[Grupito] : proxima tertulia el 20 de julio de 2010

Ecomujeres at aol.com Ecomujeres at aol.com
Tue Jul 13 09:21:35 PDT 2010


 
ENGLISH VERSION FOLLOWS  SPANISH 
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ANUNCIOS 
Favor de contactarme si  quieres ofrecer tu casa; todavía no tenemos 
programada la próxima tertulia en  agosto. 
Re: RSVP’s. Favor de enviar  tu RSVP directamente al anfitrión; no hagas 
click en “Reply” para este  mensaje. 
Re: Como contactarme si tienes problemas o preguntas –  usa mi correo 
personal
_ecomujeres en aol.com_ (mailto:ecomujeres en aol.com)  en vez del correo del 
grupito (no acepta  mensajes) 
************************************************************** 
Saludos: 
La próxima tertulia  literaria y gastronómica tendrá lugar el día 20 de 
julio (el martes), a las 7:00  de la noche en la casa de Jane Brown:

6225 Ross  Street 
Oakland, CA 
El RSVP (para el 18 de julio  ) es obligatorio: 510-658-9530 o 
_janebcal en yahoo.com_ (mailto:janebcal en yahoo.com)  
Directions:  From  Berkeley & North.  Come to College and Claremont 
intersection.  Note a third  street called Florio  Street between the Claremont 
Diner and the First  Federal Savings & Loan.  Take  Florio street 4 blocks. It 
dead ends in  Ross St. Turn left. I am the 4th house on the left.  
From East Oakland, take #13 to the  intersection with 24.  Stay on left 
side of road and   follow directions towards Oakland.  Get off at  Colllege  
Ave exit.  Turn right on College Ave and go 4  blocks to the interesection of 
College & Clarement.  Turn right onto  Florio  Street and follow directions  
above. 
La lectura, "Chac Mool" por  Carlos Fuentes está atado a este mensaje en 
formato PDF.   
Ademas, hay abajo una copia  de la lectura por si acaso tengas problemas 
con el  documento. 
Te rogamos que vengas  preparado, habiendo leído la lectura de 
antemano, y que traigas un  plato y/o una bebida para compartir. 
Debra  Valov 
_ecomujeres en aol.com_ (mailto:ecomujeres en aol.com)  
ENGLISH******************************************************* 
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ANNOUNCEMENTS 
************* 
Please contact me if you’d  like to offer your place for the next or 
upcoming tertulias. We don’t have  anything scheduled yet for August. 
Re: RSVP’s.  Please send your RSVP directly to the  host as indicated in 
the message; don’t click on reply for this  message. 
Re: Contacting me if you  have questions or problems – send email to my 
personal email _ecomujeres en aol.com_ (mailto:ecomujeres en aol.com) , not to the 
email for  the grupito (that email doesn’t accept messages). 
*************************************************************** 
Hello! 
The next tertulia will take  place on July 20 (Tuesday) at 7 pm at  
Jane  Brown´s. 
6225 Ross  Street 
Oakland, CA 
An RSVP (by July 18) is  required: 510-658-9530 or _janebcal en yahoo.com_ 
(mailto:janebcal en yahoo.com)  
Directions:  From  Berkeley & North.  Come to College and Claremont 
intersection.  Note a third  street called Florio  Street between the Claremont 
Diner and the First  Federal Savings & Loan.  Take  Florio street 4 blocks. It 
dead ends in  Ross St. Turn left. I am the 4th house on the left.  
From East Oakland, take #13 to the  intersection with 24.  Stay on left 
side of road and   follow directions towards Oakland.  Get off at  Colllege  
Ave exit.  Turn right on College Ave and go 4  blocks to the interesection of 
College & Clarement.  Turn right onto  Florio  Street and follow directions  
above. 
The reading, "Chac Mool" by  Carlos Fuentes is attached as a PDF. A copy is 
also pasted below this message in  case you have problems with the PDF. 
Please come prepared, having  already read the story, and bring a plate 
and/or drink to  share. 
Debra  Valov 
_ecomujeres en aol.com_ (mailto:ecomujeres en aol.com)  
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Grupito mailing  list 
Para inscribirse en la lista de  correo del Grupito/to join the Grupito 
mailing list:  _http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito_ 
(http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito)  
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LECTURA / READING 
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“Chac Mool” de Carlos  Fuentes
[Cuento. Texto completo] 
     
Hace poco tiempo,  Filiberto murió ahogado en Acapulco. Sucedió en Semana 
Santa. Aunque  había sido despedido de su empleo en la Secretaría, Filiberto 
no pudo  resistir la tentación burocrática de ir, como todos los años, a la 
pensión  alemana, comer el choucrout endulzado por los sudores de la cocina  
tropical, bailar el Sábado de Gloria en La Quebrada y sentirse “gente  
conocida” en el oscuro anonimato vespertino de la Playa de Hornos. Claro,  
sabíamos que en su juventud había nadado bien; pero ahora, a los cuarenta,  y tan 
desmejorado como se le veía, ¡intentar salvar, a la medianoche, el  largo 
trecho entre Caleta y la isla de la Roqueta! Frau Müller no permitió  que se 
le velara, a pesar de ser un cliente tan antiguo, en la pensión;  por el 
contrario, esa noche organizó un baile en la terracita sofocada,  mientras 
Filiberto esperaba, muy pálido dentro de su caja, a que saliera  el camión 
matutino de la terminal, y pasó acompañado de huacales y fardos  la primera noche 
de su nueva vida. Cuando llegué, muy temprano, a vigilar  el embarque del 
féretro, Filiberto estaba bajo un  túmulo de cocos: el chofer dijo que lo 
acomodáramos rápidamente en el  toldo y lo cubriéramos con lonas, para que no 
se espantaran los pasajeros,  y a ver si no le habíamos echado la sal al 
viaje.  
Salimos de Acapulco a  la hora de la brisa tempranera. Hasta Tierra 
Colorada nacieron el calor y  la luz. Mientras desayunaba huevos y chorizo abrí el 
cartapacio de  Filiberto, recogido el día anterior, junto con sus otras 
pertenencias, en  la pensión de los Müller. Doscientos pesos. Un periódico 
derogado de la  ciudad de México. Cachos de lotería. El pasaje de ida -¿sólo de 
ida? Y el  cuaderno barato, de hojas cuadriculadas y tapas de papel mármol.   
Me aventuré a leerlo,  a pesar de las curvas, el hedor a vómitos y cierto 
sentimiento natural de  respeto por la vida privada de mi difunto amigo. 
Recordaría -sí, empezaba  con eso- nuestra cotidiana labor en la oficina; quizá 
sabría, al fin, por  qué fue declinado, olvidando sus deberes, por qué 
dictaba oficios sin  sentido, ni número, ni “Sufragio Efectivo No Reelección”. 
Por qué, en fin,  fue corrido, olvidaba la pensión, sin respetar los 
escalafones.   
“Hoy fui a arreglar lo  de mi pensión. El Licenciado, amabilísimo. Salí tan 
contento que decidí  gastar cinco pesos en un café. Es el mismo al que 
íbamos de jóvenes y al  que ahora nunca concurro, porque me recuerda que a los 
veinte años podía  darme más lujos que a los cuarenta. Entonces todos 
estábamos en un mismo  plano,  hubiéramos rechazado con energía cualquier opinión 
peyorativa hacia los  compañeros; de hecho, librábamos la batalla por 
aquellos a quienes en la  casa discutían por su baja extracción o falta de 
elegancia. Yo sabía que  muchos de ellos (quizá los más humildes) llegarían muy alto 
y aquí, en la  Escuela, se iban a forjar las amistades duraderas en cuya 
compañía  cursaríamos el mar bravío. No, no fue así. No hubo reglas. Muchos de 
los  humildes se quedaron allí, muchos llegaron más arriba de lo que 
pudimos  pronosticar en aquellas fogosas, amables tertulias. Otros, que parecíamos 
 prometerlo todo, nos quedamos a la mitad del camino, destripados en un  
examen extracurricular, aislados por una zanja invisible de los que  
triunfaron y de los que nada alcanzaron. En fin, hoy volví a sentarme en  las sillas 
modernizadas -también hay, como barricada de una invasión, una  fuente de 
sodas- y pretendí leer expedientes. Vi a muchos antiguos  compañeros, 
cambiados, amnésicos, retocados de luz neón, prósperos. Con el  café que casi no 
reconocía, con la ciudad misma, habían ido cincelándose a  ritmo distinto del 
mío. No, ya no me reconocían; o no  me querían reconocer. A lo sumo -uno o 
dos- una mano gorda y rápida sobre  el hombro. Adiós viejo, qué tal. Entre 
ellos y yo mediaban los dieciocho  agujeros del Country Club. Me disfracé 
detrás de los expedientes.  Desfilaron en mi memoria los años de las grandes 
ilusiones, de los  pronósticos felices y, también todas las omisiones que 
impidieron su  realización. Sentí la angustia de no poder meter los dedos en el 
pasado y  pegar los trozos de algún rompecabezas abandonado; pero el arcón de 
los  juguetes se va olvidando y, al cabo, ¿quién sabrá dónde fueron a dar 
los  soldados de plomo, los cascos, las espadas de madera? Los  disfraces tan 
queridos, no fueron más que eso. Y sin embargo, había habido  constancia, 
disciplina, apego al deber. ¿No era suficiente, o sobraba? En  ocasiones me 
asaltaba el recuerdo de Rilke. La gran recompensa de la  aventura de juventud 
debe ser la muerte; jóvenes, debemos partir con todos  nuestros secretos. 
Hoy, no tendría que volver la mirada a las ciudades de  sal. ¿Cinco pesos? Dos 
de propina.”  
“Pepe, aparte de su  pasión por el derecho mercantil, gusta de teorizar. Me 
vio salir de  Catedral, y juntos nos encaminamos a Palacio. Él es 
descreído, pero no le  basta; en media cuadra tuvo que fabricar una teoría. Que si yo 
no fuera  mexicano, no adoraría a Cristo y -No, mira, parece evidente. 
Llegan los  españoles y te proponen adorar a un Dios muerto hecho un coágulo, 
con el  costado herido, clavado en una cruz. Sacrificado. Ofrendado. ¿Qué cosa 
más  natural que aceptar un sentimiento tan cercano a todo tu ceremonial, a 
 toda tu vida?... figúrate, en cambio, que México hubiera sido conquistado  
por budistas o por mahometanos. No es concebible que nuestros indios  
veneraran a un individuo que murió de indigestión. Pero un Dios al que no  le 
basta que se sacrifiquen por él, sino que incluso va a que le arranquen  el 
corazón, ¡caramba, jaque mate a Huitzilopochtli! El cristianismo, en su  
sentido cálido, sangriento, de sacrificio y liturgia, se vuelve una  prolongación 
natural y novedosa de la religión indígena. Los aspectos  caridad, amor y la 
otra mejilla, en cambio, son rechazados. Y todo en  México es eso: hay que 
matar a los hombres para poder creer en ellos.   
“Pepe conocía mi  afición, desde joven, por ciertas formas de arte indígena 
mexicana. Yo  colecciono estatuillas, ídolos, cacharros. Mis fines de 
semana los paso en  Tlaxcala o en Teotihuacán. Acaso por esto le guste relacionar 
todas las  teorías que elabora para mi consumo con estos temas. Por cierto 
que busco  una réplica razonable del Chac Mool desde hace tiempo, y hoy Pepe 
me  informa de un lugar en la Lagunilla donde venden uno de piedra y parece 
 que barato. Voy a ir el domingo.  
“Un guasón pintó de  rojo el agua del garrafón en la oficina, con la  
consiguiente perturbación de las labores. He debido consignarlo al  Director, a 
quien sólo le dio mucha risa. El culpable se ha valido de esta  circunstancia 
para hacer sarcasmos a mis costillas el día entero, todos en  torno al 
agua. Ch...”  
“Hoy domingo,  aproveché para ir a la Lagunilla. Encontré el Chac Mool en 
la tienducha  que me señaló Pepe. Es una pieza preciosa, de tamaño natural, y 
aunque el  marchante asegura su originalidad, lo dudo. La piedra es 
corriente, pero  ello no aminora la elegancia de la postura o lo macizo del bloque. 
El  desleal vendedor le ha embarrado salsa de tomate en la barriga al ídolo 
 para convencer a los turistas de la sangrienta autenticidad de la  
escultura.  
“El traslado a la casa  me costó más que la adquisición. Pero ya está aquí, 
por el momento en el  sótano mientras reorganizo mi cuarto de trofeos a fin 
de darle cabida.  Estas figuras necesitan sol vertical y fogoso; ese fue su 
elemento y  condición. Pierde mucho mi Chac Mool en la oscuridad del 
sótano; allí,  es un simple bulto agónico, y su mueca parece reprocharme que le 
niegue la  luz. El comerciante tenía un foco que iluminaba verticalmente en la 
 escultura, recortando todas sus aristas y dándole una expresión más  
amable. Habrá que seguir su ejemplo.”  
“Amanecí con la  tubería descompuesta. Incauto, dejé correr el agua de la 
cocina y se  desbordó, corrió por el piso y llego hasta el sótano, sin que me 
 percatara. El Chac Mool resiste la humedad, pero mis maletas sufrieron.  
Todo esto, en día de labores, me obligó a llegar tarde a la oficina.”   
“Vinieron, por fin, a  arreglar la tubería. Las maletas, torcidas. Y el 
Chac Mool, con lama en la  base.”  
“Desperté a la una:  había escuchado un quejido terrible. Pensé en 
ladrones. Pura imaginación.”   
“Los lamentos  nocturnos han seguido. No sé a qué atribuirlo, pero estoy 
nervioso. Para  colmo de males, la tubería volvió a descomponerse, y las 
lluvias se han  colado, inundando el sótano.”  
“El plomero no viene;  estoy desesperado. Del Departamento del Distrito 
Federal, más vale no  hablar. Es la primera vez que el agua de las lluvias no 
obedece a las  coladeras y viene a dar a mi sótano. Los quejidos han cesado: 
vaya una  cosa por otra.”  
“Secaron el sótano, y  el Chac Mool está cubierto de lama. Le da un aspecto 
grotesco, porque toda  la masa de la escultura parece padecer de una 
erisipela verde, salvo los  ojos, que han permanecido de piedra. Voy a aprovechar 
el domingo para  raspar el musgo. Pepe me ha recomendado cambiarme a una 
casa de  apartamentos, y tomar el piso más alto, para evitar estas tragedias  
acuáticas. Pero yo no puedo dejar este caserón, ciertamente es muy grande  
para mí solo, un poco lúgubre en su arquitectura porfiriana. Pero es la  única 
herencia y recuerdo de mis padres. No sé qué me daría ver una fuente  de 
sodas con sinfonola en el sótano y una tienda de decoración en la  planta baja.
”  
“Fui a raspar el musgo  del Chac Mool con una espátula. Parecía ser ya 
parte de la piedra; fue  labor de más de una hora, y sólo a las seis de la tarde 
pude terminar. No  se distinguía muy bien la penumbra; al finalizar el 
trabajo, seguí con la  mano los contornos de la piedra. Cada vez que lo 
repasaba, el bloque  parecía reblandecerse. No quise creerlo: era ya casi una pasta. 
Este  mercader de la Lagunilla me ha timado. Su escultura precolombina es 
puro  yeso, y la humedad acabará por arruinarla. Le he echado encima unos  
trapos; mañana la pasaré a la pieza de arriba, antes de que sufra un  
deterioro total.”  
“Los trapos han caído  al suelo, increíble. Volví a palpar el Chac Mool. Se 
ha endurecido pero no  vuelve a la consistencia de la piedra. No quiero 
escribirlo: hay en el  torso algo de la textura de la carne, al apretar los 
brazos los siento de  goma, siento que algo circula por esa figura recostada... 
Volví a bajar en  la noche. No cabe duda: el Chac Mool tiene vello en los 
brazos.”   
“Esto nunca me había  sucedido. Tergiversé los asuntos en la oficina, giré 
una orden de pago que  no estaba autorizada, y el Director tuvo que llamarme 
la atención. Quizá  me mostré hasta descortés con los compañeros. Tendré 
que ver a un médico,  saber si es mi imaginación o delirio o qué, y deshacerme 
de ese maldito  Chac Mool.”  
Hasta aquí la  escritura de Filiberto era la antigua, la que tantas veces 
vi en formas y  memoranda, ancha y ovalada. La entrada del 25 de agosto, sin 
embargo,  parecía escrita por otra persona. A veces como niño, separando  
trabajosamente cada letra; otras, nerviosa, hasta diluirse en lo  
ininteligible. Hay tres días vacíos, y el relato  continúa: 
“Todo es tan natural;  y luego se cree en lo real... pero esto lo es, más 
que lo creído por mí.  Si es real un garrafón, y más, porque nos damos mejor 
cuenta de su  existencia, o estar, si un bromista pinta el agua de rojo... 
Real bocanada  de cigarro efímera, real imagen monstruosa en un espejo de 
circo, reales,  ¿no lo son todos los muertos, presentes y olvidados?... si un 
hombre  atravesara el paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba 
de que  había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su 
mano...  ¿entonces, qué?... Realidad: cierto día la quebraron en mil pedazos, la  
cabeza fue a dar allá, la cola aquí y nosotros no conocemos más que uno de  
los trozos desprendidos de su gran cuerpo. Océano libre y ficticio, sólo  
real cuando se le aprisiona en el rumor de un caracol marino. Hasta hace  tres 
días, mi realidad lo era al grado de haberse borrado hoy; era  movimiento 
reflejo, rutina, memoria, cartapacio. Y luego, como la tierra  que un día 
tiembla para que recordemos su poder, o como la muerte que un  día llegará, 
recriminando mi olvido de toda la vida, se presenta otra  realidad: sabíamos 
que estaba allí, mostrenca; ahora nos sacude para  hacerse viva y presente. 
Pensé, nuevamente, que era pura imaginación: el  Chac Mool, blando y elegante, 
había cambiado de color en una noche;  amarillo, casi dorado, parecía 
indicarme que era un dios, por ahora laxo,  con las rodillas menos tensas que 
antes, con la sonrisa más benévola. Y  ayer, por fin, un despertar 
sobresaltado, con esa seguridad espantosa de  que hay dos respiraciones en la noche, de 
que en la oscuridad laten más  pulsos que el propio. Sí, se escuchaban pasos 
en la escalera. Pesadilla.  Vuelta a dormir... No sé cuánto tiempo pretendí 
dormir. Cuando volvía a  abrir los ojos, aún no amanecía. El cuarto olía a 
horror, a incienso y  sangre. Con la mirada negra, recorrí la recámara, 
hasta detenerme en dos  orificios de luz parpadeante, en dos flámulas crueles y 
amarillas.   
“Casi sin aliento,  encendí la luz. 
“Allí estaba Chac  Mool, erguido, sonriente, ocre, con su barriga 
encarnada. Me paralizaron  los dos ojillos casi bizcos, muy pegados al caballete de 
la nariz  triangular. Los dientes inferiores mordían el labio superior, 
inmóviles;  sólo el brillo del casuelón cuadrado sobre la cabeza anormalmente  
voluminosa, delataba vida. Chac Mool avanzó hacia mi cama; entonces empezó  a 
llover.”  
Recuerdo que a fines  de agosto, Filiberto fue despedido de la Secretaría, 
con una recriminación  pública del Director y rumores de locura y hasta de 
robo. Esto no lo creí.  Sí pude ver unos oficios descabellados, preguntándole 
al Oficial Mayor si  el agua podía olerse, ofreciendo sus servicios al 
Secretario de Recursos  Hidráulicos para hacer llover en el desierto. No supe 
qué explicación  darme a mí mismo; pensé que las lluvias excepcionalmente 
fuertes, de ese  verano, habían enervado a mi amigo. O que alguna depresión 
moral debía  producir la vida en aquel caserón antiguo, con la mitad de los 
cuartos  bajo llave y empolvados, sin criados ni vida de familia. Los apuntes  
siguientes son de fines de septiembre:  
“Chac Mool puede ser  simpático cuando quiere, ‘...un gluglú de agua 
embelesada’... Sabe  historias fantásticas sobre los monzones, las lluvias 
ecuatoriales y el  castigo de los desiertos; cada planta arranca de su paternidad 
mítica: el  sauce es su hija descarriada, los lotos, sus niños mimados; su 
suegra, el  cacto. Lo que no puedo tolerar es el olor, extrahumano, que emana 
de esa  carne que no lo es, de las sandalias flamantes de vejez. Con risa  
estridente, Chac Mool revela cómo fue descubierto por Le Plongeon y puesto  
físicamente en contacto de hombres de otros símbolos. Su espíritu ha  vivido 
en el cántaro y en la tempestad, naturalmente; otra cosa es su  piedra, y 
haberla arrancado del escondite maya en el que yacía es  artificial y cruel. 
Creo que Chac Mool nunca lo perdonará. Él sabe de la  inminencia del hecho 
estético.  
“He debido  proporcionarle sapolio para que se lave el vientre que el 
mercader, al  creerlo azteca, le untó de salsa ketchup. No pareció gustarle mi 
pregunta  sobre su parentesco con Tlaloc_1_ 
(http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/fuentes/chac.htm#1) , y cuando se enoja, sus dientes, de por sí 
repulsivos,  se afilan y brillan. Los primeros días, bajó a dormir al 
sótano; desde  ayer, lo hace en mi cama.”  
“Hoy empezó la  temporada seca. Ayer, desde la sala donde ahora duermo, 
comencé a oír los  mismos lamentos roncos del principio, seguidos de ruidos 
terribles. Subí;  entreabrí la puerta de la recámara: Chac Mool estaba 
rompiendo las  lámparas, los muebles; al verme, saltó hacia la puerta con las manos  
arañadas, y apenas pude cerrar e irme a esconder al baño. Luego bajó,  
jadeante, y pidió agua; todo el día tiene corriendo los grifos, no queda  un 
centímetro seco en la casa. Tengo que dormir muy abrigado, y le he  pedido que 
no empape más la sala_2_ 
(http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/fuentes/chac.htm#2) .”  
“El Chac inundó hoy la  sala. Exasperado, le dije que lo iba a devolver al 
mercado de la  Lagunilla. Tan terrible como su risilla -horrorosamente 
distinta a  cualquier risa de hombre o de animal- fue la bofetada que me dio, con 
ese  brazo cargado de pesados brazaletes. Debo reconocerlo: soy su 
prisionero.  Mi idea original era bien distinta: yo dominaría a Chac Mool, como se  
domina a un juguete; era, acaso, una prolongación de mi seguridad  infantil; 
pero la niñez -¿quién lo dijo?- es fruto comido por los años, y  yo no me 
he dado cuenta... Ha tomado mi ropa y se pone la bata cuando  empieza a 
brotarle musgo verde. El Chac Mool está acostumbrado a que se le  obedezca, desde 
siempre y para siempre; yo, que nunca he debido mandar,  sólo puedo 
doblegarme ante él. Mientras no llueva -¿y su poder mágico?-  vivirá colérico e 
irritable.”  
“Hoy decidí que en las  noches Chac Mool sale de la casa. Siempre, al 
oscurecer, canta una tonada  chirriona y antigua, más vieja que el canto mismo. 
Luego cesa. Toqué  varias veces a su puerta, y como no me contestó, me 
atrevía a entrar. No  había vuelto a ver la recámara desde el día en que la 
estatua trató de  atacarme: está en ruinas, y allí se concentra ese olor a 
incienso y sangre  que ha permeado la casa. Pero detrás de la puerta, hay huesos: 
huesos de  perros, de ratones y gatos. Esto es lo que roba en la noche el 
Chac Mool  para sustentarse. Esto explica los ladridos espantosos de todas las  
madrugadas.”  
“Febrero, seco. Chac  Mool vigila cada paso mío; me ha obligado a 
telefonear a una fonda para  que diariamente me traigan un portaviandas. Pero el 
dinero sustraído de la  oficina ya se va a acabar. Sucedió lo inevitable: desde 
el día primero,  cortaron el agua y la luz por falta de pago. Pero Chac Mool 
ha descubierto  una fuente pública a dos cuadras de aquí; todos los días 
hago diez o doce  viajes por agua, y él me observa desde la azotea. Dice que 
si intento huir  me fulminará: también es Dios del Rayo. Lo que él no sabe es 
que estoy al  tanto de sus correrías nocturnas... Como no hay luz, debo 
acostarme a las  ocho. Ya debería estar acostumbrado al Chac Mool, pero hace 
poco, en la  oscuridad, me topé con él en la escalera, sentí sus brazos 
helados, las  escamas de su piel renovada y quise gritar.”  
“Si no llueve pronto,  el Chac Mool va a convertirse otra vez en piedra. He 
notado sus  dificultades recientes para moverse; a veces se reclina durante 
horas,  paralizado, contra la pared y parece ser, de nuevo, un ídolo 
inerme, por  más dios de la tempestad y el trueno que se le considere. Pero estos  
reposos sólo le dan nuevas fuerzas para vejarme, arañarme como si pudiese  
arrancar algún líquido de mi carne. Ya no tienen lugar aquellos  intermedios 
amables durante los cuales relataba viejos cuentos; creo notar  en él una 
especie de resentimiento concentrado. Ha habido otros indicios  que me han 
puesto a pensar: los vinos de mi bodega se están acabando; Chac  Mool acaricia 
la seda de la bata; quiere que traiga una criada a la casa,  me ha hecho 
enseñarle a usar jabón y lociones. Incluso hay algo viejo en  su cara que 
antes parecía eterna. Aquí puede estar mi salvación: si el  Chac cae en 
tentaciones, si se humaniza, posiblemente todos sus siglos de  vida se acumulen en 
un instante y caiga fulminado por el poder aplazado  del tiempo. Pero también 
me pongo a pensar en algo terrible: el Chac no  querrá que yo asista a su 
derrumbe, no querrá un testigo..., es posible  que desee matarme.”  
“Hoy aprovecharé la  excursión nocturna de Chac para huir. Me iré a 
Acapulco; veremos qué puede  hacerse para conseguir trabajo y esperar la muerte de 
Chac Mool; sí, se  avecina; está canoso, abotagado. Yo necesito asolearme, 
nadar y recuperar  fuerzas. Me quedan cuatrocientos pesos. Iré a la Pensión 
Müller, que es  barata y cómoda. Que se adueñe de todo Chac Mool: a ver 
cuánto dura sin  mis baldes de agua.”  
Aquí termina el diario  de Filiberto. No quise pensar más en su relato; 
dormí hasta Cuernavaca. De  ahí a México pretendí dar coherencia al escrito, 
relacionarlo con exceso  de trabajo, con algún motivo sicológico. Cuando, a 
las nueve de la noche,  llegamos a la terminal, aún no podía explicarme la 
locura de mi amigo.  Contraté una camioneta para llevar el féretro a casa de 
Filiberto, y  después de allí ordenar el entierro.  
Antes de que pudiera  introducir la llave en la cerradura, la puerta se 
abrió. Apareció un indio  amarillo, en bata de casa, con bufanda. Su aspecto no 
podía ser más  repulsivo; despedía un olor a loción barata, quería cubrir 
las arrugas con  la cara polveada; tenía la boca embarrada de lápiz labial 
mal aplicado, y  el pelo daba la impresión de estar teñido.  
-Perdone... no sabía  que Filiberto hubiera...  
-No importa; lo sé  todo. Dígale a los hombres que lleven el cadáver al  
sótano. 
FIN
1. Deidad azteca de la  lluvia. 
2. Filiberto no explica en qué lengua se entendía con  el Chac Mool.
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------------ pr�xima parte ------------
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