[Grupito] Un mensaje de Oscar, un integrante del Grupito

Ecomujeres at aol.com Ecomujeres at aol.com
Mon Jul 12 22:50:30 PDT 2010



 
  
____________________________________
 From: _okoechlin en comcast.net_ (mailto:okoechlin en comcast.net) 
Sent:  7/10/2010 6:04:09 A.M. Pacific Daylight Time
Subj: Re: [Grupito] : tertulia  el 6 de julio de 2010

Grupito, 
Hace mucho tiempo que no puedo asistir al grupito pero me encantan el  
desarrollo que han tenido, cada vez mas entretenidas lecturas de lo mas  
ingenioso de la literatura hispano-y-americana.  Aqui les mando algo que  me 
divirtio mucho como contribucion y agradecimiento de como alegran mi vida  de 
esclavo capitalista.  Por favor circulenlo a todo el grupito si  posible - you 
no se como le hacen para eso.
Oscar Koechlin (amigo de Albert y Sharon Mossman).


La temperatura del Infierno. Examen  universitario

La siguiente pregunta, fue hecha en un examen  cuatrimestral de química
en la Universidad de Toledo. La respuesta de uno  de los estudiantes
fue tan 'profunda' que el profesor quiso compartirla con  sus colegas,
vía Internet, razón por la cual podemos todos disfrutar de  ella.

Pregunta: ¿Es el Infierno exotérmico (desprende calor) o  endotérmico
(lo absorbe)?
La mayoría de estudiantes escribieron sus  comentarios sobre la Ley de
Boyle, (el gas se enfría cuando se expande y se  calienta cuando se
comprime) y de forma muy parca.

Un estudiante,  sin embargo, escribió lo siguiente:

"En primer lugar, necesitamos saber  en qué medida la masa del Infierno
varía con el tiempo. Para ello, hemos de  saber a qué ritmo entran las
almas en el Infierno y a qué ritmo  salen.
Tengo sin embargo entendido que, una vez dentro del Infierno,  las
almas ya no salen de él. Por lo tanto, no se producen salidas.  En
cuanto a cuántas almas entran, veamos lo que dicen las  diferentes
religiones. La mayoría de ellas declaran que si no perteneces a  ellas,
irás al Infierno. Dado que hay más de una religión que así se  expresa
y dado que la gente no pertenece a más de una, podemos concluir  que
todas las almas van al Infierno. Con las tasas de nacimientos  y
muertes existentes, podemos deducir que el número de almas en  el
Infierno crece de forma exponencial.
Veamos ahora cómo varía el  volumen del Infierno. Según la Ley de
Boyle, para que la temperatura y la  presión del Infierno se mantengan
estables, el volumen debe expandirse en  proporción a la entrada de
almas.

Hay dos posibilidades:
1. Si el  Infierno se expande a una velocidad menor que la de entrada
de almas, la  temperatura y la presión en el Infierno se incrementarán
hasta que éste se  desintegre.
2. Si el Infierno se expande a una velocidad mayor que la de  la
entrada de almas, la temperatura y la presión disminuirán hasta que  el
Infierno se congele.

¿Qué posibilidad es la verdadera?: Si  aceptamos lo que me dijo Diana
en mi primer año de carrera: "hará frío en  el Infierno antes de que me
acueste contigo", y teniendo en cuenta que me  acosté con ella anoche,
la posibilidad número 2 es la verdadera..
Doy  por tanto como cierto, que el Infierno es exotérmico y que ya  está
congelado.       El corolario de esta teoría es que  creo haber
demostrado que el Infierno ya está congelado, ya no acepta más  almas y
está, por tanto, extinguido. Entonces, el Cielo es la única prueba  de
la existencia de un ser divino.
Así se explica por qué anoche Diana  no paraba de gritar  '¡¡Oh, Dios
mío, Dios mío !!".

Dicho  estudiante fue el único que sacó 'sobresaliente'


----- Original Message ----- 
From:  _Ecomujeres en aol.com_ (mailto:Ecomujeres en aol.com)  
To: _grupito en lists.sonic.net_ (mailto:grupito en lists.sonic.net)  
Sent: Monday, June 28, 2010 6:39  PM
Subject: [Grupito] : tertulia el 6 de  julio de 2010



ENGLISH VERSION FOLLOWS  SPANISH 
************************************************************** 
ANUNCIOS 
20 de julio – tertulia  en la casa de Jane Brown.  Les  envío más 
información
y el cuento al acercar  la fecha 
Re: RSVP’s. Favor de  enviar su RSVP directamente al anfitrión; no haga 
click en “Reply” para este  mensaje. 
Re: Como contactarme si tienes problemas o preguntas – use  mi correo 
personal
_ecomujeres en aol.com_ (mailto:ecomujeres en aol.com)  en vez del correo del 
grupito que no va a acepta sus  mensajes. 
**************** 
************************************************************** 
Saludos: 
La próxima tertulia  literaria y gastronómica tendrá lugar el día 6 de julio
(el martes), a  las 7:00 de la noche en la casa de Tom McGuire:

5625 Ocean View  Drive
Oakland 94618 
510.653.2049

Está  muy cerca de la estación BART "Rockridge" y de la avenida  "College."

El estacionamiento puede ser difícil en el vecindario, y  por eso, Tom les
recomienda que uses BART, el estacionamiento dentro de  BART (es gratuito),
su bici, o que reces por un espacio en la  calle.

El RSVP a Tom es obligatorio: _tmcguire en covad.net_ 
(mailto:tmcguire en covad.net)  
La lectura, "Las mujeres  de Ciudad Juárez (o como sobrevivir en la  cuidad 
más violento del mundo)" por Judith Torrea está atado a  este mensaje en 
formato PDF.    
Ademas, hay abajo una  biografía corta y una copia de la lectura por si 
acaso tengas problemas  con el documento. 
Te rogamos que vengas  preparado, habiendo leído la lectura de 
antemano, y que traigas  un plato y/o una bebida para compartir. 
Debra  Valov 
_ecomujeres en aol.com_ (mailto:ecomujeres en aol.com)  
ENGLISH******************************************************* 
************************************************************** 
ANNOUNCEMENTS 
************* 
July 20th – tertulia at  Jane Brown´s house.  I will send  more information 
and
the story as the date approaches. 
Re: RSVP’s.  Please send your RSVP directly to  the host as indicated in 
the message; don’t click on reply for this  message. 
Re: Contacting me if you  have questions or problems – send email to my 
personal email _ecomujeres en aol.com_ (mailto:ecomujeres en aol.com) , not to the 
email  for the grupito (that email doesn’t accept messages). 
********************
*************************************************************** 
Hello! 
The next tertulia will  take place on July 6 (Tuesday) at 7 pm at  
Tom  McGuire´s. 
5625 Ocean View  Drive
Oakland 94618  
510.653.2049

Tom lives very close to the Rockridge BART station  just off of College  
Avenue.

Parking can be difficult in the  neighborhood and so Tom recommends that 
you either take BART, use the free  parking at the BART station, ride your 
bike or pray for a parking space on  the street.

An RSVP is required: _tmcguire en covad.net_ (mailto:tmcguire en covad.net)  
The reading, "Las  mujeres de ciudad Juárez (o como sobrevivir  en la 
cuidad 
más violento del mundo)" por Judith Torrea is attached  as a PDF file and a
short biography and copy is also pasted below this  message. 
Please come prepared,  having already read the story, and bring a plate 
and/or drink to  share. 
Debra Valov 
_ecomujeres en aol.com_ (mailto:ecomujeres en aol.com)  
****************************************************************************
* 
Grupito mailing  list 
Para inscribirse en la lista  de correo del Grupito, visita:   
http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito 
****************************************************************************
* 
LECTURA / READING 
****************************************************************************
* 
Las mujeres de ciudad  Juárez (o como sobrevivir en la cuidad más  
violento del mundo) 
Judith Torrea 
Fuente:   _http://etiquetanegra.com.pe/_ (http://etiquetanegra.com.pe/)  
Acerca de la  autora:
Judith Torrea es una  periodista especializada en narcotráfico, crimen
organizado, pena de  muerte, inmigración y política en la frontera de
México con EE.UU,  realidad que ha cubierto durante los últimos 12 años,
9 de ellos viviendo  entre las dos fronteras. Y lo ha hecho para diversos
medios  estadounidenses (Univision Online, The Texas Obsever, Al Día-The
Dallas  Morning News), mexicanos (revistas Letras Libres, fundada por el
Nobel  Octavio Paz, y Emeequis ), peruanos (Etiqueta Negra) y europeos
(agencia  alemana DPA, El País, EFE, Le Monde Diplomatique, Expresso). En
Tejas  trabajó como reportera del Capitolio,  siguiendo la política del
entonces gobernador George W. Bush.  En 1998 se convirtió en la primera
periodista española en asistir a la  ceremonia de la pena de muerte en
Estados Unidos (“Muerte en directo”,  Crónica. El Mundo). Formó parte del
reducido grupo de prensa que cubre diariamente  la política del alcalde
de Nueva York  Michael Bloomberg siendo la única periodista latina en
Room 9, City Hall. Es becaria  de la Fundación de Nuevo Periodismo
Iberoamericano, fundada por Gabriel  García Márquez, en temas de
narcotráfico y violencia en América  Latina. 
Las mujeres de Ciudad  Juárez [o como sobrevivir en la ciudad mas  violenta 
del mundo 
[1]   
 (http://etiquetanegra.com.pe/wp-content/uploads/2010/04/Juárez.jpg) Los  
cadáveres son seis. Sangre en la calle. Una balacera mortal. Pero la perito  
forense Cristina S. todavía no sabe cuántos muertos encontrará esta vez.  
Piensa que puede ser uno con treinta casquillos de bala percutidos en el  
cuerpo, como  el que encontró dos horas antes. Cristina S. –cuya identidad debe 
ser  protegida por el peligro que conlleva su trabajo– desciende de una 
camioneta  del Servicio Médico Forense de Ciudad Juárez (en el norte de México,  
frontera con los Estados Unidos), y al hacerlo, mueve su melena con tal  
gracia que cuatro soldados que conversaban con unas adolescentes en una  
esquina de la escena del crimen centran ahora sus miradas en otro objetivo.  En 
Ciudad Juárez los peritos de campo van siempre en parejas. Por seguridad.  Y 
porque cada día el trabajo aumenta para las veinte personas de esa oficina  
(cuatro mujeres), en una ciudad donde ocurren entre ocho y quince asesinatos 
 cada día. Los peritos pueden toparse con sorpresas mortíferas como la que 
está a  punto de encontrar Cristina S. Ella tiene ventiséis años y viste un 
pantalón  marrón y una camiseta azul marino que delata su oficio. Se dirige 
al primero  de los dos coches tiroteados. Su compañero la sigue a unos 
pasos. Ahí  descubre dos muertos. Hay uno más al fondo de la calle, a la salida 
de una  de las casas situadas en la colonia Revolución de México, donde la 
mayoría  de las calles está sin pavimentar, como el  setenta por ciento de 
esta ciudad que surge del desierto  indomable. 
El silencio huele a  muerte latente. Ni los perros ladran, como si 
prefirieran observar hipnotizados a  los ciento cincuenta agentes de las fuerzas de 
seguridad: soldados,  federales, policías municipales y ministeriales, que 
han cortado la calle  con sus unidades y una cinta amarilla. Es una escena 
común en Ciudad Juárez  desde que comenzó la llamada guerra contra el 
narcotráfico que inició el  presidente de México, Felipe Calderón. En sólo dos años, 
los crímenes suman  más de cinco mil, hay diez mil niños huérfanos, y 
aumentan los secuestros y  las extorsiones. El paisaje empieza a parecer el de 
una ciudad que se va  quedando vacía: ciento dieciséis mil casas han sido 
abandonadas por sus  propietarios, según el ayuntamiento de la ciudad. Diez mil 
negocios están  cerrados. Ahora es difícil encontrar dónde beber una 
margarita o degustar  unos burritos. Doscientas mil personas han buscado refugio en 
el interior de  México o cruzado los tres puentes fronterizos que separan 
la ciudad más  peligrosa del mundo de El Paso, Tejas, la segunda ciudad más 
segura de los  Estados Unidos, en un éxodo de desocupación. Más los que se 
irán en ataúdes,  como los  seis cadáveres que Cristina S. está comenzando a  
conocer. 
Cristina S. dice que  siempre soñó con trabajar con cadáveres. Le atraía lo 
desconocido, las  preguntas sin respuesta: ¿qué ocurre cuando la vida se 
acaba? «El hecho de  que veas una persona con vida –dice–, para mí es como 
otra oportunidad  más para vivir cada instante, para comenzar de nuevo porque 
la vida en  Juaritos es muy corta». Esta vez nadie vio ni escuchó nada. Ésta 
es la  versión oficial para ir o no ir en busca de los sicarios. Allí hay 
unos  cuarenta niños, convertidos en los testigos de los crímenes, que me 
cuentan  todos los detalles hasta que un grupo de soldados se acerca. Uno de 
ellos  trae una libreta grande. Quieren saber mi nombre, el medio para el que  
trabajo, mi dirección, y al negarme a darles estos datos, comienzan a  
grabarme, a tomarme fotografías. 
El primer muerto que  Cristina S. vio fue el de su padre. Tiempo después su 
madre consiguió una  visa láser estadounidense y empezó a cruzar el puente 
fronterizo todos los  días para cuidar niños en El  Paso y sacar adelante a 
sus tres hijos. Con su  salario en dólares, intentaba apartarlos de las 
ochocientas pandillas que  hay en Juárez –que agrupan a más de diecisiete mil 
jóvenes– consecuencia  directa del crecimiento desorbitado de la ciudad,  
desde los años setenta, por la llegada de las fábricas maquiladoras desde  los 
Estados Unidos, Europa y Japón, en busca de mano de obra barata. Muchas  de 
las familias que dependen de esos trabajos viven en casas construidas con  
material desechable de las fábricas, que son cámaras frigoríficas en el  
invierno e infierno en el verano. En esta ciudad que sirve de paso a la  cocaína 
colombiana rumbo a los Estados Unidos, y que es la sede del Cártel de 
Juárez, el futuro que sueñan muchos  adolescentes es el de lujosas mansiones, 
aviones privados y los mejores  campos de polo del mundo en una ciudad  
desértica. 
Ella no. Cristina S.,  que es la hija hermana mayor, estudió psicología. 
Antes de trabajar con los  muertos lo hizo en un centro de rehabilitación para 
drogadictos. Hasta que  una masacre los convirtió en cadáveres en el 2008. 
Nunca se supo quién los  mató. Ni por qué. 
Ahora ella comienza a  levantar evidencia física de los crímenes, el primer 
paso de la  investigación para determinar la razón de las muertes. De 
pronto, una  adolescente grita mirando hacia uno de los cadáveres: «!Papá, no, tú 
no  eres! A qué tú no eres, papá». Cuando la perito toma fotos de la escena 
 donde se encuentra el padre de la chica, ella sólo atina a gritar:  
«Perra». 
«Eso es lo peor –dirá  después la perito–, que no comprendan tu trabajo. 
No somos  insensibles». 
2. 
Ana nunca había tenido  sexo acompañada de tres armas hasta que lo conoció. 
Su novio es un joven que  lleva tatuado en el pie su propio nombre para 
que, si lo matan, «se sepa  quién fue»: su verdadera identidad. Ella, al 
descubrirlo, en lugar de  apartarse, se enganchó más. Pasó lo mismo el día en que 
él le confesó cuál  era su oficio: un narco. 
Ana tiene veintisiete  años, y siempre le preguntaba muchas cosas: cómo 
vendes la droga, cómo la  pasas a los Estados Unidos. A él, parecía gustarle la 
curiosidad de esa  mujer lejana a su mundo. Le contestaba todos los 
detalles y terminaba  diciéndole: «Acuérdate bien, vive más el que menos  sabe». 
Ella es una chica de  trabajo fijo en un centro comercial, de trasero y 
pechos voluptuosos, que  conoció a su novio en el 2007, cuando él besó por 
primera y única vez a su  mejor amiga en una discoteca. A ella le llamó la 
atención ese chico tan guapo, que  parecía tener diez años más que los veintiocho 
que tiene, y le tomó una foto  para reírse con su amiga. Así comenzó la 
historia de la chica buena con uno  de los miembros de la logística del Cártel 
de Juárez. El trabajo de él es  clave dentro del cártel y por eso no ha  
huido, como  otros narcos que se llevan a sus familias al lado estadounidense 
de la  frontera. 
Había noches que ese  hombre llegaba tarde a sus citas. Entonces se 
disculpaba y le contaba a Ana  que se había entretenido un rato con los sicarios. 
Ellos hacían lo que él  ordenaba: matar. 
Un día Ana le preguntó  si había matado. Él le dijo que sí. Ella le 
preguntó que cuántas veces.  Fueron tres. Ana quería saber si estaba arrepentido y 
él le dijo: «Era su  vida o la mía. De que llore su abuelita a que llore la 
mía, pues que llore  la abuelita de ese cabrón que me quiere chingar a mí». 
Él vive, por seguridad,  en los hoteles más lujosos de Ciudad Juárez. 
Siempre en las suites. Se va  cambiando al mismo ritmo en el que se disfraza, 
varía de nombres y utiliza  carros diferentes, hasta diez en una semana. Hace 
poco tuvo de vecino en el  mismo hotel al presidente de México, Felipe 
Calderón, y fue emocionante,  según Ana, con tantos agentes federales, soldados y 
el equipo de seguridad  del presidente en sus narices. 
A él, Calderón no le  gusta. Dice que hay una guerra entre el Cártel de 
Juárez  y el de Sinaloa, del Chapo  Guzmán (ese narcotraficante que escapó en 
un carrito de lavandería de una  prisión de alta seguridad, en el 2001, y que 
se ha convertido en uno de los  hombres más ricos del mundo, según la lista 
de la revista  estadounidense Forbes). El novio narco de Ana cree que el 
Ejército apoya al  cártel enemigo, el de Sinaloa, para apoderarse de Ciudad 
Juárez, la mayor  plaza del paso de las drogas que llegan  desde Colombia a 
los consumidores de  los Estados Unidos. Y esto, para él, no es una guerra 
contra el narco, sino  contra su cártel, el de Juárez. Una guerra que rompe 
todas las leyes que hay  entre los narcos: no ejecutar a inocentes, a niños ni 
a mujeres. Incluso,  dice que hay escuadrones militares que están matando a 
los jóvenes de Juárez  de las colonias más pobres para acabar con la cantera 
que nutre a su  cártel. 
Ella intenta sacar la  parte buena de su novio, pero hay días en que piensa 
que es imposible  cambiarlo porque él no ha conocido otra vida. Su madre 
era prostituta y  murió de una sobredosis de heroína cuando él era un 
adolescente. Por eso,  dice Ana, él cuida a las chavas con las que coge. Les da 
dinero para sus  hijos, les compra un carrito. «Al final, ellas son prostitutas 
y él, un  malandro», dice. Y ella es una enamorada de las historias de un  
narco. 
3. 
Luz María Dávila llegó a  la maquiladora huyendo de su hogar. Había pasado 
tres semanas de luto por la  muerte de sus dos hijos, y ya no soportaba las 
ausencias en su casa. Pero en  la fábrica encontró lo que no esperaba: sus 
compañeros la observaban  como a un  ídolo, querían acercarse a ella para 
felicitarla por haberse atrevido a  decirle al presidente de México, Felipe 
Calderón, lo que ellos sienten: que  está equivocado. 
Dos semanas después  del asesinato de sus hijos,  el 12 de  febrero del 
2010, Dávila saltó el cinturón de  seguridad que protegía al presidente en su 
primera visita a Ciudad Juárez  tras el comienzo de su llamada guerra contra 
el narcotráfico, que ya llevaba  dos años. Calderón había dicho que los 
quince jóvenes masacrados en esa  fiesta estudiantil de la colonia obrera Villas 
de Salvárcar (entre los que  estaban los hijos de Dávila) eran unos 
pandilleros y que tenían vínculos con  el crimen organizado. El día de su visita a 
Juárez, Dávila se le  acercó. 
En esta ciudad todos los  que son asesinados (más de cinco mil, entre 
estudiantes, profesores  universitarios, médicos, abogados, activistas, pequeños 
empresarios, mujeres  y más) pasan a la lista de gente relacionada con el 
narco, y no se  investigan sus muertes. Me lo dice un comandante ministerial 
que recibe un  salario para esclarecer los crímenes. 
Dávila mide poco más de  un metro y medio, y ese día, ante el presidente, 
vestía un suéter azul.  Junto a él estaban otras autoridades de  México, del 
Estado de Chihuahua, sentados  enfrente de un seleccionado auditorio de unos 
cuatrocientos líderes de  Ciudad Juárez. Allí Dávila dijo sin interrupción: 
«Discúlpeme, señor  presidente, pero no le doy la mano porque usted no es 
mi amigo. Yo no le  puedo dar la bienvenida porque para mí usted no es 
bienvenido… nadie lo  es… 
El Ferriz (alcalde) y el  Baeza (gobernador) siempre dicen lo mismo, pero 
no  hacen nada señor  presidente, y yo no tengo justicia, tengo muertos a mis 
dos hijos, quiero  que se ponga en mi lugar… 
No es justo que  mis  muchachitos estaban en una fiesta y los mataran; 
quiero que usted  se disculpe por lo que dijo, que eran pandilleros. ¡Es 
mentira! Uno estaba  en la prepa y otro en la UACJ (Universidad Autónoma de Ciudad 
Juárez); no  estaban en la calle, estudiaban y trabajaban. Porque aquí hace 
dos años que  se están cometiendo asesinatos, se están cometiendo muchas 
cosas y nadie  hace algo. Y yo sólo quiero que se haga justicia, y no sólo para 
mis dos  niños, sino para todos». 
«Por supuesto», alcanzó  a decir Calderón. Pero Dávila le contestó: «¡No me 
diga “por supuesto”, haga  algo! Si a usted le hubieran matado a un hijo, 
usted debajo de las piedras  buscaba al asesino, pero como yo no tengo los 
recursos, no los puedo  buscar…». Los días siguientes, los presentadores de 
televisión hablaban de  Dávila al comenzar sus noticieros. Las portadas de 
los diarios la  mencionaban, publicaban su fotografía y resaltaban alguna de 
sus  frases. 
¿Pero cómo felicitarla  si acababan de ser asesinados sus hijos? De vuelta 
en su trabajo, entre la  grasa y las piezas para construir bocinas para los 
altavoces de los  automóviles por setecientos pesos a la semana (unos 
cincuenta y cinco  dólares), ella habría deseado que todas las miradas admiradas 
de sus  compañeros se convirtieran en una: la de su hijo Marcos, de 
diecinueve años,  que trabajaba delante de ella. Lo hacía hasta las 3:30 de la tarde 
para  después ir a la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, donde estudiaba 
 Relaciones Internacionales. Al salir, madre e hijo se abrazaban con Luis  
Piña, el padre, el esposo, que entraba a trabajar como guardia de  seguridad 
en la maquiladora. 
Luego, Luz María Dávila  regresaba a la casa. A cocinar. A limpiar. A 
esperar a José Luis, de  dieciséis años, que volvía de la preparatoria. Y, en ese 
ritual de la espera  de la familia al completo, compartían alguna broma 
mientras el pequeño de  los Piña 
Dávila realizaba las  tareas escolares. El futuro que ella soñaba darles 
ahora se ha transformado  en una esperanza de que la justicia la redima. Pero 
teme que puedan llegar  las represalias que surgen en Ciudad Juárez para los 
que denuncian la  injusticia en este surrealismo que mata. Ella intenta no 
caerse por su  esposo, José Luis Piña, un chihuahuense de Lagunitas, que la 
hace sonreír y  la mima desde hace veinte años. 
Ahora Luz María Dávila  comienza a partir dos pasteles en la cocina de su 
casa. La acompañan su  hermana mayor y los hijos y nietos de ésta. Es su 
cumpleaños cuarenta y  tres. La reunión es en una mesita donde se encontraba 
hasta hace unas  semanas el ataúd de su hijo Jose Luis, separado del de Marcos 
por la  refrigeradora. Allí ahora hay un pequeño altar con flores y dos 
fotos en honor a sus hijos, y dos cruces  de yeso. Cada tarde ella reza en cada 
una de las casas de los ocho  estudiantes asesinados de su misma calle. 
«No quiero más muertos  en Ciudad Juárez –dice–. Desde que llegó el 
Ejército no se puede vivir.  Exijo justicia. No la justicia de convertir a 
inocentes en culpables cuando  hay presión a las autoridades como hemos visto, no 
chivos expiatorios».  Dávila viajó a la Ciudad de México junto con Guadalupe 
Meléndez, la madre de  uno de los presuntos sicarios que mataron a sus hijos 
–un chico de  veinticuatro años llamado Israel Arzate Meléndez–. Se 
conocieron en una  marcha contra los asesinatos donde se pedía el retiro del 
Ejército y la  renuncia de los tres niveles de gobierno. 
Luz María Dávila es la  única madre de la matanza de la colonia de Villas 
de Salvárcar que se ha  negado a aceptar la ayuda que, en esta ocasión, ha 
ofrecido el gobierno  mexicano: el pago de los recibos atrasados de gas, una 
visa de turista  estadounidense para huir de la ciudad y el pago de la 
mudanza. «Las muertes  de mis hijos no están en venta», dice sin titubear. «Ni mi  
silencio». 
4. 
Este sábado Leslie G.  tuvo de nuevo un enfrentamiento con su jefe, en la 
barra del bar en el que  trabaja. Ella puede acceder a subirse un poquito más 
la falda. A que sus  senos surjan salvajes en su blusita. Incluso, a 
besarse con sus clientes:  narcos, abogados, médicos, sicarios, hombres casados, 
gordos o feos. Puede  hacerlo por unos dólares. Pero a lo que se niega es a 
servir a los soldados,  como su jefe  se lo exige. «¿Cómo los voy a atender? –
dice–. Se sientan uniformados, con  sus armas y otros cuidándolos en la 
puerta. Mira cómo está la situación y no  hacen ni madres [nada]. Se les está 
pagando, vivimos con retenes militares,  y uno chingando para ganar un taco». 
Ella tiene su dignidad y sus principios  –añade–. Aunque sean comandantes. 
Leslie G. tiene veintiún  años y es la mesera y acompañante más codiciada 
en la barra más exclusiva de  Ciudad Juárez, desde que fue madre en el 2007 y 
su novio la abandonó en el  embarazo. Su mamá incluso la animó a abortar, 
pero ella se negó. Y no se  arrepintió: ahora siente que hay alguien que la  
quiere. 
Comenzó a buscar un  trabajo con el que pudiera seguir estudiando 
cosmetología y cuidar a su  pequeño, pero la única opción que encontró fue un anuncio 
para pasar drogas  a los Estados Unidos en diferentes automóviles a cambio 
de unos doscientos  dólares por cada viaje. La otra opción era trabajar en 
la barra. Prefirió el  bar. 
Antes ganaba unos  trescientos dólares cada noche. Pero desde que comenzó 
la llamada guerra  contra el narco que inició el presidente Calderón, hay 
días en que no llega  ni a los cuarenta dólares. Varios de sus clientes han 
sido ejecutados, otros  huyeron a los Estados Unidos y a los nuevos, los 
soldados, no les da ni una  de sus refrescantes sonrisas, aunque tengan dinero y 
lleguen con fajos de  billetes como antes mostraban los narcos. 
Todas las tardes, Leslie  G. llega a la barra del bar en una zona de  
Juárez donde en los años cuarenta estrellas estadounidenses como Liz Taylor, John 
 Wayne o Marilyn Monroe disfrutaban de la diversión y el alcohol prohibido 
en  los Estados Unidos. Los casinos de Juárez fueron el modelo para crear  
Las Vegas.  De esas noches majestuosas, ahora sólo queda el recuerdo con 
prostíbulos  baratos, barras de bares decadentes y la oscuridad de los letreros 
que  anuncian la venta de los negocios. 
Leslie G. deja sus  pantalones ajustados, se suelta el cabello, se maquilla 
para recibir a la  noche. Lo hace en un cuartito sin ventanas con armario 
del que surgen varias viejas fotos del líder revolucionario mexicano Pancho 
Villa,  como en la  mayoría de los hogares de Ciudad Juárez, que lo tienen en 
lugar de la Virgen  de Guadalupe. Y cuando se mira en el espejo, no 
reconoce su imagen: «Qué  bajo he caído –dice–, como Juaritos». 
5. 
El cielo estaba hermoso  en Nueva York, casi tan intenso como el azul de 
Ciudad Juárez. Un grupo de  jóvenes afroamericanos bailaba un poco de rap para 
los turistas, mientras  que otros caribeños arreciaban con las percusiones 
mirando hacia el reflejo  de los rascacielos en el lago. Una señora en sus 
sesenta años, con varias  cirugías y cabello rubio platino, paseaba a tres 
perritos por el puente. Una  góndola intentaba imitar a las de Venecia, 
incluso con barítono incluido  (algo desentonado) y una pareja de enamorados, y se 
perdía en el paisaje de  ensueño. 
–¿Estás segura, Judith,  de que quieres regresar a Ciudad Juárez? ¿Dejar 
todo ese mundo y esas  fiestas a las que vas? Puedes morir, el reto en Ciudad 
Juárez está ahora en  sobrevivir un día más –me advirtió el abogado Gustavo 
de la Rosa, visitador  de la Comisión Estatal de Derechos Humanos en Ciudad  
Juárez. 
–Sí. Soy periodista,  recuérdalo. A veces me pregunto cuántos muertos hacen 
falta para que un  consumidor estadounidense tenga una dosis de cocaína y 
la disfrute en paz,  aquí en la ciudad de los sueños. 
Esta conversación  ocurrió un mes antes de mi regreso a Ciudad Juárez. De 
la Rosa y yo hablamos  como nunca  antes en estos doce años que nos 
conocemos. Conversamos por Skype y ambos en  dos lugares bien distintos de los 
Estados Unidos: él desde la frontera, en  El Paso, Tejas (había huido días antes 
tras  recibir amenazas de muerte) y yo desde Central Park, en Nueva York, 
donde  vivía otra realidad de la vida: la de las aventuras (y desventuras) de 
las  estrellas del mundo de la farándula. Era la  escritora principal de la 
mayor revista de espectáculos en el  país. 
Quería saber cómo estaba  él, y darle la noticia de que regresaba a la 
frontera. Desde que supe de su  huida a los Estados Unidos no habíamos podido 
comunicarnos. De pronto, en la  pantalla de mi computadora portátil apareció 
un hombre distinto al que  conozco desde hace tanto tiempo. El de ahora era 
uno cansado, sin su huracán  de vida en la  mirada y con su cabello blanco  
revolucionado. 
Regresé a Juárez en  octubre del 2009. Algunas de mis fuentes, a las  que 
fui conociendo en los doce años que he cubierto la frontera, ya no  estaban. 
Unas habían huido a los Estados Unidos o al interior de México.  Otras 
estaban en ataúdes. Comencé de nuevo. Otra etapa después de tres años  en Nueva 
York. Un segundo tiempo en esta ciudad donde el horror del feminicidio se  
reproduce con la fatalidad de los chivos expiatorios. Si antes éste era para  
las jóvenes bellas (eso sí, todas pobres) ahora se ha democratizado para  
toda la sociedad: quince años de impunidad y más de quinientas mujeres  
muertas y decenas de desaparecidas, empujan a un segundo plano la violencia  
extrema que padece ahora toda la ciudad. 
Ahora son las 11:50 de  la noche: he acudido a reportar diez crímenes en 
menos de seis horas. En  todo el día murieron quince personas. En la mayoría 
de los casos, he llegado  antes que las fuerzas de seguridad, y a pesar de 
que para hacerlo he  escuchado las claves del escáner de la policía, que está  
intervenido por los periodistas. También por los narcotraficantes, que en  
ocasiones anuncian la autoría de sus hechos interrumpiendo la señal con  
música de corridos mexicanos: unos son los preferidos del Cártel de Juárez  y 
otros los de Sinaloa. 
Para acordarme  del número exacto de muertitos, como se les llama en  el 
argot periodístico de Juárez, he mirado mis notas. A veces, he estado en  el 
lugar menos de quince minutos. Había que salir a otro evento. Las  distancias 
en Ciudad Juárez son grandes. Como su cielo de azul feroz y sus mágicos  
atardeceres. Como también los porqués. Desde que  regresé, han sido ejecutadas 
más de mil quinientas personas. En menos de  siete meses. Como un estadio 
lleno de gente que de  pronto desaparece ante tus ojos.
 
____________________________________
_______________________________________________
Grupito mailing  list
Grupito en lists.sonic.net
http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito

------------ pr�xima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: <http://lists.sonic.net/pipermail/grupito/attachments/20100713/a887f61d/attachment.html>


More information about the Grupito mailing list