dónde  va señor? 
-A  dar una vuelta. Hace mucho calor. 
-Hum,  todo está ya cerrado. Y no hay alumbrado aquí. Más le valiera 
quedarse.   
Alcé  los hombros, musité “ahora vuelvo” y me metí en lo oscuro. Al 
principio no veía  nada. Caminé a tientas por la calle empedrada. Encendí un 
cigarrillo. De pronto  salió la luna de una nube negra, iluminando un muro 
blanco, desmoronado a  trechos. Me detuve, ciego ante tanta blancura. Sopló un 
poco de viento. Respiré  el aire de los tamarindos. Vibraba la noche, llena de 
hojas e insectos. Los  grillos vivaqueaban entre las hierbas altas. Alcé la 
cara: arriba también habían  establecido campamento las estrellas. Pensé que 
el universo era un vasto sistema  de señales, una conversación entre seres 
inmensos. Mis actos, el serrucho del  grillo, el parpadeo de la estrella, no 
eran sino pausas y sílabas, frases  dispersas de aquel diálogo. ¿Cuál sería 
esa palabra de la cual yo era una  sílaba? ¿Quién dice esa palabra y a 
quién se la dice? Tiré el cigarrillo sobre  la banqueta. Al caer, describió una 
curva luminosa, arrojando breves chispas,  como un cometa minúsculo. 
Caminé  largo rato, despacio. Me sentía libre, seguro entre los labios que 
en ese  momento me pronunciaban con tanta felicidad. La noche era un jardín 
de ojos. Al  cruzar la calle, sentí que alguien se desprendía de una puerta. 
Me volví, pero  no acerté a distinguir nada. Apreté el paso. Unos instantes 
percibí unos  huaraches sobre las piedras calientes. No quise volverme, 
aunque sentía que la  sombra se acercaba cada vez más. Intenté correr. No pude. 
Me detuve en seco,  bruscamente. Antes de que pudiese defenderme, sentí la 
punta de un cuchillo en  mi espalda y una voz dulce: 
-No  se mueva , señor, o se lo entierro. 
Sin  volver la cara pregunte: 
-¿Qué  quieres? 
-Sus  ojos señor –contestó la voz suave, casi apenada. 
-¿Mis  ojos? ¿Para qué te servirán mis ojos? Mira, aquí tengo un poco de 
dinero. No es  mucho, pero es algo. Te daré todo lo que tengo, si me dejas. No 
vayas a  matarme. 
-No  tenga miedo señor. No lo mataré. Nada más voy a sacarle los  ojos. 
-Pero,  ¿para qué quieres mis ojos? 
-Es  un capricho de mi novia. Quiere un ramito de ojos azules y por aquí 
hay pocos  que los tengan. 
-Mis  ojos no te sirven. No son azules, sino amarillos. 
-Ay,  señor no quiera engañarme. Bien sé que los tiene azules. 
-No  se le sacan a un cristiano los ojos así. Te daré otra  cosa. 
-No  se haga el remilgoso, me dijo con dureza. Dé la vuelta. 
Me  volví. Era pequeño y frágil. El sombrero de palma la cubría medio 
rostro.  Sostenía con el brazo derecho un machete de campo, que brillaba con la 
luz de la  luna. 
-Alúmbrese  la cara. 
Encendí  y me acerqué la llama al rostro. El resplandor me hizo entrecerrar 
los ojos. El  apartó mis párpados con mano firme. No podía ver bien. Se 
alzó sobre las puntas  de los pies y me contempló intensamente. 
La  llama me quemaba los dedos. La arrojé. Permaneció un instante  
silencioso. 
-¿Ya  te convenciste? No los tengo azules. 
-¡Ah,  qué mañoso es usted! –respondió- A ver, encienda otra vez. 
Froté  otro fósforo y lo acerqué a mis ojos. Tirándome de la manga, me  
ordenó. 
-Arrodíllese. 
Mi  hinqué. Con una mano me cogió por los cabellos, echándome la cabeza 
hacia atrás.  Se inclinó sobre mí, curioso y tenso, mientras el machete 
descendía lentamente  hasta rozar mis párpados. Cerré los ojos. 
-Ábralos  bien –ordenó. 
Abrí  los ojos. La llamita me quemaba las pestañas. Me soltó de  improviso. 
-Pues  no son azules, señor. Dispense. 
Y  despareció. Me acodé junto al muro, con la cabeza entre las manos. Luego 
me  incorporé. A tropezones, cayendo y levantándome, corrí durante una hora 
por el  pueblo desierto. Cuando llegué a la plaza, vi al dueño del mesón, 
sentado aún  frente a la puerta. 
Entré  sin decir palabra. 
Al  día siguiente huí de aquel pueblo. 
Octavio  Paz, 1949 

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