[Grupito] : tertulia el 2 de julio a las 7

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Tue Jun 18 21:53:26 PDT 2013


 
ENGLISH VERSION FOLLOWS  SPANISH 
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ANUNCIOS – EVENTOS  VENIDEROS 
Todavía no tenemos otra  tertulia programada para el los mediados de julio. 
 Favor de 
avisarme si quieres  ofrecer tu casa. 
¿Conoces alguien  interesado en el Grupito? Puede inscribirse diréctamente 
en la página:  http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito 
Si ya no quieres recibir  los mensajes del Grupito, visite la página del 
Grupito  http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito  para terminar tu  
suscripción 
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Saludos: 
La próxima tertulia  literaria y gastronómica tendrá lugar el día 2 de 
julio (el martes) en la casa  de Barbara Waterman. 
El RSVP, con AL MENOS 2  días de anticipación, a Barbara es obligatorio: 
pachabarbara en earthlink.net  o por telefono:  510-219-0487 
874  Portal Ave., Oakland 
(Directions: 580 towards Hayward, exit Grand Ave., stay on  frontage road 
until Lakeshore, make a left, thru shopping area, right on  Mandana, up hill 
thru 2 stop signs and one light. She is first left after  light.  For 
alternate directions,  use Mapquest or Yahoo Maps) 
La lectura, Lazos de  Familia por Edmundo Paz Soldan, está adjunta en 
formato  PDF. 
Ademas, hay abajo una  copia de la lectura por si acaso tengas problemas 
con   
el  documento. 
Te rogamos que vengas  preparado, habiendo leído la lectura de 
antemano, y que traigas  un plato y/o una bebida para compartir. 
Debra  Valov 
ecomujeres en aol.com 
ENGLISH******************************************************* 
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ANNOUNCEMENTS – UPCOMING EVENTS 
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We  don’t have another tertulia planned yet for mid July.  If you’d like 
to  offer your house, please contact me. 
Know  someone who wants to join El Grupito?  They can join directly by 
visiting the page:  http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito 
No  longer want to receive messages from El Grupito? Go to the Grupito page 
and  remove yourself from the list:  
http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito 
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Hello! 
The  next tertulia will take place on July 2 (Tuesday) at 7 pm at  
Barbara Waterman´s. 
An  RSVP is required, with AT LEAST two days notice.   
Email: pachabarbara en earthlink.net  or telephone: 510-219-0487  
874  Portal Ave., Oakland 
(Directions: 580 towards Hayward, exit Grand Ave., stay on  frontage road 
until Lakeshore, make a left, thru shopping area, right on  Mandana, up hill 
thru 2 stop signs and one light. She is first left after  light.  For 
alternate directions,  use Mapquest or Yahoo Maps) 
The  reading, Lazos de Familia by Edmundo Paz Soldan , is attached as a PDF 
file and  a copy is also pasted below this message. 
Please come prepared, having already read the story, and  bring a plate 
and/or 
drink  to share. 
Debra  Valov 
ecomujeres en aol.com 
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Grupito mailing list 
Para inscribirse en la  lista de correo del Grupito, visita: 
To  subscribe to the Grupito’s mailing list, visit:  
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LECTURA / READING 
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LAZOS DE FAMILIA 
http://www.fronterad.com/?q=lazos-familia 
Edmundo Paz Soldan 
http://es.wikipedia.org/wiki/Edmundo_Paz_Sold%C3%A1n 
A: Alonso Mayo, por todo lo que ha hecho por y con  este cuento 
Papá viene a recogerme alrededor de las seis de la  tarde, como todos los 
días. La bocina de su Chevrolet Cavalier rojo continúa  sonando incluso 
cuando me ve abrir la puerta de la casa y cruzar con pasos  apurados el jardín de 
rosas secas. Es un mensaje para mamá, pienso, una manera  de decirle que no 
podrá librarse fácilmente de él, del ruido de su presencia. Yo  tampoco 
puedo hacerlo, y si bien hubo un tiempo en que contaba los minutos que  
faltaban para que llegara, en los primeros días de la separación definitiva, eso  
no duró ni un mes. 
--Hola, campeón —la palmada en la espalda, el aire  de complicidad, como si 
fuéramos miembros de la misma pandilla--. ¿Cómo te trató  la vida entre 
ayer y hoy? No me digas. Seguro tu mamá te hizo hacer las tareas y  te mandó al 
colegio y otras ridiculeces. 
--Algo por el estilo. Pero tampoco me  molesta. 
--Eso es lo que me preocupa. Tendrás que venirte a  vivir conmigo las 
vacaciones de fin de año. Con apenas un par de horas al día  estoy en desventaja. 
Me apoyo  con fuerza contra el asiento, como si quisiera perderme en él. Y 
no quiero mirar  a papá porque, pese a todo lo que hace, es mi papá, y 
recuerdo los buenos  momentos, por ejemplo cuando íbamos al cine o al estadio 
solos, y si nuestros  ojos se encuentran me voy a sentir peor de lo que ya me 
siento, culpable de  algo, de no aceptarlo tal como es. Me gusta al menos 
salir de mi casa de cuartos  pequeñísimos por donde mamá va y viene con su pena 
a cuestas y me contagia. No  hace mucho, nuestra forma de vida era otra. 
El sol  se va. Van pasando por mi ventana las casas tristes de mis vecinos, 
una señal de  PARE en la esquina a la que nadie le hace caso, los triciclos 
y cajas de cartón  tirados en las aceras, la rubia de largas pichicas que 
vive a dos cuadras de mi  casa y nunca usa sostén. Se llama Estela y es lo 
único interesante de este  barrio de calles de tierra. No parece ir al 
colegio, la veo abrazada de diversos  chicos mayores en autos y motocicletas. Algún 
día, me he dicho, al toparme con  su mirada ausente. Algún día. 
--Yo también la vi —dice papá, sonriente--. No  eres un caso tan perdido, 
después de todo. Sus jeans están que se le caen. La  moda de hoy lo hace todo 
más fácil. 
Me  ofrece una Taquiña en lata y se la rechazo, no porque tenga catorce 
años, sino  porque no me gusta la cerveza, y menos si viene de papá. El olor de 
su colonia  intoxica el ambiente; abro un poco la ventana. Hombre de pelo 
en pecho —la  camisa algo desabotonada-- y cigarrillo negro en la mano, tiene 
éxito con las  mujeres y yo me pregunto por qué. 
Debo calmarme: de nada sirve la rabia. Papá no se  merece eso. Me dio una 
infancia maravillosa, me llenó de trenes y rompecabezas,  y sobre todo, me 
dio su tiempo; ni siquiera mamá recibía tanta atención. Nunca  me falló hasta 
que se falló a sí mismo y por arreglar las cosas las empeoró y se  fue 
hundiendo, y nosotros junto a él, incluso ahora que ya no vivimos  juntos. 
--Nos toca dar una vuelta por la Atalaya. Pagan  bien por allí, tantos 
banqueros estresados. Pronto te tendré que dar unos pesos.  Una comisión de la 
comisión. 
Papá le  ha dicho a mamá que trabaja los fines de semana y por eso han 
llegado a este  arreglo: en vez de encargarse de mí los sábados y domingos, me 
viene a buscar de  lunes a viernes a eso de las seis de la tarde, cuando dice 
que termina su  trabajo, y me trae de regreso entre las nueve y las diez, 
después de la cena  (que es, las más de las veces, una hamburguesa en Burger 
King). Pero la razón es  otra: su verdadero trabajo comienza a las seis de 
la tarde, y necesita de mi  inocente presencia para que la policía no 
sospeche de él, o al menos eso es lo  que creo: quizás sólo quiere que lo acompañe 
porque está orgulloso de lo que  hace y quiere que yo sea parte de ello. O 
quizás ocurre que tiene una idea algo  torcida de lo que resulta apropiado 
hacer en compañía de su hijo. O todo a la  vez. Porque vive de la venta de 
coca a dignos padres (y madres) de familia que  viven en barrios residenciales, 
en casas de amplios jardines y garajes con dos  autos (una de ésas fue 
algún día nuestra casa, pero ésa es otra historia). Es  -suena cómico decirlo- 
un repartidor a domicilio y gana una buena  comisión. 
Conmigo  no se esforzó por ocultarlo: quería hacerme hombre de una manera 
violenta,  contrarrestar la esforzada y correcta educación que recibía de 
mamá. Yo no me  animaba a decirle lo equivocado que estaba; toma tiempo 
encontrar el ánimo  necesario para contradecir a los papás, no hacer lo que ellos 
quieren que  hagamos, dejar de admirarlos. Toma tanto tiempo que uno nunca lo 
logra del todo,  incluso cuando uno deja de admirarlos los sigue admirando. 
Y aquí estoy, un  espía en el Chevrolet, mirando con ojos extraños y 
cansados las aventuras de un  señor con el cual tengo poco en común (toco madera: 
uno nunca sabe). Cuando todo  termine —porque tiene que terminar--, me 
preguntaré cómo hice para tolerar esta  rutina durante más de seis meses. Mi mamá 
dirá: “porque le tomaste cariño, y  después de todo tu papá es tu papá”. 
Lucho, mi mejor amigo, dirá: “porque en el  fondo te gustaba el sabor del 
peligro y querías llevarle la contra a tu vieja.  Porque tu mamá jode mucho, 
¿no?” “No más que cualquier mamá promedio”. “Entonces  jode mucho”. 
--Anoche vi una película en la tele —los ojos de  papá están fijos en la 
avenida que circunvala a la ciudad, al fondo las montañas  con el sol que las 
va apagando--. Sobre una pareja dispareja. Me hizo recuerdo a  tu mamá y a 
mí. Nos llevábamos como perro y gato. No entiendo cómo pudimos  casarnos. 
--Eso es fácil —hurgo mis bolsillos en busca de  monedas, lapiceros, 
cualquier cosa--. Lo difícil es explicar cómo pudieron estar  casados durante más 
de diez años. 
Un Ford azul aparece detrás nuestro y nos sigue un  par de cuadras. Oprimo 
mis manos contra el asiento. ¿Será la policía? Tranquilo,  tranquilo. 
--Supongo que había amor de verdad. Y  también estabas tú. Nos preocupaba 
tu futuro. 
--No hubiera sido necesario. Apenas me di cuenta  de lo que ocurría entre 
ustedes, le dije a mamá que necesitaban  divorciarse. 
El Ford  desaparece. Respiro hondo. Y vuelven la culpa, el remordimiento. 
Si el tuyo no  es un buen padre, ¿tiene uno derecho a dejar de ser buen hijo? 
¿Se puede ser  capaz de dejar de lado el cariño y la admiración, o al menos 
intentarlo? Todavía  hay tiempo, me digo: puedo luchar con mis 
sentimientos; lo irrevocables son los  hechos. 
--Si hubieras hablado antes, me habrías ahorrado  algunos años. ¿Sigue 
fanática obsesiva de la limpieza? ¿Sigue cantando en la  ducha? Tan desafinada… 
Esa es  la parte más triste de la historia. Hace esfuerzos por demostrarme 
que ella no  le interesa en lo más mínimo, y sin embargo en cada gesto se 
encuentra su  imposibilidad de olvidarla. En su futuro habrá muchas horas 
dedicadas a  pensarla, a recordarla, a imaginarla. Una vez me llevó al 
departamento que  comparte con Juliana, una gorda brasileña que llegó hace diez años 
a estudiar  medicina y se fue quedando. En las paredes había posters 
inmensos de Elizabeth  Hurley y Sofía Vergara: mamá no los hubiera tolerado un 
segundo. Los cuartos  estaban sucios, la ropa interior tirada en el piso, los 
platos sin lavar desde  hacía al menos una semana. Después de varias cervezas, 
papá me abrazó y,  señalando a Juliana, que miraba televisión tirada en el 
sofá como una ballena  varada en la playa, me dijo: “¿La ves? Nunca te 
equivoques. Lo de tu mamá fue  amor. Ella es sólo compañía para mi vejez”. Le 
dije que era muy joven para estar  pensando ya en su vejez. Pero eso no era tan 
importante como el hecho de que me  había confesado sus sentimientos por 
mamá. 
El  Chevrolet se detiene una cuadra después del primer semáforo en la 
subida a la  Atalaya, frente a una casa protegida por altos olmos. Alguna vez, no 
hace mucho,  vivíamos en este barrio, en una casa con piscina. Esa es la 
historia que no  quiero contar. A papá le iba muy bien en la compañía de 
seguros, y mamá ni  siquiera necesitaba trabajar. Luego a papá se le ocurrió 
meterse en negocios de  alto riesgo y terminó endeudado y en la calle, y 
nosotros con él. Vino la  separación, y comenzó nuestra aventura en barrios pobres. 
Mamá trabaja de  enfermera en un hospital del estado. Y papá hace lo que 
puede por ganar unos  pesos rápidos y no tener que trabajar: dice que odia su 
pasado de oficinista. O  quizás es su manera de justificar el hecho 
contundente, su certeza de que esa  vida no volverá. 
Papá se  baja, toca el timbre y vuelve al Chevrolet. Los autos suben y 
bajan por la  avenida con sospechosa normalidad: en cualquiera de ellos pueden 
estar la  policía y el fin de esta aventura. Siempre que estoy con papá me 
pongo tenso.  Qué no diera por ir a la matiné o al fútbol, como lo hacíamos 
tan sólo hace tres  años. Por volver al minigolf con él, y eso que me aburría 
tanto. Porque papá no  fuera como papá. Pero él ha cambiado y quizás debería 
aceptarlo así. En el fondo  creo que lo acepto, aunque me niego a hacerlo 
del todo. Es un poco  confuso. 
Apoya su mano en mi hombro y siento su cariño. Y  me vuelvo a sentir mal. 
Un señor  de papada repugnante abre la puerta de la casa y se acerca a la 
ventana del  auto. Se apellida Ramírez, es abogado, tiene sus oficinas cerca 
del Boulevard  (he hecho mis investigaciones). Sin pronunciar palabra, le 
entrega a papá unos  billetes nerviosos, recibe un sobre y se marcha. He visto 
esta escena muchas  veces: cambian los rostros, pero la actitud es similar. 
Miedosos, tratan de  reducir al mínimo el contacto con papá. No están 
avergonzados de sus vicios;  sólo tienen miedo a que alguien los descubra. A 
veces prefieren encontrarse con  papá en callejuelas despobladas, al amparo de 
la noche. Me miran y no entienden  qué hago en el auto, y seguro se preguntan 
si me doy cuenta de lo que está  ocurriendo. No deben faltar los que se 
animan a emitir para sus adentros algún  juicio moral. 
--Me dijiste que dejarías de hacerlo –me animo a  decirle. 
--Si me consigues un trabajo, feliz de la vida  —termina la cerveza, 
estruja la lata--. Por más que busco no hay, por nada del  mundo. Y alguien tiene 
que mantenerte, ¿no? Basta un día que me atrase con la  pensión para que el 
abogado de tu mamá ya esté tocando a mi  puerta. 
--Para mí que ya ni siquiera estás buscando  trabajo —no lo miro mientras 
hablo; así será más fácil, podré decirle todo lo  que pienso--. Te 
acostumbraste al dinero fácil. 
--¿Y tú qué sabes? Si crees que esto es dinero  fácil estás muy equivocado, 
jovencito. La mala influencia de tu mamá te está  llenando la mente de 
estupideces. 
--Lo que digas, pero ya no quiero acompañarte. A  esto, prefiero quedarme 
en casa. Me dijiste que dejarías de hacerlo y me  mentiste. Me estuviste 
mintiendo todo el tiempo. 
--No creas que me siento orgulloso de lo que hago.  Pero dime, ¿quién es 
peor? ¿Yo, o mis compradores? 
Esa es su gran disculpa: no se droga, apenas es un  intermediario, tiene la 
conciencia tranquila. 
--A mí no me interesan tus  compradores. 
Avanzamos  tres cuadras en un lento ascenso hacia la Atalaya, y nos 
volvemos a detener.  Papá toca el timbre de una casa muy iluminada con un jardín 
lleno de cucardas en  flor. Las luces del jardín se apagan y una silueta se 
acerca con prisa hacia la  puerta. La transacción concluye y partimos. 
Papá mira de pronto por el retrovisor y dice que  nos siguen. 
--No creo que sea coincidencia. Ese Volkwagen  estaba detrás de nosotros 
cuando salimos de tu casa. 
¿Será la  policía? No debo ponerme nervioso. Papá acelera y yo me aferro al 
asiento; veo  su rostro de satisfacción, la sonrisa anhelante: corrió en 
algunos rallies sus  primeros años de casado, hasta que nací yo y mamá se lo  
prohibió. 
--A mi juego me llamaron –grita, eufórico--. No  saben con quién se están 
metiendo. 
Toma una  curva a la izquierda, luego otra a la derecha, y después agarra a 
gran velocidad  una recta en bajada. El Chevrolet derrapa sobre el asfalto 
y logra asentarse  después de un brusco caracoleo. Por el retrovisor observo 
que no hemos logrado  perder de vista al auto que nos sigue. Papá se mete 
por callejuelas polvorientas  en procura de perder a nuestro perseguidor. 
Al rato, sin embargo, una decisión equivocada lo  lleva a un callejón sin 
salida. Maneja hasta toparse con una pared. El  Volkswagen se detiene a unos 
cincuenta metros. Papá tiene ahora el ceño  fruncido. Los paquetes de coca 
están a mis pies. 
Abre la  guantera y extrae un revólver. Desde un megáfono se le anuncia que 
está rodeado  y que salga con las manos en alto. Papá duda; me mira como 
esperando alguna  sugerencia. No digo nada. No sé qué decir. Quizás ya no hay 
nada que hacer ni  que decir. Algún rato tenía que ocurrir esto, de manera 
natural o con la ayuda  de otros. 
Papa sale del auto y levanta las manos. El  revólver cae al suelo. 
--El no tiene nada que ver –grita, señalándome con  un gesto--. Déjenlo en 
paz, tiene que ir al colegio. 
Un policía de blancos bigotes lo esposa y lo lleva  al Volkswagen. No me 
muevo de mi asiento. Otro policía se me acerca y me da una  palmada en el 
hombro. 
--Buen trabajo, muchacho. 
--¿Querrá que le agradezca? Me quedo en  silencio. 
Cuando  se entere, mamá estará muy molesta conmigo. Tu papá es tu papá, 
sangre de tu  sangre. Sólo espero que a la larga me comprenda. Y si no lo hace, 
no será una  sorpresa. Porque yo tampoco sé si me comprendo. 
No  quiero levantarme del asiento. No quiero salir del auto. Ni dentro de 
cinco  minutos, ni dentro de una hora, ni mañana. Y pasado, quizás  menos.
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