[Grupito] : proxima tertulia el 20 de julio de 2010
Ecomujeres at aol.com
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Tue Jul 13 09:21:35 PDT 2010
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ANUNCIOS
Favor de contactarme si quieres ofrecer tu casa; todavía no tenemos
programada la próxima tertulia en agosto.
Re: RSVP’s. Favor de enviar tu RSVP directamente al anfitrión; no hagas
click en “Reply” para este mensaje.
Re: Como contactarme si tienes problemas o preguntas – usa mi correo
personal
_ecomujeres en aol.com_ (mailto:ecomujeres en aol.com) en vez del correo del
grupito (no acepta mensajes)
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Saludos:
La próxima tertulia literaria y gastronómica tendrá lugar el día 20 de
julio (el martes), a las 7:00 de la noche en la casa de Jane Brown:
6225 Ross Street
Oakland, CA
El RSVP (para el 18 de julio ) es obligatorio: 510-658-9530 o
_janebcal en yahoo.com_ (mailto:janebcal en yahoo.com)
Directions: From Berkeley & North. Come to College and Claremont
intersection. Note a third street called Florio Street between the Claremont
Diner and the First Federal Savings & Loan. Take Florio street 4 blocks. It
dead ends in Ross St. Turn left. I am the 4th house on the left.
From East Oakland, take #13 to the intersection with 24. Stay on left
side of road and follow directions towards Oakland. Get off at Colllege
Ave exit. Turn right on College Ave and go 4 blocks to the interesection of
College & Clarement. Turn right onto Florio Street and follow directions
above.
La lectura, "Chac Mool" por Carlos Fuentes está atado a este mensaje en
formato PDF.
Ademas, hay abajo una copia de la lectura por si acaso tengas problemas
con el documento.
Te rogamos que vengas preparado, habiendo leído la lectura de
antemano, y que traigas un plato y/o una bebida para compartir.
Debra Valov
_ecomujeres en aol.com_ (mailto:ecomujeres en aol.com)
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ANNOUNCEMENTS
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Please contact me if you’d like to offer your place for the next or
upcoming tertulias. We don’t have anything scheduled yet for August.
Re: RSVP’s. Please send your RSVP directly to the host as indicated in
the message; don’t click on reply for this message.
Re: Contacting me if you have questions or problems – send email to my
personal email _ecomujeres en aol.com_ (mailto:ecomujeres en aol.com) , not to the
email for the grupito (that email doesn’t accept messages).
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Hello!
The next tertulia will take place on July 20 (Tuesday) at 7 pm at
Jane Brown´s.
6225 Ross Street
Oakland, CA
An RSVP (by July 18) is required: 510-658-9530 or _janebcal en yahoo.com_
(mailto:janebcal en yahoo.com)
Directions: From Berkeley & North. Come to College and Claremont
intersection. Note a third street called Florio Street between the Claremont
Diner and the First Federal Savings & Loan. Take Florio street 4 blocks. It
dead ends in Ross St. Turn left. I am the 4th house on the left.
From East Oakland, take #13 to the intersection with 24. Stay on left
side of road and follow directions towards Oakland. Get off at Colllege
Ave exit. Turn right on College Ave and go 4 blocks to the interesection of
College & Clarement. Turn right onto Florio Street and follow directions
above.
The reading, "Chac Mool" by Carlos Fuentes is attached as a PDF. A copy is
also pasted below this message in case you have problems with the PDF.
Please come prepared, having already read the story, and bring a plate
and/or drink to share.
Debra Valov
_ecomujeres en aol.com_ (mailto:ecomujeres en aol.com)
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LECTURA / READING
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“Chac Mool” de Carlos Fuentes
[Cuento. Texto completo]
Hace poco tiempo, Filiberto murió ahogado en Acapulco. Sucedió en Semana
Santa. Aunque había sido despedido de su empleo en la Secretaría, Filiberto
no pudo resistir la tentación burocrática de ir, como todos los años, a la
pensión alemana, comer el choucrout endulzado por los sudores de la cocina
tropical, bailar el Sábado de Gloria en La Quebrada y sentirse “gente
conocida” en el oscuro anonimato vespertino de la Playa de Hornos. Claro,
sabíamos que en su juventud había nadado bien; pero ahora, a los cuarenta, y tan
desmejorado como se le veía, ¡intentar salvar, a la medianoche, el largo
trecho entre Caleta y la isla de la Roqueta! Frau Müller no permitió que se
le velara, a pesar de ser un cliente tan antiguo, en la pensión; por el
contrario, esa noche organizó un baile en la terracita sofocada, mientras
Filiberto esperaba, muy pálido dentro de su caja, a que saliera el camión
matutino de la terminal, y pasó acompañado de huacales y fardos la primera noche
de su nueva vida. Cuando llegué, muy temprano, a vigilar el embarque del
féretro, Filiberto estaba bajo un túmulo de cocos: el chofer dijo que lo
acomodáramos rápidamente en el toldo y lo cubriéramos con lonas, para que no
se espantaran los pasajeros, y a ver si no le habíamos echado la sal al
viaje.
Salimos de Acapulco a la hora de la brisa tempranera. Hasta Tierra
Colorada nacieron el calor y la luz. Mientras desayunaba huevos y chorizo abrí el
cartapacio de Filiberto, recogido el día anterior, junto con sus otras
pertenencias, en la pensión de los Müller. Doscientos pesos. Un periódico
derogado de la ciudad de México. Cachos de lotería. El pasaje de ida -¿sólo de
ida? Y el cuaderno barato, de hojas cuadriculadas y tapas de papel mármol.
Me aventuré a leerlo, a pesar de las curvas, el hedor a vómitos y cierto
sentimiento natural de respeto por la vida privada de mi difunto amigo.
Recordaría -sí, empezaba con eso- nuestra cotidiana labor en la oficina; quizá
sabría, al fin, por qué fue declinado, olvidando sus deberes, por qué
dictaba oficios sin sentido, ni número, ni “Sufragio Efectivo No Reelección”.
Por qué, en fin, fue corrido, olvidaba la pensión, sin respetar los
escalafones.
“Hoy fui a arreglar lo de mi pensión. El Licenciado, amabilísimo. Salí tan
contento que decidí gastar cinco pesos en un café. Es el mismo al que
íbamos de jóvenes y al que ahora nunca concurro, porque me recuerda que a los
veinte años podía darme más lujos que a los cuarenta. Entonces todos
estábamos en un mismo plano, hubiéramos rechazado con energía cualquier opinión
peyorativa hacia los compañeros; de hecho, librábamos la batalla por
aquellos a quienes en la casa discutían por su baja extracción o falta de
elegancia. Yo sabía que muchos de ellos (quizá los más humildes) llegarían muy alto
y aquí, en la Escuela, se iban a forjar las amistades duraderas en cuya
compañía cursaríamos el mar bravío. No, no fue así. No hubo reglas. Muchos de
los humildes se quedaron allí, muchos llegaron más arriba de lo que
pudimos pronosticar en aquellas fogosas, amables tertulias. Otros, que parecíamos
prometerlo todo, nos quedamos a la mitad del camino, destripados en un
examen extracurricular, aislados por una zanja invisible de los que
triunfaron y de los que nada alcanzaron. En fin, hoy volví a sentarme en las sillas
modernizadas -también hay, como barricada de una invasión, una fuente de
sodas- y pretendí leer expedientes. Vi a muchos antiguos compañeros,
cambiados, amnésicos, retocados de luz neón, prósperos. Con el café que casi no
reconocía, con la ciudad misma, habían ido cincelándose a ritmo distinto del
mío. No, ya no me reconocían; o no me querían reconocer. A lo sumo -uno o
dos- una mano gorda y rápida sobre el hombro. Adiós viejo, qué tal. Entre
ellos y yo mediaban los dieciocho agujeros del Country Club. Me disfracé
detrás de los expedientes. Desfilaron en mi memoria los años de las grandes
ilusiones, de los pronósticos felices y, también todas las omisiones que
impidieron su realización. Sentí la angustia de no poder meter los dedos en el
pasado y pegar los trozos de algún rompecabezas abandonado; pero el arcón de
los juguetes se va olvidando y, al cabo, ¿quién sabrá dónde fueron a dar
los soldados de plomo, los cascos, las espadas de madera? Los disfraces tan
queridos, no fueron más que eso. Y sin embargo, había habido constancia,
disciplina, apego al deber. ¿No era suficiente, o sobraba? En ocasiones me
asaltaba el recuerdo de Rilke. La gran recompensa de la aventura de juventud
debe ser la muerte; jóvenes, debemos partir con todos nuestros secretos.
Hoy, no tendría que volver la mirada a las ciudades de sal. ¿Cinco pesos? Dos
de propina.”
“Pepe, aparte de su pasión por el derecho mercantil, gusta de teorizar. Me
vio salir de Catedral, y juntos nos encaminamos a Palacio. Él es
descreído, pero no le basta; en media cuadra tuvo que fabricar una teoría. Que si yo
no fuera mexicano, no adoraría a Cristo y -No, mira, parece evidente.
Llegan los españoles y te proponen adorar a un Dios muerto hecho un coágulo,
con el costado herido, clavado en una cruz. Sacrificado. Ofrendado. ¿Qué cosa
más natural que aceptar un sentimiento tan cercano a todo tu ceremonial, a
toda tu vida?... figúrate, en cambio, que México hubiera sido conquistado
por budistas o por mahometanos. No es concebible que nuestros indios
veneraran a un individuo que murió de indigestión. Pero un Dios al que no le
basta que se sacrifiquen por él, sino que incluso va a que le arranquen el
corazón, ¡caramba, jaque mate a Huitzilopochtli! El cristianismo, en su
sentido cálido, sangriento, de sacrificio y liturgia, se vuelve una prolongación
natural y novedosa de la religión indígena. Los aspectos caridad, amor y la
otra mejilla, en cambio, son rechazados. Y todo en México es eso: hay que
matar a los hombres para poder creer en ellos.
“Pepe conocía mi afición, desde joven, por ciertas formas de arte indígena
mexicana. Yo colecciono estatuillas, ídolos, cacharros. Mis fines de
semana los paso en Tlaxcala o en Teotihuacán. Acaso por esto le guste relacionar
todas las teorías que elabora para mi consumo con estos temas. Por cierto
que busco una réplica razonable del Chac Mool desde hace tiempo, y hoy Pepe
me informa de un lugar en la Lagunilla donde venden uno de piedra y parece
que barato. Voy a ir el domingo.
“Un guasón pintó de rojo el agua del garrafón en la oficina, con la
consiguiente perturbación de las labores. He debido consignarlo al Director, a
quien sólo le dio mucha risa. El culpable se ha valido de esta circunstancia
para hacer sarcasmos a mis costillas el día entero, todos en torno al
agua. Ch...”
“Hoy domingo, aproveché para ir a la Lagunilla. Encontré el Chac Mool en
la tienducha que me señaló Pepe. Es una pieza preciosa, de tamaño natural, y
aunque el marchante asegura su originalidad, lo dudo. La piedra es
corriente, pero ello no aminora la elegancia de la postura o lo macizo del bloque.
El desleal vendedor le ha embarrado salsa de tomate en la barriga al ídolo
para convencer a los turistas de la sangrienta autenticidad de la
escultura.
“El traslado a la casa me costó más que la adquisición. Pero ya está aquí,
por el momento en el sótano mientras reorganizo mi cuarto de trofeos a fin
de darle cabida. Estas figuras necesitan sol vertical y fogoso; ese fue su
elemento y condición. Pierde mucho mi Chac Mool en la oscuridad del
sótano; allí, es un simple bulto agónico, y su mueca parece reprocharme que le
niegue la luz. El comerciante tenía un foco que iluminaba verticalmente en la
escultura, recortando todas sus aristas y dándole una expresión más
amable. Habrá que seguir su ejemplo.”
“Amanecí con la tubería descompuesta. Incauto, dejé correr el agua de la
cocina y se desbordó, corrió por el piso y llego hasta el sótano, sin que me
percatara. El Chac Mool resiste la humedad, pero mis maletas sufrieron.
Todo esto, en día de labores, me obligó a llegar tarde a la oficina.”
“Vinieron, por fin, a arreglar la tubería. Las maletas, torcidas. Y el
Chac Mool, con lama en la base.”
“Desperté a la una: había escuchado un quejido terrible. Pensé en
ladrones. Pura imaginación.”
“Los lamentos nocturnos han seguido. No sé a qué atribuirlo, pero estoy
nervioso. Para colmo de males, la tubería volvió a descomponerse, y las
lluvias se han colado, inundando el sótano.”
“El plomero no viene; estoy desesperado. Del Departamento del Distrito
Federal, más vale no hablar. Es la primera vez que el agua de las lluvias no
obedece a las coladeras y viene a dar a mi sótano. Los quejidos han cesado:
vaya una cosa por otra.”
“Secaron el sótano, y el Chac Mool está cubierto de lama. Le da un aspecto
grotesco, porque toda la masa de la escultura parece padecer de una
erisipela verde, salvo los ojos, que han permanecido de piedra. Voy a aprovechar
el domingo para raspar el musgo. Pepe me ha recomendado cambiarme a una
casa de apartamentos, y tomar el piso más alto, para evitar estas tragedias
acuáticas. Pero yo no puedo dejar este caserón, ciertamente es muy grande
para mí solo, un poco lúgubre en su arquitectura porfiriana. Pero es la única
herencia y recuerdo de mis padres. No sé qué me daría ver una fuente de
sodas con sinfonola en el sótano y una tienda de decoración en la planta baja.
”
“Fui a raspar el musgo del Chac Mool con una espátula. Parecía ser ya
parte de la piedra; fue labor de más de una hora, y sólo a las seis de la tarde
pude terminar. No se distinguía muy bien la penumbra; al finalizar el
trabajo, seguí con la mano los contornos de la piedra. Cada vez que lo
repasaba, el bloque parecía reblandecerse. No quise creerlo: era ya casi una pasta.
Este mercader de la Lagunilla me ha timado. Su escultura precolombina es
puro yeso, y la humedad acabará por arruinarla. Le he echado encima unos
trapos; mañana la pasaré a la pieza de arriba, antes de que sufra un
deterioro total.”
“Los trapos han caído al suelo, increíble. Volví a palpar el Chac Mool. Se
ha endurecido pero no vuelve a la consistencia de la piedra. No quiero
escribirlo: hay en el torso algo de la textura de la carne, al apretar los
brazos los siento de goma, siento que algo circula por esa figura recostada...
Volví a bajar en la noche. No cabe duda: el Chac Mool tiene vello en los
brazos.”
“Esto nunca me había sucedido. Tergiversé los asuntos en la oficina, giré
una orden de pago que no estaba autorizada, y el Director tuvo que llamarme
la atención. Quizá me mostré hasta descortés con los compañeros. Tendré
que ver a un médico, saber si es mi imaginación o delirio o qué, y deshacerme
de ese maldito Chac Mool.”
Hasta aquí la escritura de Filiberto era la antigua, la que tantas veces
vi en formas y memoranda, ancha y ovalada. La entrada del 25 de agosto, sin
embargo, parecía escrita por otra persona. A veces como niño, separando
trabajosamente cada letra; otras, nerviosa, hasta diluirse en lo
ininteligible. Hay tres días vacíos, y el relato continúa:
“Todo es tan natural; y luego se cree en lo real... pero esto lo es, más
que lo creído por mí. Si es real un garrafón, y más, porque nos damos mejor
cuenta de su existencia, o estar, si un bromista pinta el agua de rojo...
Real bocanada de cigarro efímera, real imagen monstruosa en un espejo de
circo, reales, ¿no lo son todos los muertos, presentes y olvidados?... si un
hombre atravesara el paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba
de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su
mano... ¿entonces, qué?... Realidad: cierto día la quebraron en mil pedazos, la
cabeza fue a dar allá, la cola aquí y nosotros no conocemos más que uno de
los trozos desprendidos de su gran cuerpo. Océano libre y ficticio, sólo
real cuando se le aprisiona en el rumor de un caracol marino. Hasta hace tres
días, mi realidad lo era al grado de haberse borrado hoy; era movimiento
reflejo, rutina, memoria, cartapacio. Y luego, como la tierra que un día
tiembla para que recordemos su poder, o como la muerte que un día llegará,
recriminando mi olvido de toda la vida, se presenta otra realidad: sabíamos
que estaba allí, mostrenca; ahora nos sacude para hacerse viva y presente.
Pensé, nuevamente, que era pura imaginación: el Chac Mool, blando y elegante,
había cambiado de color en una noche; amarillo, casi dorado, parecía
indicarme que era un dios, por ahora laxo, con las rodillas menos tensas que
antes, con la sonrisa más benévola. Y ayer, por fin, un despertar
sobresaltado, con esa seguridad espantosa de que hay dos respiraciones en la noche, de
que en la oscuridad laten más pulsos que el propio. Sí, se escuchaban pasos
en la escalera. Pesadilla. Vuelta a dormir... No sé cuánto tiempo pretendí
dormir. Cuando volvía a abrir los ojos, aún no amanecía. El cuarto olía a
horror, a incienso y sangre. Con la mirada negra, recorrí la recámara,
hasta detenerme en dos orificios de luz parpadeante, en dos flámulas crueles y
amarillas.
“Casi sin aliento, encendí la luz.
“Allí estaba Chac Mool, erguido, sonriente, ocre, con su barriga
encarnada. Me paralizaron los dos ojillos casi bizcos, muy pegados al caballete de
la nariz triangular. Los dientes inferiores mordían el labio superior,
inmóviles; sólo el brillo del casuelón cuadrado sobre la cabeza anormalmente
voluminosa, delataba vida. Chac Mool avanzó hacia mi cama; entonces empezó a
llover.”
Recuerdo que a fines de agosto, Filiberto fue despedido de la Secretaría,
con una recriminación pública del Director y rumores de locura y hasta de
robo. Esto no lo creí. Sí pude ver unos oficios descabellados, preguntándole
al Oficial Mayor si el agua podía olerse, ofreciendo sus servicios al
Secretario de Recursos Hidráulicos para hacer llover en el desierto. No supe
qué explicación darme a mí mismo; pensé que las lluvias excepcionalmente
fuertes, de ese verano, habían enervado a mi amigo. O que alguna depresión
moral debía producir la vida en aquel caserón antiguo, con la mitad de los
cuartos bajo llave y empolvados, sin criados ni vida de familia. Los apuntes
siguientes son de fines de septiembre:
“Chac Mool puede ser simpático cuando quiere, ‘...un gluglú de agua
embelesada’... Sabe historias fantásticas sobre los monzones, las lluvias
ecuatoriales y el castigo de los desiertos; cada planta arranca de su paternidad
mítica: el sauce es su hija descarriada, los lotos, sus niños mimados; su
suegra, el cacto. Lo que no puedo tolerar es el olor, extrahumano, que emana
de esa carne que no lo es, de las sandalias flamantes de vejez. Con risa
estridente, Chac Mool revela cómo fue descubierto por Le Plongeon y puesto
físicamente en contacto de hombres de otros símbolos. Su espíritu ha vivido
en el cántaro y en la tempestad, naturalmente; otra cosa es su piedra, y
haberla arrancado del escondite maya en el que yacía es artificial y cruel.
Creo que Chac Mool nunca lo perdonará. Él sabe de la inminencia del hecho
estético.
“He debido proporcionarle sapolio para que se lave el vientre que el
mercader, al creerlo azteca, le untó de salsa ketchup. No pareció gustarle mi
pregunta sobre su parentesco con Tlaloc_1_
(http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/fuentes/chac.htm#1) , y cuando se enoja, sus dientes, de por sí
repulsivos, se afilan y brillan. Los primeros días, bajó a dormir al
sótano; desde ayer, lo hace en mi cama.”
“Hoy empezó la temporada seca. Ayer, desde la sala donde ahora duermo,
comencé a oír los mismos lamentos roncos del principio, seguidos de ruidos
terribles. Subí; entreabrí la puerta de la recámara: Chac Mool estaba
rompiendo las lámparas, los muebles; al verme, saltó hacia la puerta con las manos
arañadas, y apenas pude cerrar e irme a esconder al baño. Luego bajó,
jadeante, y pidió agua; todo el día tiene corriendo los grifos, no queda un
centímetro seco en la casa. Tengo que dormir muy abrigado, y le he pedido que
no empape más la sala_2_
(http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/fuentes/chac.htm#2) .”
“El Chac inundó hoy la sala. Exasperado, le dije que lo iba a devolver al
mercado de la Lagunilla. Tan terrible como su risilla -horrorosamente
distinta a cualquier risa de hombre o de animal- fue la bofetada que me dio, con
ese brazo cargado de pesados brazaletes. Debo reconocerlo: soy su
prisionero. Mi idea original era bien distinta: yo dominaría a Chac Mool, como se
domina a un juguete; era, acaso, una prolongación de mi seguridad infantil;
pero la niñez -¿quién lo dijo?- es fruto comido por los años, y yo no me
he dado cuenta... Ha tomado mi ropa y se pone la bata cuando empieza a
brotarle musgo verde. El Chac Mool está acostumbrado a que se le obedezca, desde
siempre y para siempre; yo, que nunca he debido mandar, sólo puedo
doblegarme ante él. Mientras no llueva -¿y su poder mágico?- vivirá colérico e
irritable.”
“Hoy decidí que en las noches Chac Mool sale de la casa. Siempre, al
oscurecer, canta una tonada chirriona y antigua, más vieja que el canto mismo.
Luego cesa. Toqué varias veces a su puerta, y como no me contestó, me
atrevía a entrar. No había vuelto a ver la recámara desde el día en que la
estatua trató de atacarme: está en ruinas, y allí se concentra ese olor a
incienso y sangre que ha permeado la casa. Pero detrás de la puerta, hay huesos:
huesos de perros, de ratones y gatos. Esto es lo que roba en la noche el
Chac Mool para sustentarse. Esto explica los ladridos espantosos de todas las
madrugadas.”
“Febrero, seco. Chac Mool vigila cada paso mío; me ha obligado a
telefonear a una fonda para que diariamente me traigan un portaviandas. Pero el
dinero sustraído de la oficina ya se va a acabar. Sucedió lo inevitable: desde
el día primero, cortaron el agua y la luz por falta de pago. Pero Chac Mool
ha descubierto una fuente pública a dos cuadras de aquí; todos los días
hago diez o doce viajes por agua, y él me observa desde la azotea. Dice que
si intento huir me fulminará: también es Dios del Rayo. Lo que él no sabe es
que estoy al tanto de sus correrías nocturnas... Como no hay luz, debo
acostarme a las ocho. Ya debería estar acostumbrado al Chac Mool, pero hace
poco, en la oscuridad, me topé con él en la escalera, sentí sus brazos
helados, las escamas de su piel renovada y quise gritar.”
“Si no llueve pronto, el Chac Mool va a convertirse otra vez en piedra. He
notado sus dificultades recientes para moverse; a veces se reclina durante
horas, paralizado, contra la pared y parece ser, de nuevo, un ídolo
inerme, por más dios de la tempestad y el trueno que se le considere. Pero estos
reposos sólo le dan nuevas fuerzas para vejarme, arañarme como si pudiese
arrancar algún líquido de mi carne. Ya no tienen lugar aquellos intermedios
amables durante los cuales relataba viejos cuentos; creo notar en él una
especie de resentimiento concentrado. Ha habido otros indicios que me han
puesto a pensar: los vinos de mi bodega se están acabando; Chac Mool acaricia
la seda de la bata; quiere que traiga una criada a la casa, me ha hecho
enseñarle a usar jabón y lociones. Incluso hay algo viejo en su cara que
antes parecía eterna. Aquí puede estar mi salvación: si el Chac cae en
tentaciones, si se humaniza, posiblemente todos sus siglos de vida se acumulen en
un instante y caiga fulminado por el poder aplazado del tiempo. Pero también
me pongo a pensar en algo terrible: el Chac no querrá que yo asista a su
derrumbe, no querrá un testigo..., es posible que desee matarme.”
“Hoy aprovecharé la excursión nocturna de Chac para huir. Me iré a
Acapulco; veremos qué puede hacerse para conseguir trabajo y esperar la muerte de
Chac Mool; sí, se avecina; está canoso, abotagado. Yo necesito asolearme,
nadar y recuperar fuerzas. Me quedan cuatrocientos pesos. Iré a la Pensión
Müller, que es barata y cómoda. Que se adueñe de todo Chac Mool: a ver
cuánto dura sin mis baldes de agua.”
Aquí termina el diario de Filiberto. No quise pensar más en su relato;
dormí hasta Cuernavaca. De ahí a México pretendí dar coherencia al escrito,
relacionarlo con exceso de trabajo, con algún motivo sicológico. Cuando, a
las nueve de la noche, llegamos a la terminal, aún no podía explicarme la
locura de mi amigo. Contraté una camioneta para llevar el féretro a casa de
Filiberto, y después de allí ordenar el entierro.
Antes de que pudiera introducir la llave en la cerradura, la puerta se
abrió. Apareció un indio amarillo, en bata de casa, con bufanda. Su aspecto no
podía ser más repulsivo; despedía un olor a loción barata, quería cubrir
las arrugas con la cara polveada; tenía la boca embarrada de lápiz labial
mal aplicado, y el pelo daba la impresión de estar teñido.
-Perdone... no sabía que Filiberto hubiera...
-No importa; lo sé todo. Dígale a los hombres que lleven el cadáver al
sótano.
FIN
1. Deidad azteca de la lluvia.
2. Filiberto no explica en qué lengua se entendía con el Chac Mool.
------------ pr�xima parte ------------
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