[Grupito] : Tertulia el 19 de abril (EL LUNES)

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Sat Apr 10 19:18:06 PDT 2010


 
-  ENGLISH VERSION FOLLOWS SPANISH - 
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ANUNCIOS 
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Todavía no tenemos  programada la próxima tertulia, por ejemplo el 4 o 5 de 
  
mayo. Si alguien quiere  ofrecer su casa, favor de avisarme lo más pronto  
que sea  posible. 
MENSAJE ESPECIAL DE  BARBARA WATERMAN: 
“Siguiendo la tradicion  del “brunch” en la casa de Xequina, donde Shana 
nos 
cantó baladas ladinas,  quiero invitar a los integrantes del Grupito a un 
“brunch” en mi casa el 16  DE MAYO A LAS 11 DE LA MANANA.  Traigan sus 
platos 
para compartir.  Xequina presentará unos cuentos  folclóricos que ella ha 
recogido de la tradición  oral en Mexico”. 
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Saludos: 
La próxima tertulia  literaria y gastronómica tendrá lugar el día 19  
de abril (el LUNES), a  las 7:00 de la noche en la casa de Xequina: 
1646-29th  Ave. 
Oakland, CA  94601 
(510)  536-6421 
Favor de enviarle un RSVP  con el plato que vas a llevar (para que todos no 
lleven el postre):  por telefono (510) 536-6421 o _xequina en hotmail.com_ 
(mailto:xequina en hotmail.com)  
Direcciones (en inglés): 
>From  580, south: 
Take  Fruitvale Ave exit, and turn right onto Fruitvale.  Go about 1 mile  
to a  major intersection which is Foothill Blvd. and turn right onto  
Foothill. 
Make  your first left (28th Ave.), go one block to E. 17th and turn left  
again, 
go  one block.  I'm right at the corner of E. 17th & 29th Ave. 
La lectura, dos  cuentitos, está atada como un documento PDF. Ademas,   
hay abajo una copia de la  lectura si tienes problemas con el PDF. 
Te rogamos que vengas  preparado, habiendo leído la lectura de 
antemano, y que traigas  un plato y/o una bebida para compartir. 
Debra  Valov 
www.lasecomujeres.org 
-  ENGLISH - 
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ANNOUNCEMENTS 
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We  still don´t have the next tertulia scheduled, for example for the 4th 
or 5th of  May.  If someone is interested in  offering their house please let 
me know ASAP. 
SPECIAL MESSAGE FROM BARBARA WATERMAN: 
“Following in the tradition of the brunch at Xequina’s house,  where Shana 
sang ladino ballads for us, I want to invite the members of the  Grupito to 
a brunch at my house on MAY 16th AT 11 AM.  Bring a dish to share.  Xequina 
will give a presentation of  Mexican folkloric stories which she’s gathered 
in the oral tradition from  Mexico”. 
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Hello! 
The  next tertulia will take place on April 19th (MONDAY) at 7 pm at  
Xequina’s house. 
1646-29th Ave. 
Oakland, CA 94601 
(510)  536-6421 
Please send her an RSVP and let her know what dish you plan  to bring (so 
that not everyone brings dessert!) by phone (510) 536-6421 or  
xequina en hotmail.com 
Directions: 
>From  580, south: 
Take  Fruitvale Ave exit, and turn right onto Fruitvale.  Go about 1 mile  
to a  major intersection which is Foothill Blvd. and turn right onto  
Foothill. 
Make  your first left (28th Ave.), go one block to E. 17th and turn left  
again, 
go  one block.  I'm right at the corner of E. 17th & 29th Ave. 
La lectura, dos  cuentitos, está atada como un documento PDF. Ademas,   
hay abajo una copia de la  lectura si tienes problemas con el PDF. 
The  reading, two short stories, is attached as a PDF file.  
There  is also a copy of the story below in case you have problems with the 
PDF.  
Please come prepared, having already read the story, and  bring a plate  
and/or drink to share. 
Debra  Valov 
www.lasecomujeres.org 
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Grupito mailing  list 
Para inscribirse en la  lista de correo del Grupito, visita: 
To  join the mailing list for El Grupito, go to:  
http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito 
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LA LECTURA/THE  READING 
La Milonga 
Antonio Libonati 
Lo único que  sabía de él era que se llamaba Pedro, y ahora, por la Chola 
que vivía enfrente,  que se le había muerto la madre la semana anterior. No 
pensó que ese sábado  viniera a la milonga. Imaginó bailar con el Rodolfo, 
que, aunque le gustaba  menos, estaba chiflado por ella. Le resultaba más 
divertido. Al fin y al cabo,  bastante cosía de lunes a viernes. 
Pero allí estaba Pedro. La  cinta de luto en el brazo del traje gris le 
remarcaba las cejas; el bigote, la  ternura de los ojos. Habían bailado varios 
sábados y presentía que en un mes o  dos se le iba a tirar el lance. No 
quería apurarlo. Le encantaba que fuera  respetuoso. Pretendía tenerlo para toda 
la vida, era cuestión de darle el filo  de a poco. A ver si resultaba un 
cachafaz. La Chola le contó que en el barrio de  Urquiza le hacían fama de 
guapo. 
Bailaron los primeros tangos  y mientras el cantor desde el disco decía 
«vine a buscar en mi vieja / aquellas  hondas ternuras / que abandonadas dejé», 
él la apretó, y ella sintió que sus  pechos se desbordaban sobre las 
solapas del traje  gris. 
Maldijo cuando, cesados los  tangos, pusieron la característica. Él se fue 
a un rincón y se apichonó junto a  la barra. De atolondrado se puso donde 
los mozos traían y llevaban platos y  copas. De vez en cuando la miraba con 
disimulo y ella no podía contener las  ganas de ir a protegerlo; pero no iba a 
hacérsela tan  fácil. 
El Rodolfo la sacó a bailar  el «Baión de Ana». En un segundo se decidió. 
Aunque seguramente a Pedro no le  gustara, ella tenía que mostrar que era una 
chica moderna, capaz de  divertirse. 
Bailó varios temas y, aunque  el ritmo la absorbía, al pasar junto a Pedro, 
percibió una chispa negra en sus  ojos. 
Después de la cuarta pieza,  Rodolfo la dejó en su mesa y se fue para los 
baños. Miró a Pedro, que se puso de  espaldas, como esquivándola. Pero ella 
vio patente que tomaba de encima del  mostrador un cuchillo y vio que lo 
escondía debajo del saco; después vio que iba  para el baño. Cuando entró, ella 
pensó que se iba a desmayar. Menos mal que  estaba sentada. La Chola seguía 
bailando y ella no se animó a avisar. A ver si  la metían en un lío. 
Después tocaron un ritmo  nuevo, y el sonido la aturdía. Tan santito que 
parecía este Pedro y resultaba un  criminal. ¿Tanto la querría? 
Tocaban «Brasil», y tomó un  vaso de la naranjada que le habían servido. Se 
calmó algo, pero le temblaban las  piernas. Se imaginó en la tapa de 
Noticias  gráficas. 
Pedro salió del baño. Miró  para todos lados. Dejó el cuchillo sobre el 
mostrador; ella se hizo la sonsa.  ¡Pobre Rodolfo, lo habría despanzurrado! 
Pero, Pedro, ¿por qué no huía?,  ¿esperaría que lo siguiera? Ella se tomó de la 
 mesa. 
Vio que se acercaba  resuelto. Fantaseó que la levantaría en brazos para  
raptarla. 
La sacó a bailar la  marchinha, qué raro. Se aferró para no caerse y se 
abandonó en sus brazos. ¡Que  sea lo que Dios quiera! Él, por fin sonriente, 
bailó con ritmo alocado y hasta  se animó a soltarla. 
Medio mareada observó, como  dentro de una nube, que Rodolfo salía del 
baño. ¿Sería su alma? No, parecía él,  vivito y chiflado como siempre. ¡Ay, 
ahora sí, se le escapaba el  piso! 
Cuando Pedro la hizo girar  tomándola de una mano desde arriba de su 
cabeza, vio que le asomaba la cinta  negra desde el bolsillo del traje gris. 
Ya no tenía luto en el  brazo. Había ido al baño para quitárselo. Qué 
dulce. Sin duda, Pedro era el  hombre de su vida. 
Él se detuvo un instante y  abrió más los ojos, como asombrado de verla a 
ella tan feliz. Abrió las manos  hacia fuera mostrando las palmas, como 
disculpándose o diciendo que ya no podía  pretender más, que él también era 
feliz. Pero la sonrisa se le fue borrando y  sólo quedó el asombro. Después cayó 
hacia adelante. 
Detrás, estaban el Rodolfo y  el cuchillo. 
El hombre que me comienza los sueños 
Jaume Capó Frau 
Yo, el  libro. 
Tú...   
San Jorge,  1997 
Tengo cuarenta y  dos años, la vida me persigue día a día y me empuja, 
seguramente hacia la muerte  y el olvido. Es así y no puedo más que lamentarlo 
cuando lo pienso. Si no lo  pienso, no creo que me haya distraído y haya 
ganado un tiempo de sosiego. Muy al  contrario, creo que me he engañado, 
malgastado esperanzas vanas. Por las noches,  cuando el tedio del insomnio amenaza 
con hacerse más amargo; cuando no quita el  desasosiego mirar una película, 
por más absorbente, salvaje o porno que sea;  para no hablar de las pocas 
opciones de un libro de versos poderosos, ni del  diario del día, ya acabado, 
ni de una revista casual; cuando se piensa que  pensar resulta innecesario y 
que el amor sólo le despista minutos a la pobre  noche. Perdidas todas las 
esperanzas de hallar el hilo cálido del sueño y de no  desear ni soltar en 
la víspera de nadie humo de maría, acechando las ventanas  iluminadas de las 
casas de enfrente que juegan a on-off. Por no pasar nada, ni  coches pasan, 
ni llueve. Tampoco suena el teléfono (¿por qué habría de hacerlo a  tamañas 
horas de la noche?), ni hay tarea en que ocuparse (¿para qué, si mañana  
será todo mañana para hacerla?). No sirve de nada contar segundos sin  
equivocarse, porque siempre son los mismos. Puede que se diferencien menos que  una 
hora de otra hora y, sin ninguna duda, que un día de otro día. Aunque a los  
cuarenta y dos años se confunden los días y los segundos y hasta algún que 
otro  año. 
Es entonces  cuando recuerdo al hombre que me comienza los sueños. Hace más 
de treinta años y  no he perdido su viva imagen. No tuvo prisa en que yo 
cenase, no tiene prisa en  que me acueste. Más adelante, no la tendrá en que 
me duerma. Porque lo que le  agrada es convencerme de que las cosas pasan 
incluso si uno no lo quiere. Las  buenas, las malas y, aún más, las de todos 
los días. Como el tiempo necesario  para que un niño pequeño cene, se 
desvista, se ponga el pijama, se acurruque en  su cama y comience a escuchar cómo le 
comienzan los sueños. El hombre que me  comienza los sueños no me persigue 
por los pasillos ni me llama al orden. No  mira con impaciencia el reloj que 
hace rato ha marcado la hora en que los niños  se van a la cama. Ni 
siquiera hace caso de mis gestos lentos y distraídos que  alargan el tiempo, que lo 
estiran contra mí mismo, contra el sueño que tendré  mañana cuando el 
hombre que me comienza los sueños encienda la luz de la  habitación, se siente a 
los pies de la cama y diga como quien ha pasado la noche  velando un cuerpo: 
—Es hora de comenzar a  contar las horas que tiene el día que comienza. 
Y yo, cada día,  pensaba en las muchas horas que había para contar las 
horas que en el día había,  y lamentaba, sin encolerizarme, que fuese justamente 
aquél el momento en que  debía comenzar a perseguir las manecillas de los 
relojes. Del nuevo reloj de  pulsera, a las ocho. Del despertador de cuerda 
de cada noche, a las ocho y  cinco. Del reloj de pilas de la cocina, a las 
ocho y cuarto. Del reloj de cuerda  suizo del comedor entre y veinte e y 
veinticinco. De los relojes de péndulo del  recibidor, sonando la media... Ahora 
conozco el tiempo. Sé lo que dura un  segundo y soy capaz de contar hasta 
doscientos con un pequeño error de tres o  cuatro de más o de menos. Puedo 
vivir media hora con los ojos cerrados sin  equivocarme más de medio minuto si 
imagino que son las ocho, las ocho y cinco,  las ocho y cuarto, las ocho y 
veinte, y veinticinco. El reloj de péndulo anuncia  las ocho y media, es 
justamente el momento en que salta la cuerda y se libera el  percutor de otro 
reloj de pared, que arranca un sonido grave a la espiral  metálica que vibra 
por primera vez y es golpeada y produce un segundo toque de  ocho y media. 
Son las ocho y media. 
Antes de que  suene, ya puedo advertir en el reloj del despacho una energía 
viva segundos  antes de que anuncie la media y la muerte de su anuncio. Y 
después oigo cómo lo  oye el vecino. Ya tengo cuarenta y dos años, acabados 
de sonar y un poco más.  Hay quien me ha felicitado por mi cumpleaños, hay 
quien no lo ha recordado y lo  hará mañana o el año que viene, si es que lo 
recuerda. La mayoría, sin embargo,  no pueden imaginarse a sí mismos 
felicitándome porque ni siquiera saben que  existo y que vivo en esta calle —a la que 
muchos conocen más que a mi  existencia— de esta ciudad —que casi todos 
conocen—. Y no es más grande, ni más  elegante, ni más alegre, ni más 
histórica que cualquier otra, pero todos saben  como mínimo su nombre, y muchos 
pueden decirte en qué país está, situarla en un  punto del mapa y dar las 
instrucciones necesarias para llegar a ella. Pero no  saben que son muchas las 
noches en que los pienso, uno por uno. En ellos, que no  me conocen y que 
pueden vivir sin que les pase un relámpago de mí por el  cerebro, a diferencia de 
lo que me pasa cuando me encandila la sensatez de  pensarlos, uno por uno. 
Sólo si puedo  recordar al hombre que me comienza los sueños la noche se 
vuelve más plácida y  breve, como la ilusión de un día luminoso de verano que 
se cuenta a los  amigos. 
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