[Grupito] : la tertulia el 23 de julio
Ecomujeres at aol.com
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Mon Jul 15 00:52:07 PDT 2013
- ENGLISH VERSION FOLLOWS SPANISH -
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ANUNCIOS
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Favor de contactarme si quieres ofrecer tu casa en agosto. Todavía no
tenemos algo programada.
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Saludos:
La próxima tertulia literaria y gastronómica tendrá lugar el día 23 de
julio (el martes), a las 7:00 de la noche en la casa de Roberta Weisbard:
1531 Addison St, Berkeley 94703
(Addison is one block south of University. Roberta is located between
Sacramento and California streets).
Favor de enviarle un RSVP a: _rweisbard en gmail.com_
(mailto:rweisbard en gmail.com) o llamarle a: 848-1697
La lectura, “Soñó que estaba preso” y “Conciliar el sueño” por Mario
Benedetti, está adjunta en formato PDF. Ademas, hay abajo una copia de la
lectura si tienes problemas con el PDF.
Te rogamos que vengas preparado, habiendo leído la lectura de
antemano, y que traigas un plato y/o una bebida para compartir.
Debra Valov
ecomujeres en aol.com
- ENGLISH -
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ANNOUNCEMENTS
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Please contact me if you would like to offer your place for a tertulia in
August as we don’t have one planned yet.
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Hello!
The next tertulia will take place on July 23rd (Tuesday) at 7 pm at
Roberta Weisbard’s house.
1531 Addison St, Berkeley 94703
(Addison is one block south of University. Roberta is located between
Sacramento and California streets).
Please send an RSVP to: _rweisbard en gmail.com_ (mailto:rweisbard en gmail.com)
or call: 848-1697
The reading, “Soñó que estaba preso” y “Conciliar el sueño”, is attached
as a PDF file. There is also a copy of the story below in case you have
problems with the PDF.
Please come prepared, having already read the story, and bring a plate
and/or drink to share.
Debra Valov
ecomujeres en aol.com
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Grupito mailing list
Para inscribirse en, o quitar, su dirección de la lista de correo del
Grupito, visita/To join the mailing list or remove your name from the list for
El Grupito, go to: http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito
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LA LECTURA/THE READING
Aquel preso soñó que estaba preso. Con matices, claro, con diferencias.
Por ejemplo, en la pared del sueño había un afiche de París; en la pared real
sólo había una oscura mancha de humedad. En el piso del sueño corría una
lagartija; desde el suelo verdadero lo miraba una rata. El preso soñó que
estaba preso. Alguien le daba masajes en la espalda y él empezaba a sentirse
mejor. No podía ver quién era, pero estaba seguro de que se trataba de su
madre, que en eso era una experta.
Por el amplio ventanal entraba el sol mañanero y él lo recibía como una
señal de libertad. Cuando abrió los ojos, no había sol. El ventanuco con
barrotes (tres palmos por dos) daba a un pozo de aire, a otro muro de sombra. El
preso soñó que estaba preso. Que tenía sed y bebía abundante agua helada.
Y el agua le brotaba de inmediato por los ojos en forma de llanto.
Tenía conciencia de por qué lloraba, pero no se lo confesaba ni siquiera a
sí mismo. Se miraba las manos ociosas, las que antes construyeron torsos,
rostros de yeso, piernas, cuerpos enlazados, mujeres de mármol. Cuando
despertó, los ojos estaban secos, las manos sucias, las bisagras oxidadas, el
pulso galopante, los bronquios sin aire, el techo con goteras.
A esa altura, el preso decidió que era mejor soñar que estaba preso. Cerró
los ojos y se vio con un retrato de Milagros entre las manos. Pero el no
se conformaba con la foto. Quería a Milagros en persona, y ella compareció,
con una amplia sonrisa y un camisón celeste. Se arrimó para que él se lo
quitara y él, no faltaba más, se lo quitó. La desnudez de Milagros era por
supuesto milagrosa y él la fue recorriendo con toda su memoria, con todo su
disfrute. No quería despertarse, pero se despertó, unos segundos antes del
orgasmo onírico y virtual. Y no había nadie. Ni foto ni Milagros ni camisón
celeste.
Admitió que la soledad podía ser insoportable. El preso soñó que estaba
preso. Su madre había cesado los masajes, entre otras cosas porque hacía años
que había muerto. A él invadió la nostalgia de su mirada, de su canto, de
su regazo, de sus caricias, de sus reproches, de sus perdones. Se abrazó a
sí mismo, pero así no valía. Milagros le hacía adiós, desde muy lejos. A él
le pareció que desde un cementerio. Pero no podía ser. Era desde un parque.
Pero en la celda o había parque, de modo que, aun dentro del sueño, tuvo
conciencia de que era eso: un sueño.
Alzó su brazo para también él brindar su adiós. Pero su mano era solo un
puño, y, como es sabido, los puños apretados no han aprendido a decir adiós.
Cuando abrió los ojos, el camastro de siempre le trasmitió un frío
impertinente. Tembloroso, entumecido, trató de calentar sus manos con el aliento.
Pero no podía respirar. Allá, en el rincón, la rata lo seguía mirando, tan
congelada como él. El movió la mano y la rata adelantó una pata.
Eran viejos conocidos. A veces él le arrojaba un trozo de su horrible,
despreciable menú. La rata era agradecida. Así y todo, el preso echó de menos a
la verde, agilísima lagartija de sus sueños y se durmió para recuperarla.
Se encontró con que la lagartija había perdido la cola. Un sueño así, ya no
valía la pena de ser soñado. Y sin embargo. Sin embargo empezó a contar
con los dedos los años que le faltaban. Uno dos tres cuatro y despertó. En
total eran seis y había cumplido tres. Los contó de nuevo, pero ahora con los
dedos despiertos.
No ten a radio ni reloj ni libros ni lápiz ni cuaderno. A veces cantaba
bajito para llenar precariamente el vacío. Pero cada vez recordaba menos
canciones. De niño también había aprendido algunas oraciones que le había
enseñado la abuela. Pero ahora a quién le iba a rezar?. Se sentía estafado por
Dios, pero tampoco él quería estafar a Dios.
El preso soñó que estaba preso y que llegaba Dios y le confesaba que se
sentía cansado, que padecía insomnio y eso lo agotaba, y que a veces, cuando
por fin lograba conciliar el sueño, tenía pesadillas, en las que Jesús le
pedía auxilio desde la cruz, pero El estaba encaprichado y no se lo daba. Lo
peor de todo, le decía Dios, es que Yo no tengo Dios a quien encomendarme.
Soy como un Huérfano con mayúscula.
El preso sintió lástima por ese Dios tan solo y abandonado. Entendió que,
en todo caso, la enfermedad de Dios era la soledad, ya que su fama de
supremo, inmarcesible y perpetuo espantaba a los santos, tanto a los titulares
como a los suplentes. Cuando despertó y recordó que era ateo, se le acabó la
lástima hacia Dios, más bien sintió lástima de sí mismo, que se hallaba
enclaustrado, solitario, sumido en la mugre y en el tedio.
Después de incontables sueños y vigilias llegó una tarde en que dormía y
fue sacudido sin la brusquedad habitual, y un guardia le dijo que se
levantara porque le habían concedido la libertad. El preso sólo se convenció de que
no soñaba cuando sintió el frío del camastro y verificó la presencia
eterna de la rata. La saludó con pena y luego se fue con el guardia para que le
dieran la ropa, algún dinero, el reloj, el bolígrafo, una cartera de cuero,
lo poco que le habían quitado cuando fue encarcelado.
A la salida no lo esperaba nadie. Empezó a caminar. Caminó como dos días,
durmiendo al borde del camino o entre los árboles. En un bar de suburbio
comió dos sandwiches y tomó una cerveza en la que reconoció un sabor antiguo.
Cuando por fin llegó a casa de su hermana, ella casi se desmayó por la
sorpresa. Estuvieron abrazados como diez minutos.
Después de llorar un rato ella le preguntó qué pensaba hacer. Por ahora,
una ducha y dormir, estoy francamente reventado. Después de la ducha, ella lo
llevó hasta un altillo, donde había una cama. No un camastro inmundo, sino
una cama limpia, blanda y decente. Durmió más de doce horas de un tirón.
Curiosamente, durante ese largo descanso, el ex preso soñó que estaba preso.
Con lagartija y todo
http://www.loscuentos.net/cuentos/link/152/152/print/
Conciliar el sueño
Mario Benedetti
Lo que ocurre, doctor, es que en mi caso, los sueños vienen por ciclos
temáticos. Hubo una época en la que soñaba con inundaciones. De pronto los ríos
se desbordaban y anegaban los campos, las calles, las casas y hasta mi
propia cama. Fíjense que en mis sueños aprendía a nadar y gracias a eso
sobreviví a las catástrofes naturales.
Lamentablemente, esa habilidad tuvo una vigencia sólo onírica, ya que un
tiempo después pretendí ejercerla, totalmente despierto, en la piscina de un
hotel y estuve a punto de ahogarme.
Luego vino un periódo en que soñé con aviones. Más bien, con un solo
avión, porque siempre era el mismo. La azafata era feúcha y me trataba mal. A
todos les daba champan, menos a mí. Le pregunté por qué y ella me miró con un
rencor largamente prolongado y me contestó: «Vos sabés bien por qué».
Me sorprendió tanto aquel tuteo que casi me despierto. Además, no
imaginaba a qué podía referirse. En esa duda estaba cuando el avión cayó en un pozo
de aire y la azafata feúcha se desparramó en el pasillo, de tal manera que
la minifalda se le subió y pude comprobar que abajo no llevaba nada.
Fue precisamente ahí cuando me desperté, y, para mi sorpresa, no estaba en
mi cama de siempre sino en un avión, fila 7 asiento D, y una azafata con
rostro de Gioconda me ofrecía en inglés básico una copa de champán. Como ve,
doctor, a veces los sueños son mejores que la realidad y también viceversa.
¿Recuerda lo que dijo Kant? «El sueño es un arte poético involuntario.»
En otra etapa soñé reiteradamente con hijos. Hijos que eran míos. Yo que
soy soltero y no los tengo ni siquiera naturales. Con el mundo como está. Me
parece un acto irresponsable concebir nuevos seres. ¿Usted tiene hijos?
¿Cinco? Excuse me. A veces digo cada pavada.
Los niños de mis sueños eran bastante pequeños. Algunos gateaban y otros
se pasaban la vida en el baño. Al parecer, eran huérfanos de madre, ya que
ella jamás aparecía y los niños no habían aprendido a decir mamá. En
realidad, tampoco me decían papá, sino que en su media lengua me decían «turco».
Tan luego a mí, que vengo de abuelos coruñeses y bisabuelos lucenses.
«Turco vení», «Turco, quero la papa», «Turco, me hice pipí». En uno de
esos sueños, bajaba yo por una escalera medio rota, y zas, me caí. Entonces el
mayorcito de mis nenes me miró sin piedad y dijo: «Turco, jodete». Ya era
demasiado, así que desperté de apuro a mi realidad sin angelitos
En un ciclo posterior de fútbol soñado, siempre jugué de guardameta o
golero o portero o goalkeeper o arquero. Cuántos nombres para una sola
calamidad. Siempre había llovido antes del partido, así que las canchas estaban
húmedas y era inevitable que frente a la portería se formara un laguito.
Entonces aparecía algún delantero que me fusilaba con ganas y en primera
instancia yo atajaba, pero en segunda instancia la pelota mojada se escabullía de
mis guantes y pasaba muy oronda la línea de gol. A esa altura del partido
(nunca mejor dicho), yo anhelaba con fervor despertarme, pero todavía me
faltaba escuchar cómo la tribuna a mis espaldas me gritaba unánimemente:
traidor, vendido, cuánto te pagaron y otras menudencias.
En los últimos tiempos mis aventuras nocturnas han sido invadidas por el
cine. No por el cine de ahora, tan venido a menos, sino por el de antes,
aquél que nos conmovía y se afincaba en nuestras vidas con rostros y actitudes
que eran paradigmas. Yo me dedico a soñar con actrices. Y qué actrices:
digamos Marilyn Monroe, Claudia Cardinale, Harriet Anderson, Sonia Braga,
Catherine Deneuve, Anouk Aimée, Liv Ullmann, Glenda Jackson y otras maravillas.
(A los actores, mi Morfeo no les otorga visa.)
Como ve, doctor, la mayoría son veteranas o ya no están, pero yo las sueño
como aparecían en las películas de entonces. Verbigracia, cuando le digo a
Claudia Cardinale, no se trata de la de ahora (que no está mal) sino la de
La ragazza con la valiglia, cuando tenía 21. Marilyn, por ejemplo, se me
acerca y me dice en un tono tiernamente confidencial: «I don't love Kennedy.
I love you. Only you». Sepa usted que en mis sueños las actrices hablan a
veces en versión subtitulada y otras veces dobladas al castellano. Yo
prefiero los subtítulos, ya que una voz como la de Glenda Jackson o la de
Catherine Deneuve son insustituibles.
Bueno, en realidad vine a consultarle porque anoche soñé con Anouk Aimée,
no la de ahora (que tampoco está mal) sino la de Montparnasse 19, cuando
tenía unos fabulosos 26 años. No piense mal. No la toqué ni me tocó.
Simplemente se asomó por una ventana de mi estudio y sólo dijo (versión doblada):
«Mañana de noche vendré a verte, pero no a tu estudio sino a tu cama. No lo
olvides». Como voy a olvidarlo. Lo que yo quisiera saber, doctor, es si los
preservativos que compro en la farmacia me servirán en sueños. Porque
¿sabe? no quisiera dejarla embarazada.
_www.loscuentos.net/cuentos/other/2/18/157/_
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