[Grupito] : tertulia el 13 de agosto a las 7:00

Ecomujeres at aol.com Ecomujeres at aol.com
Mon Jul 29 20:19:58 PDT 2013


 
- ENGLISH VERSION FOLLOWS  SPANISH - 
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ANUNCIOS 
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Favor de  contactarme si quieres ofrecer tu casa en agosto.  Todavía no 
tenemos algo programada para  el 27 de agosto, en adelante. 
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Saludos: 
La  próxima tertulia literaria y gastronómica tendrá lugar el día 13 de 
agosto (el  martes), a las 7:00 de la noche en la casa de Sarah Picker: 
Sarah  tiene un departamento muy pequeño, y por eso quiere limitar el 
número de  participantes a 10.  
Al  recibir tu RSVP, te enviará la dirección de su casa, que está cerca de 
Broadway  y 51st en Oakland. 
Favor de enviarle un RSVP  a:  _engslp24 en gmail.com_ 
(mailto:engslp24 en gmail.com)  
From the intersection of  Telegraph and 51st, go east on 51st (or towards 
Broadway), make a left turn on  Shafter (there is a light there) Make a right 
turn on Clifton and make a left  turn on Lawton Ave. 5331 Lawton is halfway 
down the street, on the  left. 
La lectura, “Mi Debut”  por Luis Tomás  Martínez,  está adjunta en formato 
PDF. Ademas, hay abajo una copia de la lectura si tienes  problemas con el 
PDF. 
Te  rogamos que vengas preparado, habiendo leído la lectura  de 
antemano, y que traigas un plato y/o una bebida para  compartir. 
Debra  Valov 
ecomujeres en aol.com 
- ENGLISH  - 
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ANNOUNCEMENTS 
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Please contact me if you would  like to offer your place for a tertulia 
later in August as we don’t have one  planned yet. 
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Hello! 
The next tertulia will take  place on August 13th (Tuesday) at 7 pm at 
Sarah Picker’s  home. 
Because her apartment is small,  Sarah would like to limit the number of 
participants to 10. When she receives  your RSVP, she will send her address.  
She lives near Broadway and 51st in  Oakland. 
Please send an RSVP to:  _engslp24 en gmail.com_ (mailto:engslp24 en gmail.com)  
From the intersection of  Telegraph and 51st, go east on 51st (or towards 
Broadway), make a left turn on  Shafter (there is a light there) Make a right 
turn on Clifton and make a left  turn on Lawton Ave. 5331 Lawton is halfway 
down the street, on the  left. 
The reading, “Mi Debut” by  Luis Tomás Martínez, is attached as a PDF  
file. There is also a copy of the story below in case you have problems with 
the  PDF.  
Please come prepared, having  already read the story, and bring a plate 
and/or drink to  share. 
Debra  Valov 
ecomujeres en aol.com 
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Grupito  mailing list 
Para  inscribirse en, o quitar, su dirección de la lista de correo del 
Grupito,  visita/To join the mailing list or remove your name from the list for 
El  Grupito, go to:  http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito 
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LA  LECTURA/THE READING 

Mi debut 
Luis Tomás Martínez, República Dominicana, Estados  Unidos © 2000 
l_tmartin en hotmail.com 
Era la Nochebuena en Nueva York. O quizá era la Nochevieja en Chicago, no  
recuerdo. Lo que sí recuerdo es que el niño que estaba en la parada del 
autobús  era hispano y parecía atemorizado, de eso estoy seguro, y de que hacía 
frío  también. 
Regresaba del centro universitario; de la hora, bueno, eran como las  nueve 
y pico. Mi familia me esperaba; hacía más de cuatro meses que no les veía.  
Era mi primer semestre. Tenía tantas ganas de respirar el aire de mi 
antiguo  cuarto, de escuchar los interminables consejos de mi padre, la inmaculada 
 sonrisa de mi madre y las discusiones ilógicas de mi hermana menor, 
Beatriz.  También quería contarles mi exitoso comienzo; contagiarles de mi nuevo 
mundo.   
Adónde se dirigía el niño —me cuestionaba— y a esta hora. Aparentaba de  
unos nueve años; pelo castaño, ojos grandes y flaco. Estaba muy mal 
protegido;  tan sólo le cubría una camisa de lana, un jean gastado y unos tenis de 
verano. Y  yo con este grueso abrigo —sorprendido pensaba— y qué viento tan 
feroz; cómo  puede soportar. El horario del autobús indicaba que teníamos que 
esperar unos  quince minutos. Por más que quería, no me atrevía a 
preguntarle, a hablarle; no  sé, de cualquier cosa. Pero algo me detenía.  
Qué prepararía de comer mamá; estaría jugando dominó el viejo con los  
primos. Se sorprenderán; ellos me esperan; pero no esta noche. Piensan que llego 
 mañana al atardecer. Ojalá Beatriz no haya convertido mi cuarto en un 
centro de  condimentos femeninos. Cómo me gustaría encontrarme con mi abuela; 
tengo tanto  tiempo que no la veo. Desde que emigramos; y de esto hace unos 
doce años. Cómo  estará; pensará en mí. Necesito trabajar este verano que 
viene; mi abuela se  merece una visita; aunque sólo sea por unos días. Sé que el 
viejo se va a  oponer; no quiere que trabaje; para eso estoy yo —me dice 
militarmente—; lo de  usted es estudiar.  
Por más que trataba de ignorarle, no podía. Le miraba y pensaba en el  
hermano que nunca tuve; el que por complicaciones de visa crecía en mi país;  
aunque mi hermano fuese más mayor. Se dará cuenta que le escudriño, que deseo  
saber si está bien, si necesita ayuda —pienso—. Mira hacia el este, oeste, 
norte  y sur cada cinco minutos; como un rito; como si corriese de alguna 
fuerza  maligna. Y no sé, siento los nervios del frío; me molesta que no me 
devuelva la  mirada. No se da cuenta que deseo ayudarle.  
Sin quererlo, el recuerdo de un cuento de nochebuena tocó mi puerta.  
Estaba en el cuarto, luchando contra la fuerza agotable del sueño y la fatiga,  
estudiando como un loco para el examen final de Historia; eran como las tres 
y  media de la madrugada; necesitaba un receso, un pitillo, un café, qué sé 
yo;  pero lo único que estaba al alcance era una antología de cuentos. Abrí 
el libro  y caí, arbitrariamente, en la página 115. Quizá fue por el frío 
leve que el niño  inconscientemente me silbaba; como el frío doloroso del 
protagonista, quien  había acabado de salir de la cárcel en los días de navidad; 
y quien  encontrándose y sintiéndose tan solo en medio de una noche fría, 
con tan sólo  dos duros en el bolsillo, bogaba filosóficamente sin rumbo, 
buscando refugio  contra el frío de sus recuerdos. O quizá fue que el niño me 
parecía huérfano,  abandonado, sin rumbo, sin el techo de un abrazo, buscando 
escapar la ciudad;  como sus tres personajes, envueltos en amargura y 
dolor, nutriendo en la  desierta taberna el anémico espíritu, casi a punto de 
muerte, con música de  acordeón y vino; sin tener la fuerza de pensar en el 
mañana, buscando del tiempo  navideño una semilla de esperanza.  
¿Cómo le habrá ido a Gloria? —pensé distraído—. Desde que partí no he  
sabido nada de ella; ni una carta. Quedamos en que seguiríamos siendo amigos.  
Llegamos al acuerdo que nuestra relación amorosa no podía sobrevivir. Es 
decir,  decidimos no prometernos nada. Ojalá esté de regreso. Me gustaría 
charlar,  compartir un café, unas carcajadas; o visitar los sitios que tallamos 
con  nuestros besos. Le había escrito varias veces durante el semestre; pero 
nunca  recibí correspondencia. Al llegar a casa, en los primeros días, 
aunque supiese  en adelantado que no estaba de regreso, visitaría su casa. Me 
interesaba saber  si estaba bien; información que su familia podría 
facilitarme.   
De vez en cuando, uno que otro automóvil visitaba la fría y oscura calle,  
estropeando la monotonía del silencio. Aprovechaba estas ocasiones para 
acércame  más; y en torno, estudiar más a fondo su facha. Estaba nervioso; su 
inestable  movimiento lo delataba. Era raro y temeroso, pero el hecho de que 
no sospechara  mi presencia (o mejor dicho, que la ignorara) era inaudito. 
Era como si le fuese  invisible, como si mi presencia le fuese familiar. A lo 
mejor tenía más graves  rostros que husmear; como su Mickey Mouse reloj, el 
itinerario del autobús, el  suelo, su izquierda, derecha, frente y espalda.  
Pude captar que su rostro estaba golpeado; un fuerte puñetazo le había  
coloreado el ojo derecho. Seguramente llevaba otros golpes que el ojo humano no 
 podía percibir. Dudé que pudiese todavía vestir de color el ojo herido, ya 
que  estaba sumamente hinchado, casi clausurado. Compañeros de la escuela —
deduje al  notar el golpe—. Seguramente lo sorprendieron y lo acorralaron. 
Cobardes  —exclamé sin vocablos—. Recordé con rabia la tarde que Marcus me 
sorprendió,  derivándome con un derechazo. Venía de ver a Gloria, pensando en 
mitos, creando  en el transcurso del camino nuestra familia, nuestros 
hijos, cuando al doblar la  avenida un puñetazo me sacudió. Caí como guanábano. 
Lo peor es recibir un golpe  sin esperarlo. Desperté unos diez minutos 
después; así me informaron después del  milagro del alcohol. Todo pasó tan rápido 
que vine a saber quién había sido el  protagonista un año después, el día de 
graduación.  
Recuerdo que Marcus, al confesar su amor por Gloria, me pidió perdón.   
No sé cómo le haría, dejar de fumar por unas semanas era inaguantable.  Fue 
uno de los vicios que la universidad me había otorgado; aparte del café y  
los tragos rutinarios. Si el viejo supiera que fumo; bueno, no quise ni 
pensar  en su reacción. Temía por su corazón abatido. En esos momentos era mejor 
 aguantar y evitar, que confrontar y hablar. Encendí un último pitillo. 
Presentía  que el autobús en cuestión de minutos llegaba. Soplaba lentamente, 
saboreando  hasta el olvido la química que aniquilaba mis pulmones. Tiré al 
viento feroz la  caja consumida de pitillos; como cuando niño arrojaba 
piedras y el río se las  tragaba sin dejar huellas. Recordé las decenas de veces 
que desaparecía entre su  agua y mi hermanito, pensando que me había ahogado, 
gritaba mi nombre hasta el  cielo; gimiendo, llamando a mamá, a papá.  
—¿Hablas español? —le pregunté finalmente, pues ya se acercaba la hora y  
no quería, años después, lamentar.  
Él me miró lentamente, construyendo cautelosamente la respuesta:   
—¿Qué te importa?  
Cómo quise en ese instante encender un pitillo.   
—Gracias por la confirmación —le dije con una tímida  sonrisa—. 
Él, confundido, alejó la mirada. Pude notar que los ojos se le aguaron.  
Pero no quise fastidiarle con preguntas. Traté de aliviar el momento. Le 
informé  que iba a visitar a mis padres, que hacía más de unos meses que no les 
veía y  que como él, era extranjero.  
—Hacia adónde vas...a ver tu nombre...mi nombre es Pablo Cruz, ¿el tuyo?   
Él murmuró débilmente su nombre, apellido:  
—Horacio Peña.  
—¿Y de dónde eres? —sonreí—. Soy de Santiago. ¿Eres de Lima?   
—No. Soy de Bogotá —contestó, como si no fuese la primera vez que le  
hubiesen confundido. 
Por más que traté, Horacio no quiso informar su trayectoria; se  incomodaba 
y cambiaba la conversación. Aunque en el autobús muchas escenas de  
silencio reinaron, charlamos lo suficiente. Y al compás de esos silencios pude  
deducir que Horacio iba hacia la última parada, hacía una calle nunca  
transitada. Le huía a algo, a alguien. En sí no sabía adónde iba, y dudaba que  
quisiese conocer su paradero. Le convencí que aceptara unos cuarenta dólares que 
 estaban de más en mis bolsillos. Me pidió la dirección para así en unos 
días  devolverme la plata; pero le cedí mis dos direcciones porque quería que 
supiese  que contaba conmigo.  
—¿Tienes hermanos? —me preguntó penosamente, al ver que se acercaba mi  
parada. 
—Aparte de ti, dos.  
Al escuchar mi respuesta, sus ojos se le aguaron; y ya no quiso mirarme.   
Cabizbajo, extendió su mano. La sentí helada, casi muerta; como los niños  
que aniquilan a tijerazas, en clínicas donde la moral y el sentimiento son  
obstáculos para el bienestar monetario de los médicos. Le apreté como 
decenas de  veces mi padre lo había hecho; cuando me veía en dificultad, en 
peligro, en  desvío, en necesidad de unas palabras alentadoras.  
—¿Por qué no me acompañas a casa? Anda. No te parece que es muy tarde.  
Mañana puedes continuar tu camino —le dije animado. 
Pero mi esfuerzo fue fútil:  
—El conductor te espera —señaló, sin mirarme, la  puerta. 
Me quedé fijo en la estación solitaria, absorbiendo la desaparición de  
Horacio, del autobús. Reaccioné después de unos minutos, cuando el pitar de un  
taxi me llamaba. Le señalé que no se molestara. Esa noche caminé por varias 
 horas. Pensé tanto por las calles y avenidas que concluí que el golpe no 
había  sido producto de compañeros (aunque Horacio nunca me lo hubiese 
confirmado). De  esto estaba más que seguro.  
Mis padres tuvieron que abofetearme (varias veces, así me contaron)  cuando 
leí en el diario, unos días después, que un padre alcohólico había matado  
a puñetazos a su único hijo. El padre admitía el delito; confesaba que le 
había  golpeado unos días antes y que el niño había escapado esa misma noche.  
 
"Lo cuestioné, le grité por qué había escapado; admito que llevaba unos  
tragos encima; le dije que eso no se le hacía a un padre que sólo se 
preocupaba  por su bienestar; y el muy descarado no contestaba; quiso burlarme. 
Entonces lo  arrojé hacia la pared y cayó casi sin conocimiento; le revisé los 
bolsillos y  encontré unos cuarenta dólares —fue en este instante cuando perdí 
el  conocimiento— y le pegué, le pegué, le pegué hasta más no poder. Sí, lo 
maté;  preferí verlo muerto a que saliera ladrón".  
No sé cómo llegué a casa de Gloria, esa tarde. Sólo sé que necesitaba  
desahogar el estrépito y las corazonadas de Gloria me llamaban. Pero la casa  
estaba desierta, y sólo el ladrar de Kaliman contestó mi llegada.   
A  eso de las cinco de la tarde —con el funesto diario en las manos— hice 
mi  declaración.  
—Gracias 'for' su 'cooperation' —me dijo el policía gringo, quien hablaba  
un poco de español—. Sabe joven que sus datos 'were found' en uno de los  
bolsillos del cadáver; y que llegando usted por su propia cuenta a nuestro  
'department', su declaración es 'genuine'. Váyase tranquilo y no se sienta  
culpable. Y olvide; le aconsejo que 'forget this tragedy'.   
Recuerdo que saliendo de la oficina, después de horas de cuestionamiento,  
una mano fuerte y terca me detuvo. Era el detective Williams-Vázquez, el  
encargado de la investigación. Éste se acercó a mi oído y susurró  
calculadamente:  
—No se preocupe por los cuarenta dólares, joven. El estado se los  
devolverá.  
No quise ni mirarle, ni mucho menos contestarle. Preferí ignorar y  
alejarme. Necesitaba respirar.  
Luis Tomás Martínez,  República Dominicana, Estados Unidos © 2000 
l_tmartin en hotmail.com  
Luis Tomás Martínez, nacido en Santiago, República Dominicana, llegó a  los 
Estados Unidos en julio de 1984 —cumpliendo los once años. Es licenciado en 
 Filosofía y Ciencia Política; y actualmente, cursa un postgrado en Letras 
en  City College —colegio perteneciente a la Universidad de la Ciudad de 
Nueva York.  Ha publicado dos colecciones de poemas —Espejismo (1999) y Ropero 
de  un lacónico (2000). Escribe poesía y cuento tanto en inglés como en  
castellano. Está en las ultimas etapas de su tercera creación, Walk—ing  
Around; ésta es una colección bilingüe de poesía y cuento. Se confiesa  admirador 
de Cortázar, Camus, Dostoiewski, Jean Paul Sartre, Delibes, Poe,  Baroja, 
Unamuno, Quiroga, Alfonso Sastre, García Lorca, Rimbaud, Juan Ramón  Jiménez, 
Pessoa, Keats, César Vallejo, Neruda, Paz, Langston Hughes, entre  otros. 
Comentario del autor sobre el cuento:
Preguntas sobre el cuento resultan difíciles de contestar. Federico  García 
Lorca, el gran poeta español, señala en una de sus conferencias, que se  le 
hace imposible hablar de su poesía, —de cualquier otra poesía, menos la 
mía.  Para eso están los profesores, los críticos, los catedráticos— afirma. Mi 
oficio  es simplemente crear.
Confieso ser novato en el mundo del cuento. La poesía  es mi fuerte. Pero 
sigo detrás de la forma —como dice el gran Darío—, continúo  buscando el 
cuento. "Mi debut" no es solamente el debut del joven Pablo ante lo  absurdo —
lo ilógico—, sino también mi debut como cuentista, el nacimiento del  
cuentista en mí. Y por último, quisiera confesar que el cuento que leyó Pablo la  
noche antes del examen de Historia fue "En una noche así", del gran escritor  
español Miguel Delibes. 

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