[Grupito] : ? rescheduled host 26th?
Ecomujeres at aol.com
Ecomujeres at aol.com
Mon Jul 25 16:36:19 PDT 2011
Hola:
Ana Griffin ofreció su departamento para manana, el 26, si todavía hay
gente que quieren asistir a la tertulia.
La misma lectura, adjunta y abajo.
Su información sigue:
Debido a su departamento pequeño, solo hay espacio para 14 huéspedes. Por
eso, el RSVP a Ana es obligatorio: _snarlyelf2002 en yahoo.com_
(mailto:snarlyelf2002 en yahoo.com)
Ella enviará las direcciones a su casa a cada uno de los primeros 14 que
responden.
*****************************************
Ana Griffin has offered her house for the 26th (Tuesday) in place of the
cancelled tertulia.
Same story, attached and below.
If you are interested, contact her as follows:
Because her apartment is small, there is only room for 14 guests and so an
RSVP is required: _snarlyelf2002 en yahoo.com_
(mailto:snarlyelf2002 en yahoo.com) . She will send directions to her place to the first 14 people to RSVP.
Gabriel García Márquez
(Aracata, Colombia 1928—)
El ahogado mas hermoso del mundo
Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se
acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo.
Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una
ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los matorrales de
sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios
que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado.
Habían jugado con él toda la tarde, enterrándolo y desenterrándolo en la
arena, cuando alguien los vio por casualidad y dio la voz de alarma en el
pueblo. Los hombres que lo cargaron hasta la casa más próxima notaron que
pesaba más que todos los muertos conocidos, casi tanto como un caballo, y se
dijeron que tal vez había estado demasiado tiempo a la deriva y el agua se
le había metido dentro de los huesos. Cuando lo tendieron en el suelo vieron
que había sido mucho más grande que todos los hombres, pues apenas si
cabía en la casa, pero pensaron que tal vez la facultad de seguir creciendo
después de la muerte estaba en la naturaleza de ciertos ahogados. Tenía el
olor del mar, y sólo la forma permitía suponer que era el cadáver de un ser
humano, porque su piel estaba revestida de una coraza de rémora y de lodo.
No tuvieron que limpiarle la cara para saber que era un muerto ajeno. El
pueblo tenía apenas unas veinte casas de tablas, con patios de piedras sin
flores, desperdigadas en el extremo de un cabo desértico. La tierra era tan
escasa, que las madres andaban siempre con el temor de que el viento se
llevara a los niños, y a los muertos que les iban causando los años tenían que
tirarlos en los acantilados. Pero el mar era manso y pródigo, y todos los
hombres cabían en siete botes. Así que cuando se encontraron el ahogado les
bastó con mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que estaban
completos.
Aquella noche no salieron a trabajar en el mar. Mientras los hombres
averiguaban si no faltaba alguien en los pueblos vecinos, las mujeres se
quedaron cuidando al ahogado. Le quitaron el lodo con tapones de esparto, le
desenredaron del cabello los abrojos submarinos y le rasparon la rémora con
fierros de desescamar pescados. A medida que lo hacían, notaron que su
vegetación era de océanos remotos y de aguas profundas, y que sus ropas estaban en
piltrafas, como si hubiera navegado por entre laberintos de corales.
Notaron también que sobrellevaba la muerte con altivez, pues no tenía el
semblante solitario de los otros ahogados del mar, ni tampoco la catadura sórdida y
menesterosa de los ahogados fluviales. Pero solamente cuando acabaron de
limpiarlo tuvieron conciencia de la clase de hombre que era, y entonces se
quedaron sin aliento. No sólo era el más alto, el más fuerte, el más viril y
el mejor armado que habían visto jamás, sino que todavía cuando lo estaban
viendo no les cabía en la imaginación.
No encontraron en el pueblo una cama bastante grande para tenderlo ni una
mesa bastante sólida para velarlo. No le vinieron los pantalones de fiesta
de los hombres más altos, ni las camisas dominicales de los más
corpulentos, ni los zapatos del mejor plantado. Fascinadas por su desproporción y su
hermosura, las mujeres decidieron entonces hacerle unos pantalones con un
pedazo de vela cangreja, y una camisa de bramante de novia, para que pudiera
continuar su muerte con dignidad. Mientras cosían sentadas en círculo,
contemplando el cadáver entre puntada y puntada, les parecía que el viento no
había sido nunca tan tenaz ni el Caribe había estado nunca tan ansioso como
aquella noche, y suponían que esos cambios tenían algo que ver con el
muerto. Pensaban que si aquel hombre magnífico hubiera vivido en el pueblo, su
casa habría tenido las puertas más anchas, el techo más alto y el piso más
firme, y el bastidor de su cama habría sido de cuadernas maestras con pernos
de hierro, y su mujer habría sido la más feliz. Pensaban que habría tenido
tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos
por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho
brotar manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido
sembrar flores en los acantilados. Lo compararon en secreto con sus propios
hombres, pensando que no serían capaces de hacer en toda una vida lo que aquél
era capaz de hacer en una noche, y terminaron por repudiarlos en el fondo de
sus corazones como los seres más escuálidos y mezquinos de la tierra.
Andaban extraviadas por esos dédalos de fantasía, cuando la más vieja de las
mujeres, que por ser la más vieja había contemplado al ahogado con menos
pasión que compasión, suspiró:
—Tiene cara de llamarse Esteban.
Era verdad. A la mayoría le bastó con mirarlo otra vez para comprender que
no podía tener otro nombre. Las más porfiadas, que eran las más jóvenes,
se mantuvieron con la ilusión de que al ponerle la ropa, tendido entre
flores y con unos zapatos de charol, pudiera llamarse Lautaro. Pero fue una
ilusión vana. El lienzo resultó escaso, los pantalones mal cortados y peor
cosidos le quedaron estrechos, y las fuerzas ocultas de su corazón hacían
saltar los botones de la camisa. Después de la media noche se adelgazaron los
silbidos del viento y el mar cayó en el sopor del miércoles. El silencio
acabó con las últimas dudas: era Esteban. Las mujeres que lo habían vestido,
las que lo habían peinado, las que le habían cortado las uñas y raspado la
barba no pudieron reprimir un estremecimiento de compasión cuando tuvieron
que resignarse a dejarlo tirado por los suelos. Fue entonces cuando
comprendieron cuánto debió haber sido de infeliz con aquel cuerpo descomunal, si
hasta después de muerto le estorbaba. Lo vieron condenado en vida a pasar de
medio lado por las puertas, a descalabrarse con los travesaños, a permanecer
de pie en las visitas sin saber qué hacer con sus tiernas y rosadas manos
de buey de mar, mientras la dueña de casa buscaba la silla más resistente y
le suplicaba muerta de miedo siéntese aquí Esteban, hágame el favor, y él
recostado contra las paredes, sonriendo, no se preocupe señora, así estoy
bien, con los talones en carne viva y las espaldas escaldadas de tanto
repetir lo mismo en todas las visitas, no se preocupe señora, así estoy bien,
sólo para no pasar vergüenza de desbaratar la silla, y acaso sin haber sabido
nunca que quienes le decían no te vayas Esteban, espérate siquiera hasta
que hierva el café, eran los mismos que después susurraban ya se fue el bobo
grande, qué bueno, ya se fue el tonto hermoso. Esto pensaban las mujeres
frente al cadáver un poco antes del amanecer. Más tarde, cuando le taparon la
cara con un pañuelo para que no le molestara la luz, lo vieron tan muerto
para siempre, tan indefenso, tan parecido a sus hombres, que se les
abrieron las primeras grietas de lágrimas en el corazón. Fue una de las más
jóvenes la que empezó a sollozar. Las otras, asentándose entre sí, pasaron de los
suspiros a los lamentos, y mientras más sollozaban más deseos sentían de
llorar, porque el ahogado se les iba volviendo cada vez más Esteban, hasta
que lo lloraron tanto que fue el hombre más desvalido de la tierra, el más
manso y el más servicial, el pobre Esteban. Así que cuando los hombres
volvieron con la noticia de que el ahogado no era tampoco de los pueblos
vecinos, ellas sintieron un vacío de júbilo entre las lágrimas.
—¡Bendito sea Dios —suspiraron—: es nuestro!
Los hombres creyeron que aquellos aspavientos no eran más que frivolidades
de mujer. Cansados de las tortuosas averiguaciones de la noche, lo único
que querían era quitarse de una vez el estorbo del intruso antes de que
prendiera el sol bravo de aquel día árido y sin viento. Improvisaron unas
angarillas con restos de trinquetes y botavaras, y las amarraron con carlingas
de altura, para que resistieran el peso del cuerpo hasta los acantilados.
Quisieron encadenarle a los tobillos un ancla de buque mercante para que
fondeara sin tropiezos en los mares más profundos donde los peces son ciegos y
los buzos se mueren de nostalgia, de manera que las malas corrientes no
fueran a devolverlo a la orilla, como había sucedido con otros cuerpos. Pero
mientras más se apresuraban, más cosas se les ocurrían a las mujeres para
perder el tiempo. Andaban como gallinas asustadas picoteando amuletos de mar
en los arcones, unas estorbando aquí porque querían ponerle al ahogado los
escapularios del buen viento, otras estorbando allá para abrocharse una
pulsera de orientación, y al cabo de tanto quítate de ahí mujer, ponte donde
no estorbes, mira que casi me haces caer sobre el difunto, a los hombres se
les subieron al hígado las suspicacias y empezaron a rezongar que con qué
objeto tanta ferretería de altar mayor para un forastero, si por muchos
estoperoles y calderetas que llevara encima se lo iban a masticar los
tiburones, pero ellas seguían tricotando sus reliquias de pacotilla, llevando y
trayendo, tropezando, mientras se les iba en suspiros lo que no se les iba en
lágrimas, así que los hombres terminaron por despotricar que de cuándo acá
semejante alboroto por un muerto al garete, un ahogado de nadie, un fiambre
de mierda. Una de las mujeres, mortificada por tanta insolencia, le quitó
entonces al cadáver el pañuelo de la cara, y también los hombres se quedaron
sin aliento.
Era Esteban. No hubo que repetirlo para que lo reconocieran. Si les
hubieran dicho Sir Walter Raleigh, quizás, hasta ellos se habrían impresionado
con su acento de gringo, con su guacamayo en el hombro, con su arcabuz de
matar caníbales, pero Esteban solamente podía ser uno en el mundo, y allí
estaba tirado como un sábalo, sin botines, con unos pantalones de sietemesino y
esas uñas rocallosas que sólo podían cortarse a cuchillo. Bastó con que le
quitaran el pañuelo de la cara para darse cuenta de que estaba
avergonzado, de que no tenía la culpa de ser tan grande, ni tan pesado ni tan hermoso,
y si hubiera sabido que aquello iba a suceder habría buscado un lugar más
discreto para ahogarse, en serio, me hubiera amarrado yo mismo un áncora de
galón en el cuello y hubiera trastabillado como quien no quiere la cosa en
los acantilados, para no andar ahora estorbando con este muerto de
miércoles, como ustedes dicen, para no molestar a nadie con esta porquería de
fiambre que no tiene nada que ver conmigo. Había tanta verdad en su modo de
estar, que hasta los hombres más suspicaces, los que sentían amargas las
minuciosas noches del mar temiendo que sus mujeres se cansaran de soñar con
ellos para soñar con los ahogados, hasta ésos, y otros más duros, se
estremecieron en los tuétanos con la sinceridad de Esteban.
Fue así como le hicieron los funerales más espléndidos que podían
concebirse para un ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido a buscar flores
en los pueblos vecinos regresaron con otras que no creían lo que les
contaban, y éstas se fueron por más flores cuando vieron al muerto, y llevaron
más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente que apenas si se podía
caminar. A última hora les dolió devolverlo huérfano a las aguas, y le
eligieron un padre y una madre entre los mejores, y otros se le hicieron
hermanos, tíos y primos, así que a través de él todos los habitantes del pueblo
terminaron por ser parientes entre sí. Algunos marineros que oyeron el
llanto a distancia perdieron la certeza del rumbo, y se supo de uno que se hizo
amarrar al palo mayor, recordando antiguas fábulas de sirenas. Mientras se
disputaban el privilegio de llevarlo en hombros por la pendiente escarpada
de los acantilados, hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera vez
de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de
sus sueños, frente al esplendor y la hermosura de su ahogado. Lo soltaron sin
ancla, para que volviera si quería, y cuando lo quisiera, y todos
retuvieron el aliento durante la fracción de siglos que demoró la caída del cuerpo
hasta el abismo. No tuvieron necesidad de mirarse los unos a los otros para
darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo jamás.
Pero también sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas
iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más
firmes, para que el recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin
tropezar con los travesaños, y que nadie se atreviera a susurrar en el futuro
ya murió el bobo grande, qué lástima, ya murió el tonto hermoso, porque
ellos iban a pintar las fachadas de colores alegres para eternizar la memoria
de Esteban, y se iban a romper el espinazo excavando manantiales en las
piedras y sembrando flores en los acantilados, para que los amaneceres de los
años venturos los pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados
por un olor de jardines en altamar, y el capitán tuviera que bajar de su
alcázar con su uniforme de gala, con su astrolabio, su estrella polar y su
ristra de medallas de guerra, y señalando el promontorio de rosas en el
horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas: miren allá, donde el viento es
ahora tan manso que se queda a dormir debajo de las camas, allá, donde el sol
brilla tanto que no saben hacia dónde girar los girasoles, sí, allá, es el
pueblo de Esteban.
_http://www.literatura.us/garciamarquez/ahogado.html_
(http://www.literatura.us/garciamarquez/ahogado.html)
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