[Grupito] : tertulia el 22 de junio de 2010

Ecomujeres at aol.com Ecomujeres at aol.com
Sun Jun 13 23:08:03 PDT 2010


 
-  ENGLISH VERSION FOLLOWS SPANISH - 
****************************************************************************
* 
ANUNCIOS 
***************   
Favor  de contactarme si quieres ofrecer tu casa; todavía no tenemos 
programada la  próxima tertulia en julio. 
************************************************************** 
Saludos: 
La  próxima tertulia literaria y gastronómica tendrá lugar el día 22 de 
junio  
(el  martes), a las 7:00 de la noche en la casa de Sarita: 
612 Key  Route Blvd., Albany, CA 94706

Favor  de enviarle un RSVP por correo a: _naladamayanti en yahoo.com_ 
(mailto:naladamayanti en yahoo.com)  o  por teléfono (celular) (415) 717-9680

Direcciones: 
Coming from Oakland, take 80  East toward Sacramento.  Go past the Berkeley 
exits and take  Buchanan Ave/Albany Exit after Gilman. Go East toward the 
hills for a few  blocks, past the school.  Turn left on San Pablo Ave.  Go 
North on San Pablo for a couple of  blocks to Solano  Ave.  You will see 
Monterey's Cafe on the  right and a liquor store across the street.  Turn right, 
go past the movie  theater and under the raised BART tracks.  Turn left 
(North) on Key Route which is a  divided street.  Go down Key  Route for a few 
blocks past the high school.   Take a U-Turn at Brighton.  Her house is  the 
fourth on your right.  

If you are coming from Berkeley, follow  directions from Solano  Ave.  
La  lectura, El Coronel no tiene quien le escriba por Gabriel García 
Márquez, está  atada como un  documento PDF. Ademas, hay abajo una copia de la 
lectura si tienes problemas con  el PDF. 
Te  rogamos que vengas preparado, habiendo leído la lectura de 
antemano, y que traigas un plato y/o una bebida para  compartir. 
Debra  Valov 
www.lasecomujeres.org 
-  ENGLISH - 
************************************************************** 
ANNOUNCEMENTS 
************* 
Please contact me if you would like to offer your place for a  tertulia; we 
still don’t have any planned for July. 
*************************************************************** 
Hello! 
The  next tertulia will take place on June 22nd (Tuesday) at 7 pm at Sarita’
s  house. 
612 Key  Route Blvd., Albany, CA 94706

Please RSVP Sarita by email: _naladamayanti en yahoo.com_ 
(mailto:naladamayanti en yahoo.com)  o  by phone (cell) (415) 717-9680

Directions: 
Coming from Oakland, take 80  East toward Sacramento.  Go past the Berkeley 
exits and take  Buchanan Ave/Albany Exit after Gilman. Go East toward the 
hills for a few  blocks, past the school.  Turn left on San Pablo Ave.  Go 
North on San Pablo for a couple of  blocks to Solano  Ave.  You will see 
Monterey's Cafe on the  right and a liquor store across the street.  Turn right, 
go past the movie  theater and under the raised BART tracks.  Turn left 
(North) on Key Route which is a  divided street.  Go down Key  Route for a few 
blocks past the high school.   Take a U-Turn at Brighton.  Her house is  the 
fourth on your right.  

If you are coming from Berkeley, follow directions  from Solano  Ave.  
The  reading, El Coronel no tiene quien le escriba by Gabriel García 
Márquez, is  attached as a PDF file.  There is  also a copy of the story below in 
case you have problems with the PDF.  
Please come prepared, having already read the story, and  bring a plate 
and/or drink to share. 
Debra  Valov 
www.lasecomujeres.org 
****************************************************************************
* 
Grupito mailing list 
Para inscribirse en la lista  de correo del Grupito, visita: 
To  join the mailing list for El Grupito, go to:  
http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito 
****************************************************************************
* 
LA  LECTURA/THE READING 
El  Coronel no tiene quien le escriba 
Gabrial García Márquez 
El coronel... volvió a abrirse paso, sin mirar a nadie,  aturdido por los 
aplausos y los gritos, y salió a la calle con el gallo bajo el  brazo.

Todo el pueblo -la gente de abajo- salió a verlo pasar seguido por  los 
niños de la escuela.

Un negro gigantesco trepado en una mesa y con  una culebra enrollada en el 
cuello vendía medicinas sin licencia en una esquina  de la plaza. De regreso 
del puerto un grupo numeroso se había detenido  a escuchar su pregón. Pero 
cuando pasó el coronel con el gallo la atención se  desplazó hacia él. Nunca 
había sido tan largo el camino de su casa.

No se  arrepintió. Desde hacía mucho tiempo el pueblo yacía en una especie 
de sopor,  estragado por diez años de historia. Esa tarde -otro viernes sin 
carta- la gente  había despertado. El coronel se acordó de otra época. Se 
vio a sí mismo con su  mujer y su hijo asistiendo bajo el paraguas a un 
espectáculo que no fue  interrumpido a pesar de la lluvia. Se acordó de los 
dirigentes de su partido,  escrupulosamente peinados, abanicándose en el patio de 
su casa al compás de la  música. Revivió casi la dolorosa resonancia del 
bombo en sus intestinos.

Cruzó por  la calle paralela al río, y también allí encontró la tumultuosa 
muchedumbre de  los remotos domingos electorales. Observaban el descargue 
del circo. Desde el  interior de una tienda una mujer gritó algo relacionado 
con el gallo. Él siguió  absorto hasta su casa, todavía oyendo voces 
dispersas, como si lo persiguieran  los desperdicios de la ovación de la gallera.

En la puerta se dirigió a  los niños.

-Todos para su casa -dijo-. Al que entre lo saco a  correazos.

Puso la tranca y se dirigió directamente a la cocina. Su mujer  salió 
asfixiándose del dormitorio.

-Se lo llevaron a la  fuerza -gritó-. Les dije que el gallo no saldría de 
esta casa mientras yo  estuviera viva.

El coronel amarró el gallo al soporte de la hornilla.  Cambió el agua al 
tarro, perseguido por la voz frenética de la  mujer.

-Dijeron que se lo llevarían por encima de nuestros cadáveres  -dijo-. 
Dijeron que el gallo no era nuestro, sino de todo el pueblo.

Sólo  cuando terminó con el gallo el coronel se enfrentó al rostro 
trastornado de su  mujer.

Descubrió sin asombro que no le producía remordimiento ni  compasión.

-Hicieron bien -dijo calmadamente. Y luego, registrándose los  bolsillos, 
agregó, con una especie de insondable dulzura-: El gallo no se  vende.

Ella lo siguió hasta el dormitorio. Lo sintió completamente  humano, pero 
inasible, como si lo estuviera viendo en la pantalla de  un cine. El coronel 
extrajo del ropero un rollo de billetes, lo juntó al  que tenía en los 
bolsillos, contó el total y lo guardó en el ropero.
-Ahí hay  veintinueve pesos para devolvérselos a mi compadre Sabas -dijo-. 
El resto se le  paga cuando venga la pensión.

-Y si no viene... -preguntó la  mujer.

-Vendrá.

-Pero si no viene...

-Pues entonces no se  le paga.

Encontró los zapatos nuevos debajo de la cama. Volvió al armario  por la 
caja de cartón, limpió la suela con un trapo y metió los zapatos en la  caja, 
como los  llevó su esposa el domingo en la noche. Ella no se movió.

-Los zapatos se  devuelven -dijo el coronel-. Son trece pesos más para mi 
compadre.

-No  los reciben -dijo ella.

Tienen que recibirlos -replicó el coronel-. Sólo  me los he puesto dos 
veces.

-Los turcos no entienden de esas cosas -dijo  la mujer.

-Tienen que entender.

-Y si no entienden...

-Pues  entonces que no entiendan.

Se acostaron sin comer. El coronel esperó a  que su mujer terminara el 
rosario para apagar la lámpara. Pero no pudo dormir.  Oyó las campanas de la 
censura cinematográfica, y casi enseguida -tres horas  después- el toque de 
queda. La pedregosa respiración de la mujer se hizo  angustiosa con el aire 
helado de la madrugada. El coronel tenía aún los ojos  abiertos cuando ella 
habló con una voz reposada, conciliatoria.

-Estás  despierto.

-Sí.

-Trata de entrar en razón -dijo la mujer-. Habla  mañana con mi compadre 
Sabas.

-No viene hasta el lunes.

-Mejor  -dijo la mujer-. Así tendrás tres días para recapacitar.

-No hay nada que  recapacitar -dijo el coronel.

El viscoso aire de octubre había sido  sustituido por una frescura 
apacible. El coronel volvió a reconocer a diciembre  en el horario de los 
alcaravanes. Cuando dieron las dos, todavía no había podido  dormir. Pero sabía que su 
mujer también estaba despierta. Trató de cambiar de  posición en la hamaca.

-Estás desvelado -dijo la  mujer.

-Sí.

Ella pensó un momento.

-No estamos en  condiciones de hacer esto -dijo-. Ponte a pensar cuántos 
son cuatrocientos pesos  juntos.

-Ya falta poco para que venga la pensión -dijo el  coronel-.

-Estás diciendo lo mismo desde hace quince años.

-Por  eso -dijo el coronel-. Ya no puede demorar mucho más.
Ella hizo un silencio.  Pero cuando volvió a hablar, al coronel le pareció 
que el tiempo no había  transcurrido.

-Tengo la impresión de que esa plata no llegará nunca -dijo  la mujer.

-Llegará.

-Y si no llega...

Él no encontró la voz  para responder. Al primer canto del gallo tropezó 
con la realidad, pero volvió  a hundirse en un sueño denso, seguro, sin 
remordimientos. Cuando despertó, ya el  sol estaba alto. Su mujer dormía. El 
coronel repitió metódicamente, con dos  horas de retraso, sus movimientos 
matinales, y esperó a su esposa para  desayunar.

Ella se levantó impenetrable. Se dieron los buenos días y se  sentaron a 
desayunar en silencio. El coronel sorbió una taza de café negro  acompañada 
con un pedazo de queso y un pan de dulce. Pasó toda la mañana en la  
sastrería. A la una volvió a la casa y encontró a su mujer remendando entre las  
begonias.

-Es hora del almuerzo -dijo.

-No hay almuerzo  -dijo la mujer.

Él se encogió de hombros. Trató de tapar los portillos de  la cerca del  
patio para evitar que los niños entraran a la cocina. Cuando regresó al  
corredor, la  mesa estaba servida.

En el curso del almuerzo el coronel  comprendió que su esposa se estaba 
forzando para no llorar. Esa certidumbre lo  alarmó. Conocía el carácter de su 
mujer, naturalmente duro, y endurecido todavía  más por cuarenta años de 
amargura. La muerte de su hijo no le arrancó una  lágrima.

Fijó directamente en sus ojos una mirada de reprobación. Ella se  mordió 
los labios, se secó los párpados con la manga y siguió  almorzando.

-Eres un desconsiderado -dijo.

El coronel no  habló.

-Eres caprichoso, terco y desconsiderado -repitió ella. Cruzó los  
cubiertos sobre el plato, pero enseguida rectificó supersticiosamente la  posición-. 
Toda una vida comiendo tierra, para que ahora resulte que merezco  menos 
consideración que un gallo.

-Es distinto -dijo el  coronel.

-Es lo mismo -replicó la mujer-. Debías darte cuenta de que me  estoy 
muriendo, que esto que tengo no es una enfermedad, sino una  agonía.

El coronel no habló hasta cuando no terminó de  almorzar.

-Si el doctor me garantiza que vendiendo el gallo se te quita  el asma, lo 
vendo enseguida -dijo-. Pero si no, no.

Esa tarde llevó el  gallo a la gallera. De regreso encontró a su esposa al 
borde de la crisis. Se  paseaba a lo largo del corredor, el cabello  suelto 
a la espalda, los brazos abiertos, buscando el aire por encima del silbido 
de sus  pulmones. Allí estuvo hasta la prima noche. Luego se acostó sin 
dirigirse a su  marido.

Masticó oraciones hasta un poco después del toque de queda.  Entonces el 
coronel se dispuso a apagar la lámpara. Pero ella se opuso.
-No  quiero morirme en tinieblas -dijo.

El coronel dejó la lámpara en el  suelo. Empezaba a sentirse agotado. Tenía 
deseos de olvidarse de todo, de dormir  de un tirón cuarenta y cuatro días 
y despertar el veinte de enero a las tres de  la tarde, en la gallera y en 
el momento exacto de soltar el gallo. pero se sabía  amenazado por la vigilia 
de la mujer.

-Es la misma historia de siempre -  comenzó ella un momento después-. 
Nosotros ponemos el hambre para que coman los  otros. Es la misma historia desde 
hace cuarenta años.

El coronel guardó  silencio hasta cuando su esposa hizo una pausa para 
preguntarle si estaba  despierto. Él respondió que sí. La mujer continuó en un 
tono liso, fluyente,  implacable.

-Todo el mundo ganará con el gallo, menos nosotros. Somos los  únicos que 
no tenemos ni un centavo para apostar.

-El dueño del gallo tiene derecho a  un veinte por ciento.

-También tenías derecho a tu pensión de veterano  después de exponer el 
pellejo en la guerra civil. Ahora todo el mundo tiene su  vida asegurada, y tú 
estás muerto de hambre, completamente solo.

-No  estoy solo -dijo el coronel.

Trató de explicar algo, pero lo venció el  sueño. Ella siguió hablando 
sordamente hasta cuando se dio cuenta de que su  esposo dormía. Entonces salió 
del mosquitero y se paseó por la sala en  tinieblas. Allí siguió hablando. El 
coronel la llamó en la  madrugada.

Ella apareció en la puerta, espectral, iluminada desde abajo  por la 
lámpara casi extinguida.

La apagó antes de entrar al mosquitero.  Pero siguió hablando.

-Vamos a hacer una cosa -la interrumpió el  coronel.

-Lo único que se puede hacer es vender el gallo -dijo la  mujer.

-También se puede vender el reloj.

-No lo  compran.

-Mañana trataré de que Álvaro me dé los cuarenta  pesos.

-No te los da.

-Entonces se vende el cuadro.

Cuando  la mujer volvió a hablar estaba otra vez fuera del mosquitero. El 
coronel percibió su  respiración impregnada de hierbas medicinales.

-No lo compran  -dijo.

-Ya veremos -dijo el coronel suavemente, sin un rastro de  alteración en la 
voz-. Ahora duérmete. Si mañana no se puede vender nada, se  pensará en 
otra cosa.
Trató de tener los ojos abiertos, pero lo quebrantó el  sueño. Cayó hasta 
el fondo de una sustancia sin tiempo y sin espacio, donde las  palabras de su 
mujer tenían un significado diferente. Pero un instante después  se sintió 
sacudido por el hombro.

-Contéstame.

El coronel no supo  si había oído esa palabra antes o después del sueño. 
Estaba amaneciendo. La ventana se  recortaba en la claridad verde del domingo. 
Pensó que tenía fiebre. Le ardían  los ojos y tuvo que hacer un gran 
esfuerzo para recobrar la lucidez.

-Qué  se puede hacer si no se puede vender nada -repitió la mujer.

-Entonces ya  será veinte de enero -dijo el coronel, perfectamente 
consciente-. El veinte por  ciento lo pagan esa misma tarde.

-Si el gallo gana -dijo la mujer-. Pero  si pierde. No se te ha ocurrido 
que el gallo puede perder.

-Es un gallo  que no puede perder.
-Pero suponte que pierda.

-Todavía faltan  cuarenta y cinco días para empezar a pensar en eso -dijo 
el coronel.

La  mujer se desesperó.

-Y mientras tanto qué comemos -preguntó, y agarró al  coronel por el cuello 
de la franela.

Lo sacudió con energía-. Dime, qué  comemos.

El coronel necesitó setenta y cinco años -los setenta y cinco  años de su 
vida, minuto a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro,  
explícito, invencible, en el momento de responder.   

------------ pr�xima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: <http://lists.sonic.net/pipermail/grupito/attachments/20100614/e1a2b0c8/attachment.html>
------------ pr�xima parte ------------
A non-text attachment was scrubbed...
Name: no disponible
Type: application/pdf
Size: 18719 bytes
Desc: no disponible
URL: <http://lists.sonic.net/pipermail/grupito/attachments/20100614/e1a2b0c8/attachment.pdf>


More information about the Grupito mailing list