[Grupito] : Tertulia el 19 de enero (martes)
ecomujeres at aol.com
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Sun Jan 10 01:18:32 PST 2010
- ENGLISH VERSION BELOW SPANISH-
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ANUNCIOS
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el 2 de febrero – Tertulia en la casa de Barbara. Más información al
acercarse la fecha.
Fechas posibles venideras:
16 o 17 de febrero — contáctame si quieres ofrecer tu casa para esta o
cualquier otra fecha en el futuro.
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Saludos:
La próxima tertulia literaria y gastronómica tendrá lugar el día 19 de
enero (el martes), a las 7:00 de la noche en la casa de Roberta Weisbard.
1531 Addison St, Berkeley 94703
(Addison is one block south of University. Roberta is located between
Sacramento and California streets).
Favor de enviar un RSVP a Roberta: _rweisbard en gmail.com_
(mailto:rweisbard en gmail.com)
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Abajo está la lectura por Homero Aridjis, gracias a Pacífica que trabajó
para captarla en la computadora. También es atado a este mensaje en forma de
PDF.
Te rogamos que vengas preparado, habiendo leído la lectura de
antemano, y que traigas un plato y/o una bebida para compartir.
ENGLISH VERSION **********************************************
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ANNOUNCEMENTS
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February 2 – Tertulia at Barbara’s house. More information as date
nears.
Possible upcoming dates:
February 16th or 17th – if you want to host this or any future dates, let
me know!
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Greetings,
The next tertulia will take place on Jan 19th (Tuesday) at 7 pm at Roberta
Weisbard’s house.
1531 Addison St, Berkeley 94703
(Addison is one block south of University. Roberta is located between
Sacramento and California streets).
Please send an RSVP to Roberta at: _rweisbard en gmail.com_
(mailto:rweisbard en gmail.com)
Below is the reading by Homero Aridjis, thanks to Pacifica who slaved over
it’s typing. You’ll also find it attached as a PDF file.
Please come prepared, having already read the story, and bring a dish
and/or drink to share.
Debra Valov
_www.lasecomujeres.org_ (http://www.lasecomujeres.org/)
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Grupito mailing list
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LECTURA/READING*************************************************************
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La Montaña de las Mariposas
Por Homero Aridjis
Capitulo 8
Una llamada de teléfono
El señor Nicias, como lo llamaban en el pueblo veinticuatro años después,
hablaba el español con acento, pronunciaba la erre como ere y decía ariba
en vez de arriba, adverbio este que tenía que usar a menudo para designar la
tienda de Rafael (frente a la iglesia) para distinguirla de la de abajo
(en la casa, frente a la plaza principal). Hasta su muerte él sería un
extranjero y los locales dirían que era turco, judío, holandés o belga; pocas
veces, griego.
En 1951, Nicias aún conservaba en un baúl de madera periódicos y fotos.
Nunca retornaría a Europa, ese planeta de la historia antigua y moderna se
había encerrado en sí mismo. Después de las matanzas perpetradas por los
turcos, y del exilio y la muerte de su familia, el mundo griego sobreviviría
sólo en la memoria. No obstante, algunas mañanas se despertaba con tal
gesto de nostalgia en el rostro que parecía que el sueño lo había devuelto a
los días de Tire. Más la tienda de ropa y abarrotes de Contepec ahora era
el centro social de su vida adulta y su ocupación cotidiana. Pues, además
de los clientes, a la tienda venían sus amigos a leer el periódico, y los
niños, a los que regalaba dulces de los botes.
A las seis de la mañana se levantaba y partía a la tienda. A la hora de
comer bajaba las cortinas. Reabría pasadas las tres y cerraba hacia las
ocho de la noche, dependiendo de la clientela y los amigos. Todo el día se
le hallaba detrás del mostrador, atendiendo a mujeres que compraban cien
gramos de manteca de cerdo, un kilo de cebada, medio kilo de azúcar, cincuenta
gramos de café, todas con los ojos puestos en la báscula para vigilar el
peso.
La tienda era el centro comercial de Contepec y allí venían los hombres de
los ranchos a comprar manta, sombreros de paja y pantalones de mezclilla,
regateando precios, pidiendo fiado y fumando Faros. Había tardes cuando un
campesino borracho sacaba la pistola y la apuntada al corazón. Nicias, sin
perder la calma, le quitaba el arma y le obsequiaba una cajetilla de
cigarros, diciéndole: “Vete a dormir, mañana hablamos”.
A la derecha, en los estantes pintados de amarillo y cagados por las
moscas, había jabones para lavar ropa y para aseo, velas y veladoras, botellas
de aceite y vinagre, cajas de cereal, arroz y pastas para sopa, latas de
sardinas y de atún, leche condensada y queso añejo. Sobre una repisa estaban
las cajas de cerrillos Clásicos, las cajetillas de cigarros Tigres y
Delicados, las cajas de pasitas y los chocolates Morelia, los cucuruchos y el
papel de estraza para envolver. A la izquierda se extendían los casilleros
con telas y ropa hecha, las vitrinas con cajas de hilos, botones, listones,
agujas, alfileres, cintas y encajes. Sobre el mostrador andaban los gatos:
anónimos, relamidos y huraños. Cada mañana al abrir la tienda, él vertía
leche en sus platos.
Antes de ir al mercado mi madre venía a verlo a la tienda, le pedía el
gasto y le preguntaba qué deseaba comer. Hablaban poco. Él, parado detrás
del mostrador, atendiendo a los clientes; ella, sentaba en una silla, viendo
pasar la gente.
Mi padre que me había dado el nombre del autor de La Iliada, no volvió a
Grecia y nunca más habló griego, el lenguaje de su infancia se le convirtió
en el lenguaje de los sueños. Raras veces viajó a la Cuidad de México,
adonde tenía que desplazarse por pura necesidad de comprar mercancías para su
tienda o para buscar atención médica para mi madre. Su Europa era un
continente suspendido en el espacio de 1926. En ese territorio abolido se
hallaba a sí mismo en una pesadilla recurrente, peleando contra los turcos y a
punto de ser acuchillado por ellos. Décadas después, cada noche evadía
aún la celada que le tendían para matarlo, por el hecho de ser griego y ser
infiel.
Jamás volvió a ver a sus padres. Cuando su hermano le mandó en 1931 una
carta notificándole la defunción de Teólogo, ya él tenía un mes de muerto,
ya había sido sepultado en el Panteón Municipal de Bruselas. Penélope
murió diez años después. En su Europa mental, ellos también se habían quedado
en una edad inmóvil, en un pasado inalterable, donde los mapas, las
ciudades y las rutas no habían sufrido cambios. Guerras y tiranías subsecuentes
no habían modificado el mundo espectral de Tire, de los apaches en París y
de los ferrocarriles humeantes atravesando las dilatadas distancias entre
Grecia y Holanda. Desde la costa del Asia Menor se podía ver Quío, la isla
liberada en 1912 por la flota griega, con su forma de arco apuntando a
Turquía. En su capital eran visibles todavía las huellas del terremoto de
1881. El viaje de París a Madrid era hecho por el Sud Express dos veces por
semana y tomaba 32 horas; de París a Barcelona el rápido de la noche hacía 24
horas. Los caminos de hierro españoles dejaban mucho que desear, porque
los trenes eran lentos y en invierno los vagones se calentaban con
caloríferos. Cada tren tenía un compartimento de primera reservado para señoras.
También solía hablar de los treni direttissimi y los accelerati de Italia.
Los periódicos llegaban a Contepec con un día de atraso. Después de la
comida él leía atentamente las noticias sobre la Segunda Guerra Mundial,
deteniéndose a explicar los lugares que él conocía. “Justo como en el
veintidós”, comentaba en la sobremesa: “Siempre lo mismo, discursos, desfiles,
maniobras militares, políticos oportunistas, ataques, derrotas y la muerte
triunfante”. O cosas así: “Unos a otros se están matando en Europa: los
alemanes, los ingleses, los griegos, los italianos, los españoles, los
franceses, los rusos, los noruegos. Unos y otros están enredados desde hace
siglos en la trama sangrienta de la historia, la cual como una araña nos devora
a todos”.
Cada dos meses sus hermanos mandaban cartas. En una hoja con grandes
letras daban noticias escuetas de su vida, acompañadas a veces con retratos de
hijos e hijas, con las edades y los nombres anotados al reverso. Mi padre
contestaba esas misivas con palabras iguales: “Aquí todos estamos bien de
salud, gracias a Dios. Espero que todos ustedes estén bien. Saludos. Nicias
”.
Un mediodía, una voz proveniente del pasado cruzó el océano Atlántico para
buscarlo en el mundo contepequeño, en el que había tratado de esconder su
persona y olvidarse a sí mismo. Era una voz perdida, huérfana en el tiempo,
desprovista del espíritu de lugar. La muchacha de la caseta telefónica
había venido a decirle a la tienda que le llamaban de larga distancia.
—¿Nicias? —escuchó del otro lado de la línea.
—Si, soy yo, ¿quién eres tú?
—Niarchos, tu hermano —contestó una voz cansada. La voz de los retratos.
Siguieron momentos de silencio en los que la voz del pasado le habló en
griego, tratando de identificarse con referencias lejanas. Los recuerdos
infantiles obnubilaron sus ojos.
Vino la anagnórisis, el reconocimiento del hermano perdido. “Supe que era
él antes de que comenzara a hablar. Lo supe por sus silencios, por el
timbre de sus nostalgias —dijo Nicias después—. No pude hablar en griego, el
español lo había borrado”.
En este lado de la línea se quedó mudo por un tiempo breve, larguísimo en
el teléfono. Imposible encontrar durante esa laguna mental palabras para
explicar veinte años de separación, de vida y muerte en otra parte, sin
consultar antes la memoria.
—Sí, soy yo, Nicias. No soy otro, soy el mismo que nació y creció en Tire.
Soy el mismo que se despidió de ti en Bruselas en 1926—respondió mi padre
a una pregunta específica que le hizo el hermano espectral.
El dialogo continuó en mal francés. En un idioma ajeno a los dos, que no
reflejaba su relación pretérita ni explicaba sus emociones actuales. En
esa lengua, sus articulaciones no tenían pasado ni futuro. De manera que con
frases prestadas, mi padre le contó que estaba canoso y calvo, un poco
viejo, tenía cinco hijos varones y no era pobre ni rico; por sus compromisos
económicos, ahora no podría ir a visitarlo, pero ya iría a Europa.
Todo esto lo expresaba con un dejo de frustración en sus facciones, porque
no hay contacto más exasperante que aquel que, establecido en la distancia
abstracta, depende de señales desconocidas y es afectado por estáticas y
ecolalias, que aquel donde chocan técnicas insensibles y urgencias humanas.
—Sí, como no, nos veremos este año en Bélgica o en México, ¿quién sabe?, a
donde tú quieras —aseguró mi padre en español a aquella voz sin cara,
condenada a la muerte, como la suya—. ¿No me crees? Te digo que sí, que pronto
nos veremos en alguna parte.
BIOGRAFIA*******************************************************************
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Homero Aridjis nació en Contepec, Michocán, en 1940. Ha publicado 28
libros de poesía y prosa, y ha sido traducido a 12 idiomas. En 1964, ganó el
Premio Xavier Villaurrutia por Mirandola dormir. En 1988, obtuvo el Premio
Diana-Novedades por Memorias del Nuevo Mundo. En 1993 le fue otorgado el
Premio Grinzane Cavour por 1942, Vida y tiempos de Juan Cabezón de
Castilla, mejor novela entranjera publicada ese año en Italia. Ha obtenido la beca
Guggenheim durante los periodos 1966-67 y 1979-80, y ha sido profesor en
las universidades de Indiana, Nueva York y Columbia. En 1987, recibió el
Premio Global 500 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente
en nombre del Grupo de Los Cien, del cual es fundador y presidente desde
1985. Fue embajador de México en los Países Bajos y en Suiza. En agosto de
1997 fue elegido presidente del PEN Club International, organización mundial
de escritores, traductores y editores.
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