[Grupito] : tertulia el 5 de febrero (martes)
Ecomujeres at aol.com
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Sun Jan 20 23:18:28 PST 2013
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ANUNCIOS – EVENTOS VENIDEROS
Todavía no tenemos otra tertulia programada para febrero. Favor de
avisarme si quieres ofrecer tu casa.
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en la página: _http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito_
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Saludos:
La próxima tertulia literaria y gastronómica tendrá lugar el día 5 de
febrero (el martes) en la casa de Barbara Waterman a las 7 de la tarde.
El RSVP, con AL MENOS 2 días de anticipación, a Barbara es obligatorio:
_pachabarbara en earthlink.net_ (mailto:pachabarbara en earthlink.net) o por
telefono: 510-219-0487
874 Portal Ave., Oakland
(Directions: 580 towards Hayward, exit Grand Ave., stay on frontage road
until Lakeshore, make a left, thru shopping area, right on Mandana, up hill
thru 2 stop signs and one light. She is first left after light. For
alternate directions, use Mapquest or Yahoo Maps)
La lectura, El centerfielder por Sergio Ramírez, está adjunta en formato
PDF.
Ademas, hay abajo una copia de la lectura por si acaso tengas problemas
con
el documento.
Te rogamos que vengas preparado, habiendo leído la lectura de
antemano, y que traigas un plato y/o una bebida para compartir.
Debra Valov
ecomujeres en aol.com
ENGLISH*******************************************************
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ANNOUNCEMENTS – UPCOMING EVENTS
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We don’t have another tertulia planned yet for February. If you’d like to
offer your house, please contact me.
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and remove yourself from the list:
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Hello!
The next tertulia will take place on February 5 (Tuesday) at 7 pm at
Barbara Waterman´s.
An RSVP is required, with AT LEAST two days notice.
Email: _pachabarbara en earthlink.net_ (mailto:pachabarbara en earthlink.net)
or telephone: 510-219-0487
874 Portal Ave., Oakland
(Directions: 580 towards Hayward, exit Grand Ave., stay on frontage road
until Lakeshore, make a left, thru shopping area, right on Mandana, up hill
thru 2 stop signs and one light. She is first left after light. For
alternate directions, use Mapquest or Yahoo Maps)
The reading, El centerfielder by Sergio Ramírez, is attached as a PDF file
and a copy is also pasted below this message.
Please come prepared, having already read the story, and bring a plate
and/or drink to share.
Debra Valov
ecomujeres en aol.com
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Grupito mailing list
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LECTURA / READING
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El centerfielder, cuento de Sergio Ramírez
_http://zonaliteratura.com/index.php/2011/12/31/el-centerfielder-cuento-de-s
ergio-ramirez/_
(http://zonaliteratura.com/index.php/2011/12/31/el-centerfielder-cuento-de-sergio-ramirez/)
_http://en.wikipedia.org/wiki/Sergio_Ramirez_
(http://en.wikipedia.org/wiki/Sergio_Ramirez)
El foco pasó sobre las caras de los presos una y otra vez, hasta que se
detuvo en un camastro donde dormía de espaldas un hombre con el torso desnudo,
reluciente de sudor.
—Ese es, abrí —dijo el guardia asomándose por entre los barrotes.
Se oyó el ruido de la cerradura herrumbrada resistiéndose a la llave que
el carcelero usaba amarrada a la punta de un cable eléctrico, con el que
rodeaba su cintura para sostener los pantalones. Después dieron con la culata
del garand sobre las tablas del camastro, y el hombre se incorporó, una mano
sobre los ojos porque le hería la luz del foco.
—Arriba, te están esperando.
A tientas comenzó a buscar la camisa; se sentía tiritar de frío aunque
toda la noche había hecho un calor insoportable, y los reos estaban durmiendo
en calzoncillos, o desnudos. La única hendija en la pared estaba muy alta y
el aire se quedaba circulando en el techo. Encontró la camisa y en los
pies desnudos se metió los zapatos sin cordones.
—Ligerito —dijo el guardia.
—Ya voy, que no ve.
—Y no me bostiqués palabra, ya sabés.
—Ya sé qué.
—Bueno, vos sabrás.
El guardia lo dejó pasar de primero.
—Caminá —le dijo, y le tocó las costillas con el cañón del rifle. El frío
del metal le dio repelos.
Salieron al patio y al fondo, junto a la tapia, las hojas de los almendros
brillaban con la luz de la luna. A las doce de la noche estarían
degollando las reses en el rastro al otro lado del muro, y el aire traía el olor a
sangre y estiércol.
Qué patio más hermoso, para jugar béisbol. Aquí deben armarse partidos
entre los presos, o los presos con los guardia francos. La barda será la tapia,
unos trescientos cincuenta pies desde el home hasta el centerfield. Un
batazo a esas profundidades habría que fildearlo corriendo hacia los
almendros, y después de recoger la bola junto al muro el cuadro se vería lejano y la
gritería pidiendo el tiro se oiría como apagada, y vería el corredor
doblando por segunda cuando de un salto me cogería de una rama y con una flexión
me montaría sobre ella y de pie llegaría hasta la otra al mismo nivel del
muro erizado de culos de botellas y poniendo con cuidado las manos primero,
pasaría el cuerpo asentando los pies y aunque me hiriera al descolgarme al
otro lado caería en el montarascal donde botan la basura, huesos y cachos,
latas, pedazos de silletas, trapos, periódicos, animales muertos y después
correría espiándome en los cardos, caería sobre una corriente de agua de
talayo pero me levantaría, sonando atrás duras y secas, como sordas, las
estampidas de los garands.
—Páreseme allí. ¿A dónde creés vos que vas?
—Ideay, a mear.
—Te estás meando de miedo, cabrón.
Era casi igual la plaza, con los guarumos junto al atrio de la iglesia y
yo con mi manopla patrullando el centerfield, el único de los fielders que
tenía una manopla de lona era yo y los demás tenían que coger a mano pelada,
y a las seis de la tarde seguía fildeando aunque casi no se veía pero no se
me iba ningún batazo, y sólo por su rumor presentía la bola que venía como
una paloma a caer en mi mano.
—Aquí está, capitán —dijo el guardia asomando la cabeza por la puerta
entreabierta. Desde dentro venía el zumbido del aparato de aire acondicionado.
—Métalo y váyase.
Oyó que la puerta era asegurada detrás de él y se sintió como enjaulado en
la habitación desnuda, las paredes encaladas, sólo un retrato en un marco
dorado y un calendario de grandes números rojos y azules, una silueta en el
centro y al fondo la mesa del capitán. El aparato estaba recién metido en
la pared porque aún se veía el repello fresco.
—¿A qué horas lo agarraron? —dijo el capitán sin levantar la cabeza.
Se quedó en silencio, confundido, y quiso con toda el alma que la pregunta
fuera para otro, alguien escondido debajo de la mesa.
—Hablo con usted, o es sordo: ¿A qué horas lo capturaron?
—Despuecito de las seis, creo —dijo, tan suave que pensó que el otro no
lo había escuchado.
—¿Por qué cree que despuecito de las seis? ¿No me puede dar una hora fija?
—No tengo reloj, señor, pero ya había cenado y yo como a las seis.
Vení cená, me gritaba mi mamá desde la acera. Falta un inning, mamá, le
contestaba, ya voy. Pero hijo, no vez que ya está oscuro, qué vas a seguir
jugando. Si ya voy, sólo falta una tanda, y en la iglesia comenzaban los
violines y el armonio a tocar el rosario, cuando venía la bola a mi manos para
sacar el último out y habíamos ganado otra vez el juego.
—¿A qué te dedicás?
—Soy zapatero.
—¿Trabajás en taller?
—No, hago remiendos en mi casa.
—Pero vos fuiste beisbolero, ¿verdad?
—Sí fui.
—Te decían “Matraca” Parrales, ¿verdad?
—Sí, así me decían, era por mi modo de tirar a home, retorciendo el brazo.
—¿Y estuviste en la selección que fue a Cuba?
—Sí, hace veinte años, fui de centerfielder.
—Pero te botaron.
—A la vuelta.
—Eras medio famoso con ese tu tiro a home que tenías. Iba a sonreírse pero
el otro lo quedó mirando con ira. La mejor jugada fue una vez que cogí un
fly en las gradas del atrio, de espaldas al cuadro metí la manopla y caí de
bruces en las gradas con la bola atrapada y me sangró la lengua pero
ganamos la partida y me llevaron en peso a mi casa y mi mamá echando las
tortillas, dejó la masa y se fue a curarme llena de orgullo y de lástima, vas a
quedarte burro pero atleta, hijo.
—¿Y por qué te botaron del equipo?
—Porque se me cayó un fly y perdimos.
—¿En Cuba?
—Jugando contra la selección de Aruba; era una palomita que se me zafó de
las manos y entraron dos carreras, perdimos.
—Fueron varios los que botaron.
—La verdad, tomábamos mucho, y en el juego, no se puede.
—Ah.
“Permiso” quería decir, para sentarme, porque sentía que las canillas se
le aflojaban, pero se quedó quieto en el mismo lugar, como si le hubieran
untado pega en las suelas de los zapatos.
El capitán comenzó a escribir y duró siglos. Después levantó la cabeza y
sobre la frente le vio la roja señal del kepis.
—¿Por qué te trajeron?
Sólo levantó los hombros y lo miró desconcertado.
—Ajá, ¿por qué?
—No —respondió.
—No, qué.
—No, no sé.
—Ah, no sabés.
—No.
—Aquí tengo tu historia —y le mostró un fólder—, puedo leerte algunos
pasajes para que sepás de tu vida —dijo poniéndose de pie.
Desde el fondo del campo el golpe de la bola contra el guante del catcher
se escucha muy lejanamente, casi sin sentirse. Pero cuando alguien conecta,
el golpe seco del bate estalla en el oído y todos los sentidos se aguzan
para esperar la bola. Y si el batazo es de aire y viene a mis manos, voy
esperándola con amor, con paciencia, bailando debajo de ella hasta que llega a
mí y poniendo las manos a la altura de mi pecho la aguardo como para
hacerle un nido.
—El viernes 28 de julio a las cinco de la tarde, un Jeep Willys capota de
lona, color verde se paró frente a tu casa y de él bajaron los hombres; uno
moreno, pantalón kaki, de anteojos oscuros; el otro chele, pantalón bluyín,
sombrero de pita; el de anteojos llevaba un valijín de la Panamerican y el
otro un salbeque de guardia. Entraron a tu casa y salieron hasta las diez
de la noche, ya sin el valijín ni el salbeque.
—El de anteojos —dijo, e iba a seguir pero sintió necesidad de tragar una
cantidad infinita de saliva— sucede que era mi hijo, el de anteojos.
—Eso ya lo sé.
Hubo otro silencio y sintió que los pies se le humedecían dentro de los
zapatos, como si acabara de cruzar una corriente.
—En el valijín que te dejaron había parque para ametralladora de sitio y
el salbeque estaba lleno de fulminantes. Ahora, ¿cuánto tiempo hacía que no
veías a tu hijo?
—Meses —susurró.
—Levántame la voz, que no oigo nada.
—Meses, no sé cuánto, pero meses. Desapareció un día de su trabajo en la
mecatera y no lo volvimos a ver.
— ¿Ni te afligiste por él?
—Claro, un hijo es un hijo. Preguntamos, indagamos, pero nada.
Se ajustó la dentadura postiza, porque sintió que se le estaba zafando.
— ¿Pero vos sabías que andaba enmontañado?
—Nos llegaban los rumores.
—Y cuando se apareció en el Jeep, ¿qué pensaste?
—Que volvía. Pero sólo saludó y se fue, cosa de horas. —Y que le
guardaran las cosas.
—Sí, que iba a mandar por ellas.
—Ah.
Del fólder sacó más papeles escritos a máquina en una letra morada. Revisó
y al fin tomó uno que puso sobre la mesa.
—Aquí dice que durante tres meses estuviste pasando parque, armas cortas,
fulminantes, panfletos, y que en tu casa dormían los enemigos del gobierno.
No dijo nada. Sólo sacó un pañuelo para sonarse las narices. Debajo de la
lámpara se veía flaco y consumido, como reducido a su esqueleto.
—Y no te dabas cuenta de nada, ¿verdad?
—Ya ve, los hijos —dijo.
—Los hijos de puta, como vos.
Bajó la cabeza a sus zapatos sucios, la lengüeta suelta, las suelas llenas
de lodo.
— ¿Cuánto hace?
— ¿Qué?
— ¿Que no ves a tu hijo?
Lo miró al rostro y sacó de nuevo su pañuelo.
—Usted sabe que ya lo mataron. ¿Por qué me pregunta? El último inning del
juego con Aruba, 0 a 0, dos outs y la bola blanca venía como flotando a mis
manos, fui a su encuentro, la esperé, extendí los brazos e íbamos a
encontrarnos para siempre cuando pegó en el dorso de mi mano, quise asirla en la
caída pero rebotó y de lejos vi al hombre barriéndose en home y todo estaba
perdido, mamá, necesitaba agua tibia en mis heridas porque siempre vos lo
supiste, siempre tuve coraje para fildear aunque dejara la vida.
—Uno quiere ser bueno a veces, pero no se puede —dijo el capitán rodeando
la mesa. Metió el fólder en la gaveta y se volvió para apagar el aparato de
aire acondicionado. El repentino silencio inundó el cuarto. De un clavo
descolgó una toalla y se la arrolló al pescuezo.
—Sargento —llamó.
El sargento se cuadró en la puerta y cuando sacaron al preso volvió ante
el capitán.
— ¿Qué pongo en el parte? —preguntó.
—Era beisbolista, así que inventate cualquier babosada: que estaba jugando
con los otros presos, que estaba el centerfielder, que le llegó un batazo
contra el muro, que aprovechó para subirse al almendro, que se saltó la
tapia, que corriendo en el solar del rastro lo tiramos.
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