[Grupito] : Tertulia el 20 de mayo a las 7:30

Ecomujeres at aol.com Ecomujeres at aol.com
Mon May 12 00:22:44 PDT 2014


 
- ENGLISH VERSION FOLLOWS  SPANISH - 
****************************************************************************
* 
ANUNCIOS 
***************   
Creo que  tenemos otra tertulia ya planeada para el 3 de junio.  Les aviso 
pronto y envío la lectura  cuanto antes. Si quieres ofrecer tu casa en otra 
ocasión en junio, favor de  avisarme. 
¿Conoces  alguien interesado en el Grupito? Puede inscribirse diréctamente 
en la  página:  http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito. 
Si ya no  quieres recibir los mensajes del Grupito, visita la página del 
Grupito  http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito  para terminar tu  
suscripción 
************************************************************** 
Saludos: 
La  próxima tertulia literaria y gastronómica tendrá lugar el día 20 de 
mayo (el martes) en la casa de Ana  Polt. 
33  Bowling Dr., Oakland 94618 
(510)  547-0996 
Quiere tener al menos 5 personas y si no, cancelará  la tertulia. El RSVP a 
Ana es obligatorio: _b-p en consultant.com_ (mailto:b-p en consultant.com) .   
Para  llegar a Bowling Dr.: 
1. College Ave.  north, past  BART, left on Manila. Cross Broadway and bear 
right onto  Monroe. 
Monroe ends at Broadway Terr. [Broadway  Terrace] 
Left on Broadway  Terr. 
Very shortly thereafter, left  uphill on Country Club  Dr. 
Third right is Bowling.   
#33 is on the right. California  Spanish style; large Atlas cedar in front. 
Or 2. From downtown Oakland, take Broadway  north past Rockridge shopping 
center to Broadway Terr., past College of the  Arts. 
Right on Broadway Terr.  (Union 76  station). 
Left uphill on Country Club  Dr. 
Third right is Bowling.   
#33 is on the right. California  Spanish style; large Atlas cedar in front. 
Or 3. From Berkeley: Shattuck ,or Telegraph, or Claremont to 51st  St. 
Left on Broadway. Continue as  above. 
Or 4 From Warren freeway (13) to  Broadway Terrace exit.   
Left on Broadway Terr., uphill  and down, past Village Market on left. 
Right on  Glenbrook. 
Second left is  Bowling. 
#33 is on the right. California  Spanish style; large Atlas cedar in front. 
La lectura, cuatro  cuentitos de Liana  Castello,  está adjunta en formato 
PDF, además hay una copia de la lectura abajo por si  acaso tengas problemas 
con el documento.  
Te  rogamos que vengas preparado, habiendo leído la lectura  de 
antemano, y que traigas un plato y/o una bebida para  compartir. 
Debra  Valov 
ecomujeres en aol.com 
- ENGLISH  - 
************************************************************** 
ANNOUNCEMENTS 
************* 
I think we have another  tertulia set for June 3. I’ll let you know and 
send the reading as soon as  possible. If you’d like to offer your house for a 
tertulia later in June, please  contact me. 
Know someone who wants to join  El Grupito?  They can join directly  by 
visiting the page:  http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito. 
No longer want to receive  messages from El Grupito? Go to the Grupito page 
and remove yourself from the  list:  
http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito   
*************************************************************** 
Hello! 
The next tertulia will take  place on May 20 (Tuesday) at 7 pm at the home 
of Ana  Polt. 
33 Bowling Dr., Oakland 94618 
(510)  547-0996 
Ana would like a  minimum of 5 guests, otherwise she will cancel, so RSVP a 
must: _b-p en consultant.com_ (mailto:b-p en consultant.com)  
Para  llegar a Bowling Dr.: 
1. College Ave.  north, past  BART, left on Manila. Cross Broadway and bear 
right onto  Monroe. 
Monroe ends at Broadway Terr. [Broadway  Terrace] 
Left on Broadway  Terr. 
Very shortly thereafter, left  uphill on Country Club  Dr. 
Third right is Bowling.   
#33 is on the right. California  Spanish style; large Atlas cedar in front. 
Or 2. From downtown Oakland, take Broadway  north past Rockridge shopping 
center to Broadway Terr., past College of the  Arts. 
Right on Broadway Terr.  (Union 76  station). 
Left uphill on Country Club  Dr. 
Third right is Bowling.   
#33 is on the right. California  Spanish style; large Atlas cedar in front. 
Or 3. From Berkeley: Shattuck ,or Telegraph, or Claremont to 51st  St. 
Left on Broadway. Continue as  above. 
Or 4 From Warren freeway (13) to  Broadway Terrace exit.   
Left on Broadway Terr., uphill  and down, past Village Market on left. 
Right on  Glenbrook. 
Second left is  Bowling. 
#33 is on the right. California  Spanish style; large Atlas cedar in front. 
The reading, four short stories by Liana  Castello, is attached as a PDF. A 
copy is  also below, in case you have problems with the PDF. 
Please come prepared, having  already read the story, and bring a plate  
and/or drink to  share. 
Debra  Valov 
ecomujeres en aol.com 
****************************************************************************
* 
Grupito  mailing list 
Para  inscribirse en la lista de correo del Grupito,  visita: 
To join the mailing list for El  Grupito, go to:  
http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito 
****************************************************************************
* 
LECTURA / READING 
******************** 
Liana Castello, argentina   Historias de madres e hijos 
SIETE  CUADRAS 
Siete  cuadras es la distancia que separa nuestra casa del colegio de mi 
hijo. Cuadras  que he caminado incontables veces de su mano. 
Recuerdo  vívidamente cuando Joaco empezó el jardín de infantes. Muchas 
veces esas cuadras  no las caminaba todas, yo lo alzaba feliz en mis brazos y 
lo llevaba algunas a  upa. Recuerdo los llantos de los comienzos, cuando la 
escolaridad era una  aventura desconocida para él y que le provocaba miedo y  
angustia. 
Con el  tiempo, comenzó gustarle el jardín y era un placer verlo ir 
entusiasmado con su  guardapolvo bordó con un conejito bordado y toda la energía 
que podía caber en  un niño. Siempre de mi mano, siempre juntos. 
Algunas  veces nos deteníamos en un kiosco y yo le compraba un chupetín y 
él caminaba  feliz las cuadras que faltaban como si es vez de una golosina 
llevase un trofeo  en sus manos. Siempre pensé que la infancia tiene muchas 
cosas maravillosas,  pero sin dudas, una de las mejores, es que todo se vive 
con una intensidad y un  entusiasmo casi milagrosos. 
Así  intenté vivir yo cada cosa de Joaco, un acto escolar, cuando le tocaba 
izar la  bandera, cuando cantaba el himno y creo que lo logré. También yo, 
sin ser  precisamente una niña, pisé con un entusiasmo inmenso cada baldosa 
de este  camino tan importante para su vida y para la mía  también. 
Ya en  primaria, caminábamos las siete cuadras conversando, compartiendo 
los miedos de  una prueba, las expectativas por un trabajo práctico en el cual 
yo había tenido  mucho que ver, alguna pelea con un compañero o un reto de 
alguna  maestra. 
A medida  que los años transcurrían, el recorrido no cambió nunca, pero sí 
cómo lo  hacíamos. Al principio, siempre de la mano, luego sólo para cruzar 
la calle,  luego sólo para cruzar la avenida y llegó un momento en el que 
sólo estábamos  uno al lado del otro. Creo que ése fue el momento en que 
empecé a despedir a un  Joaco niño, para darle la bienvenido a un hijo un poquito 
más  grande. 
Las  conversaciones habían cambiado también, ya hablábamos de fútbol, o 
mejor dicho  yo escuchaba y él me contaba, ya no me pedía una golosina, sino 
plata para  comprarse lo que él quisiera. 
Hoy Joaco  está en su último año de primaria. Todo para él es entusiasmo 
por lo que vendrá  y yo soy feliz porque así debe ser, pero debo reconocer que 
me cuesta ir  despidiendo de a poco al niño que está dejando de  ser. 
Antes me  quedaba en la puerta del colegio viendo cómo entraba y nos 
saludábamos con la  mano como si nos estuviésemos despidiendo por mucho tiempo. 
Luego era un abrazo  y entraba sin mirar hacia atrás, luego fue un beso rápido 
porque lo que  realmente quería era estar con sus amigos. Y llegó un día en 
que empezó a  despedirse de mí con un beso cuando todavía faltaba una 
cuadra. No me hizo falta  preguntarle el por qué, lo respeté pero me dolió 
comenzar a sentir la distancia  que inevitablemente y saludablemente se iba 
instalando entre  nosotros. 
Recuerdo  un día, caminando esas siete cuadras, en que Joaco me  dijo: 
-Mami,  tienes que empezar a soltarme, yo podría ir solo al  colegio. 
-Todo a  su tiempo –le contesté- no hay apuro. Sin dudas no lo había para 
mí, él tenía  todo el apuro lógico de su edad. 
Joaco no  se resignaba fácilmente a un no y cada tanto volvía a decirme que 
quería  comenzar a ir sólo al colegio. 
Yo le  daba mis razones, que lo veía distraído, que aún no cruzaba del todo 
bien la  calle, que se apuraba, y varias razones más que un día descubrí 
que no eran ni  más ni menos que excusas.  Joaco tenía razón, yo debía ir  
soltándole de a poco la mano, pero me costaba. Sin dudas era mía la necesidad 
de  llevarlo al colegio, era mía la necesidad de sentir que todavía tenía que 
 hacerlo. 
No es  fácil ir desprendiéndose de la infancia de nuestros hijos, saber que 
pasamos de  tenerlos a upa, a darles la mano, más tarde a estar a su lado y 
luego a esperar  que vuelvan porque se han ido sin nosotros. 
Él tenía  que ir aprendiendo a manejarse solo y yo tenia que enseñarle a 
hacerlo. Es  difícil enseñarles a los hijos a valerse por sí mismos, porque 
significa  soltarles un poquito la mano, muriéndonos de miedo a que algo les  
suceda. 
Me di  cuenta que el aprendizaje era para ambos, con la diferencia que él 
lo vivía con  ansiedad y entusiasmo y yo con miedo y nostalgia. 
Y un día  decidí desandar las siete cuadras y le propuse a Joaco 
acompañarlo seis, a los  pocos días cinco, luego cuatro, tres, hasta que llegó el 
momento en el que solo  salió de casa y solito llegó al colegio. No olvidaré la 
expresión de su rostro  al despedirse de mí ese día, me dio un beso largo, 
me abrazó, me dijo un hermoso  gracias al oído y se fue llevándose con él una 
parte importante de mi  vida. 
Siete  cuadras no es una gran distancia, sin embargo para mí fue un largo 
recorrido, el  de la infancia de mi hijo. En general, los cambios grandes de 
la vida, suelen  anunciarse con pequeñas señales, nada grandilocuentes, que 
sólo el alma capta  desde el principio. 
Mi hijo  ya no camina esas siete cuadras conmigo, no le hace falta un 
chupetín, mi  escucha y mucho menos que le haga upa y si bien me cuesta aceptar 
que cada vez  me necesita un poquito menos, soy feliz por haberlo acompañado 
en el primer  trayecto de su corta vida. De eso también se trata la  vida. 
De todos  modos, aunque no sea de mi mano, él camina esas siete cuadras y 
caminará todo el  resto de su camino con el amor infinito que siento por él y 
así será por  siempre, no importa cuántas “cuadras” la vida no  separe. 
FOTOS 
Acabo de  abrir un sobre que mi madre reservó para este día, mi cumpleaños 
número  veintiuno. 
-Te  regalaré algo muy especial, verás-dijo hace tiempo con su eterno  
entusiasmo. 
Y no se  equivocó. Sin dudas, éste es el regalo más especial que he 
recibido en mi  vida. 
El sobre  contiene veintiuna fotos, pero más que eso contiene una  
historia: 
Cuando yo  tenía pocos meses, un mes de enero, mi padre nos sacó una foto a 
mi madre y a  mi, ambos con una gorra puesta con la visera hacia atrás como 
usan quienes hacen  rap. Mi madre me sostenía en sus brazos y ambos 
lucíamos una sonrisa  infinita. 
Al año  siguiente, mi madre repitió esa foto a la que ella llamó “la foto 
de los  raperitos”. A partir de entonces, se instaló una tradición que se 
cumplía todos  los años. 
Mi madre  tiene cierto amor por las tradiciones domésticas, cosas pequeñas, 
gestos simples  que le gusta repetir y que los instala como tradiciones 
cotidianas que hacen las  veces de lazos que nos unen aún más. 
Sin lugar  a dudas, la tradición de esta foto ha sido su preferida. Cada 
verano (porque  casi siempre era en verano y en vacaciones), ella se preparaba 
especialmente.  Esperaba a estar tostada, se ponía el traje de baño que 
mejor le quedase y con  su eterno entusiasmo casi infantil, nos pedía que nos 
preparásemos para la  cesión de fotos. 
Cuando  dejamos de ser pequeños tanto mi hermano como yo, mi madre temió 
que nos  negásemos a este ritual tan amado por ella, pero jamás lo hicimos. 
Nunca nos  molestó, ni siquiera en edades en la que todo fastidia y más si 
viene de  nuestros padres. 
Creo que,  sin decirlo, tanto mi hermano como yo comprendimos siempre que 
esa foto, esa  ceremonia era sagrada para mi madre y no sólo lo respetábamos, 
sino que lo  entendíamos. 
Era tanto  el entusiasmo con el que se preparaba y tan bella la sonrisa que 
luego salía  plasmada en la foto, que parecía que esa imagen podía expresar 
su infinito amor  de madre. 
Cuando  regresábamos de nuestras vacaciones, comenzaba otro ritual, revelar 
la foto o  imprimirla y colocarla más que orgullosa en un  portarretrato. 
Recuerdo  que cuando éramos pequeños, en el cuarto que compartíamos con mi 
hermano, mi  madre había colgado en dos paredes todas nuestras fotos de 
raperitos, en una  pared aquellas en las que estaba conmigo y en otra aquellas 
en la que estaba con  mi hermano. 
“Así  vamos teniendo nuestra historia, año tras año” había dicho. Era 
hermoso y en  cierto modo divertido ver cómo íbamos cambiando y creciendo año a 
año. Sin  embargo, había algo que en todas las fotos permanecía intacto y 
era la sonrisa  de mi madre. 
Hubo un  año en que no pudimos sacar la foto estando de vacaciones, ese año 
mi padre  había estado muy mal de salud y el verano se fue en otras cosas 
que eran, sin  dudas, más urgentes. 
Fue en el  mes de abril y con mi padre ya repuesto que no faltamos a la 
cita que teníamos  con nuestra historia, nuestra tradición y sobre todo con ese 
vínculo especial  que manteníamos madre e hijos. 
En  aquella foto, que hoy también tengo en mis manos, mi madre está 
visiblemente más  delgada, no estaba tostada y en sus ojos todavía se podía ver 
algo del calvario  que vivió pensando que mi padre moriría. Sin embargo, una 
vez más, su sonrisa  estaba presente y era la misma. Siempre pensé que mi 
madre sonría como si  todavía fuese niña, creo que algo de eso hace que su 
sonrisa se vea tan  mágica. 
-Cuando  cumplas tu mayoría de edad, te dejaré libre de estas fotos- dijo 
un día, pero yo  no le creí. 
Sin  embargo, hoy y creo que a modo de darme la bienvenida a mi mayoría de 
edad, mi  madre me ha regalado las veintiuna fotos de raperitos que nos 
hemos sacado.  Tengo mi historia con ella en este sobre que contiene mucho más 
que veintiún  fotos. 
No me  canso de mirarlas una y otra vez. Es mi vida la que en ellas se 
refleja, el paso  del tiempo, el amor que siento por mi madre y el que ella 
siente por mí. Son  momentos especiales que he vivido, de esos que se atesoran 
para siempre, de esos  que no abundan, de esos que, espero, pueda yo 
brindarle a mis  hijos. 
Es un  bello regalo, el más bello que haya recibido, preparado por mi madre 
con amor,  con el mismo amor con que ha hecho siempre las cosas por mi 
hermano y por  mí. 
Sin  embargo, un dejo de tristeza se me alojó en el alma, tal vez sea 
melancolía por  esa infancia que dejé, por ese tiempo de familia que cuando uno 
crece  cambia. 
Mirando  las fotos una vez más, volví a reparar en la sonrisa de mi madre y 
la tristeza  se borró. Hoy me espera a cenar y sé que me recibirá con esa 
misma sonrisa que  se refleja en estas veintiuna fotos que hoy recibí. 
UN  TROCITO DE CHOCOLATE 
Mi madre  fue siempre muy golosa. Desde que tengo memoria la recuerdo cada 
noche,  saboreando un trocito de chocolate, su dulce preferido. Su día era 
intenso,  siempre estaba haciendo cosas, jamás descansaba. Recuerdo que de 
niña pensaba  cómo podía hacer tantas cosas sin cansarse, sin decir basta. No 
tenía nunca un  tiempo para ella, excepto por ese ratito mágico que se 
tomaba por la noche,  antes de irse a dormir. 
Se  sentaba en un sillón y tomaba un chocolate pequeño. Mientras lo iba 
saboreando  cerraba los ojos y yo me imaginaba que soñaba con otra vida, tal 
vez menos  ocupada, tal vez más feliz. No lo sé, jamás lo  supe. 
Mi madre  no se quejaba, pero yo intuía que en ese mágico momento de la 
noche mi madre  imaginaba otra realidad. 
Esa  costumbre era tan de ella que en cierto modo la definía, dulce, 
tranquila,  silenciosa, reconfortante para el alma. Nunca olvidaré el recuerdo de 
esa imagen  y el sonido del papel del chocolate que mi madre abría cada 
noche, todas las  noches. 
Las pocas  veces que la vi enferma, no sólo me daba cuenta por su rostro o 
la preocupación  de mi padre, sino porque no comía ese trocito de chocolate. 
Ése era para mí el  principal indicio de que no estaba bien. 
El mejor  regalo que se le podía hacer era por supuesto, un chocolate y lo 
más bello era  que también le gustaba compartirlo conmigo. Llegó un momento 
en que más allá de  un hábito propio de mi madre, se había convertido en un 
encuentro entre ambas.  Entre bocado y bocado, nos contábamos nuestras 
vidas, nuestros sueños y nuestras  realidades. 
El tiempo  pasó, yo hice mi vida, tuve mi hogar, mis hijos y mi madre 
siguió con su vida y  su rutina de color marrón y sabor dulce. 
Mi madre  envejeció y comenzó a marchitarse, no por los años, sino porque 
su  salud  se fue deteriorando. Hice todo lo que pude, siempre. Me resistía a 
llevarla a  otro lugar, a obligarla a abandonar su hogar, así como la 
memoria y la salud la  iban abandonando a ella. 
Llegó un  momento en que ya era imposible que viviese sola, yo no podía 
abandonar por  completo mi hogar y nunca encontré alguien que la cuidase como 
ella merecía ser  cuidada. Y entonces, la tuve que llevar a una casa de 
reposo, donde la atendían  las veinticuatro horas y estaban pendientes de  todo. 
No me  gustó hacerlo, sentí que le fallaba, que la traicionaba, pero a 
veces –muchas en  realidad-uno no hace lo que quiere, sino lo que la situación 
obliga a  hacer. 
Todos los  días iba a visitarla y no faltaba en mi bolsillo un chocolate 
para compartir. A  veces la encontraba dormida y se lo dejaba para más  tarde. 
Cuando se  sentía con ganas de charlar, era para mi una fiesta compartir 
ese momento en el  que parecía que el tiempo no había pasado y que ella seguía 
en su sillón de  siempre. 
Pero así  como los chocolates se derriten, se terminan o se ponen viejitos, 
la vida de una  persona también se va apagando. 
Para mi  también habían pasado los años y si bien es cierto que uno va 
perdiendo cosas  con ellos, también lo es que se ganan otras, el valorar lo que 
se tiene y se ha  tenido, el atesorar los momentos como si fuesen los 
últimos y el saber que,  porque todo o casi todo tiene un fin, hay que  
disfrutarlo. 
Un día  como tantos llegué, le di un beso, me senté a su lado y le pregunté 
si quería un  trocito de chocolate. 
-No  gracias-contestó sin mirarme y supe, sentí que ya no habría  retorno. 
Su salud  era cada vez más precaria, como su memoria, como perdida era su 
mirada y como  inexorable su final. 
No me  resigné, cada día cuando iba a visitarla, le ofrecía chocolate. Ya 
casi no se  daba cuenta de ese mimo, de ese gesto de amor que significaba esa 
golosina, pero  ella merecía que yo se lo siguiera ofreciendo. Era como un 
homenaje a tantos  años de dulce compañía que ella me había dado. 
Otro día,  uno especial, me sorprendió pues me contestó que si, y lo 
saboreó con los ojos  cerrados, como hacía cuando era joven, y lo compartimos 
conversando felices como  tantas otras veces. 
Me fui  feliz y ése fue el último día que la vi con vida. 
Mi madre  murió al día siguiente y no pude despedirme, o en realidad sí. 
Hoy creo que ella  volvió a conectarse conmigo ese día para decirme adiós a 
nuestra manera y a su  modo, un modo dulce y tranquilo. 
Hoy soy  yo la que todos los días come un trocito de chocolate. También 
cierro los ojos y  no imagino otra vida, imagino a mi madre acompañándome y 
compartiendo conmigo  este hermoso ritual de amor.  
LAS  LLAVES 
Cuando  falleció mi padre sufrí mucho su pérdida, muchísimo. Sin embargo, a 
pesar de  extrañarlo tanto como lo extraño aún hoy, no sentía el desamparo 
que hoy me  inunda, me desborda, me lastima. 
Mi padre  se fue hace ya varios años y mi madre siguió habitando la casa 
donde crecí. Esa  casa donde la vida empezó, ese lugar que fue mío durante 
tanto  tiempo. 
La casa  de nuestra infancia no se parece a ninguna otra que podamos tener 
a lo largo de  nuestra vida. Las casas que habitamos -cuando crecemos- aún 
cuando nosotras  mismas las convertimos en hogares, no tiene sus aromas, ni 
su encanto y mucho  menos sus recuerdos. 
Visitar a  mi madre en su casa era mucho más que verla y compartir un rato 
con ella. Algo  de esa niña que fui volvía con cada visita. Un sentido de 
cálida y tierna  pertenencia me invadía y una mezcla de sentimientos bailaba 
en mi corazón:  nostalgia, alegría, melancolía. 
Amaba  visitar a mi madre, no sólo por ella, sino por volver a esa casa, mi 
casa, la  primera casa que fue mía, la que me vio crecer y a la que dejé 
hace muchos años  ya. 
Cada  parte de esa casa tiene una historia, cada mueble, cada adorno. Todo 
guarda las  primeras escenas de mi vida, no sé si las más bellas, pero sí 
las más  significativas, esas escenas que me convirtieron en quien soy hoy y 
que me  acompañarán por siempre. 
Mi madre  falleció hace un par de años y desde el día que murió supe que 
otro día casi  igual de doloroso me esperaba. 
La casa  quedó vacía o no en realidad. Ya nadie la habitaba, pero mi 
historia seguía allí  y la de mis padres y la de la familia que fuimos alguna  
vez. 
Sabía que  tendría que vender la casa y me alivió pensar cuánto tardarían 
esos trámites. Y  si bien no me equivoqué y tardamos mucho en poner en orden 
legal todo, el día  llegó y la casa estuvo en condiciones de conocer un 
nuevo  dueño. 
Me costó  mucho, demasiado, ponerla en venta, era como poner a la venta 
parte de mi vida,  mi historia, mis afectos de ayer, pero tuve que hacerlo. Sin 
embargo, algo aún  más doloroso me esperaba: desocuparla. 
Me  resultó una lenta agonía vaciar la casa de mis padres, la que fuera mía 
también.  Cada vez que iba, cada cosa que sacaba era un recuerdo, una 
vivencia, una risa o  una lágrima. Y cada vez que iba, algo de mi quedaba en el 
lugar vació que yo  misma dejaba al sacar las cosas, cada día algo de mí 
moría un  poquito. 
Yo no  tenía apuro ninguno en desocuparla por completo. No quería dejar de 
ir, no  quería dejar de mi visitar mi vieja casa, mi vieja vida y a mis 
padres que desde  algún rinconcito seguro me estaban mirando. Yo no tenía apuro, 
pero el nuevo  dueño sí. 
Quise  traer a mi actual casa varias cosas de la casa de mi madre, pero 
poco fue lo que  entró. Las casas de hoy son como la vida de ahora, no hay 
mucho lugar para  atesorar cosas. Son casas donde se vive rápido, más pequeñas, 
sin mucho lugar  para detenerse a recordar. 
Recuerdo  el rostro de mi hija cuando le conté que traería a nuestra casa 
el sillón donde  mi madre tejía. 
-¿Estás  loca? –preguntó y como si esa pregunta no fuese ya muy hiriente 
agregó: ¿No  hablarás en serio? Ese viejo sillón es horrible  verdaderamente. 
No la  culpo, es joven y no entiende que en lo que menos pienso yo es si el 
sillón es  bello o no, viejo o nuevo, si combina o no con mis muebles. No, 
no la culpo, ese  sillón es parte de mi historia, no de la de ella, soy yo 
quien intenta aferrarse  al pasado y ella es sólo presente y futuro. 
De todos  modos lo traje y ubiqué el sillón de mi madre en mi cuarto y con 
el sillón  vinieron muchas otras cosas, sus libros, cosas de su cocina y 
cosas que mis  padres amaban mucho. 
Y  finalmente el día llegó, la casa quedó vacía, como ese día vacía estaba 
mi alma.  No sé dónde se sentía más frío, si en esa casa deshabitada o en mi 
corazón.  Tenía el juego de llaves en la mano y esperaba al nuevo dueño 
deseando que nunca  llegase. 
Pero  llegó, se dio cuenta de que ese momento era difícil para mí, pero 
nunca puede  haberse dado idea de cuánto. 
Dio unas  vueltas, hizo unas preguntas tontas, algunos comentarios poco 
interesantes y  finalmente llegó el momento que, en cierto modo, también él 
trataba de  retrasar. 
En ese  sencillo acto de darle las llaves de la casa que fuera de mis 
padres, que fuera  mía, sentí que mi alma se desgarraba. Ya no había vuelta 
atrás, ya no habría más  visitas, ni recuerdos con los que reencontrarme, ni 
fantasmas que inventar para  sentirme menos sola. 
Sé que  esta sensación pasará y todo se reacomodará. Mi dolor mermará, mi 
corazón se  tranquilizará y hasta el sillón de mi madre lucirá bello en mi  
habitación. 
La vida  no se detiene con la muerte de los seres que amamos y la mía 
continuará también  y me acostumbraré a estas ausencias, sin dudas así será. Pero 
hoy no pude evitar  sentir que en ese manojo de llaves que dejé en las 
manos de un extraño, entregué  mi historia. 
Una gran  parte de lo que fue mi vida se fue con esas llaves y quedó para 
siempre detrás  de esa puerta que esa persona cerró y que yo jamás volveré a 
abrir.   
http://www.encuentos.com/cuentos-de-madres/siete-cuadras/ 
http://www.encuentos.com/cuentos-para-padres/fotos/ 
http://www.encuentos.com/cuentos-cortos-espirituales/un-trocito-de-chocolate
/ 
http://www.encuentos.com/cuentos-cortos-espirituales/las-llaves/ 

------------ pr�xima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: <http://lists.sonic.net/pipermail/grupito/attachments/20140512/1fc7e6f2/attachment.html>
------------ pr�xima parte ------------
A non-text attachment was scrubbed...
Name: no disponible
Type: application/pdf
Size: 63467 bytes
Desc: no disponible
URL: <http://lists.sonic.net/pipermail/grupito/attachments/20140512/1fc7e6f2/attachment.pdf>


More information about the Grupito mailing list