[Grupito] : Tertulia el 20 de mayo a las 7:30
Ecomujeres at aol.com
Ecomujeres at aol.com
Mon May 12 00:22:44 PDT 2014
- ENGLISH VERSION FOLLOWS SPANISH -
****************************************************************************
*
ANUNCIOS
***************
Creo que tenemos otra tertulia ya planeada para el 3 de junio. Les aviso
pronto y envío la lectura cuanto antes. Si quieres ofrecer tu casa en otra
ocasión en junio, favor de avisarme.
¿Conoces alguien interesado en el Grupito? Puede inscribirse diréctamente
en la página: http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito.
Si ya no quieres recibir los mensajes del Grupito, visita la página del
Grupito http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito para terminar tu
suscripción
**************************************************************
Saludos:
La próxima tertulia literaria y gastronómica tendrá lugar el día 20 de
mayo (el martes) en la casa de Ana Polt.
33 Bowling Dr., Oakland 94618
(510) 547-0996
Quiere tener al menos 5 personas y si no, cancelará la tertulia. El RSVP a
Ana es obligatorio: _b-p en consultant.com_ (mailto:b-p en consultant.com) .
Para llegar a Bowling Dr.:
1. College Ave. north, past BART, left on Manila. Cross Broadway and bear
right onto Monroe.
Monroe ends at Broadway Terr. [Broadway Terrace]
Left on Broadway Terr.
Very shortly thereafter, left uphill on Country Club Dr.
Third right is Bowling.
#33 is on the right. California Spanish style; large Atlas cedar in front.
Or 2. From downtown Oakland, take Broadway north past Rockridge shopping
center to Broadway Terr., past College of the Arts.
Right on Broadway Terr. (Union 76 station).
Left uphill on Country Club Dr.
Third right is Bowling.
#33 is on the right. California Spanish style; large Atlas cedar in front.
Or 3. From Berkeley: Shattuck ,or Telegraph, or Claremont to 51st St.
Left on Broadway. Continue as above.
Or 4 From Warren freeway (13) to Broadway Terrace exit.
Left on Broadway Terr., uphill and down, past Village Market on left.
Right on Glenbrook.
Second left is Bowling.
#33 is on the right. California Spanish style; large Atlas cedar in front.
La lectura, cuatro cuentitos de Liana Castello, está adjunta en formato
PDF, además hay una copia de la lectura abajo por si acaso tengas problemas
con el documento.
Te rogamos que vengas preparado, habiendo leído la lectura de
antemano, y que traigas un plato y/o una bebida para compartir.
Debra Valov
ecomujeres en aol.com
- ENGLISH -
**************************************************************
ANNOUNCEMENTS
*************
I think we have another tertulia set for June 3. I’ll let you know and
send the reading as soon as possible. If you’d like to offer your house for a
tertulia later in June, please contact me.
Know someone who wants to join El Grupito? They can join directly by
visiting the page: http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito.
No longer want to receive messages from El Grupito? Go to the Grupito page
and remove yourself from the list:
http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito
***************************************************************
Hello!
The next tertulia will take place on May 20 (Tuesday) at 7 pm at the home
of Ana Polt.
33 Bowling Dr., Oakland 94618
(510) 547-0996
Ana would like a minimum of 5 guests, otherwise she will cancel, so RSVP a
must: _b-p en consultant.com_ (mailto:b-p en consultant.com)
Para llegar a Bowling Dr.:
1. College Ave. north, past BART, left on Manila. Cross Broadway and bear
right onto Monroe.
Monroe ends at Broadway Terr. [Broadway Terrace]
Left on Broadway Terr.
Very shortly thereafter, left uphill on Country Club Dr.
Third right is Bowling.
#33 is on the right. California Spanish style; large Atlas cedar in front.
Or 2. From downtown Oakland, take Broadway north past Rockridge shopping
center to Broadway Terr., past College of the Arts.
Right on Broadway Terr. (Union 76 station).
Left uphill on Country Club Dr.
Third right is Bowling.
#33 is on the right. California Spanish style; large Atlas cedar in front.
Or 3. From Berkeley: Shattuck ,or Telegraph, or Claremont to 51st St.
Left on Broadway. Continue as above.
Or 4 From Warren freeway (13) to Broadway Terrace exit.
Left on Broadway Terr., uphill and down, past Village Market on left.
Right on Glenbrook.
Second left is Bowling.
#33 is on the right. California Spanish style; large Atlas cedar in front.
The reading, four short stories by Liana Castello, is attached as a PDF. A
copy is also below, in case you have problems with the PDF.
Please come prepared, having already read the story, and bring a plate
and/or drink to share.
Debra Valov
ecomujeres en aol.com
****************************************************************************
*
Grupito mailing list
Para inscribirse en la lista de correo del Grupito, visita:
To join the mailing list for El Grupito, go to:
http://lists.sonic.net/mailman/listinfo/grupito
****************************************************************************
*
LECTURA / READING
********************
Liana Castello, argentina Historias de madres e hijos
SIETE CUADRAS
Siete cuadras es la distancia que separa nuestra casa del colegio de mi
hijo. Cuadras que he caminado incontables veces de su mano.
Recuerdo vívidamente cuando Joaco empezó el jardín de infantes. Muchas
veces esas cuadras no las caminaba todas, yo lo alzaba feliz en mis brazos y
lo llevaba algunas a upa. Recuerdo los llantos de los comienzos, cuando la
escolaridad era una aventura desconocida para él y que le provocaba miedo y
angustia.
Con el tiempo, comenzó gustarle el jardín y era un placer verlo ir
entusiasmado con su guardapolvo bordó con un conejito bordado y toda la energía
que podía caber en un niño. Siempre de mi mano, siempre juntos.
Algunas veces nos deteníamos en un kiosco y yo le compraba un chupetín y
él caminaba feliz las cuadras que faltaban como si es vez de una golosina
llevase un trofeo en sus manos. Siempre pensé que la infancia tiene muchas
cosas maravillosas, pero sin dudas, una de las mejores, es que todo se vive
con una intensidad y un entusiasmo casi milagrosos.
Así intenté vivir yo cada cosa de Joaco, un acto escolar, cuando le tocaba
izar la bandera, cuando cantaba el himno y creo que lo logré. También yo,
sin ser precisamente una niña, pisé con un entusiasmo inmenso cada baldosa
de este camino tan importante para su vida y para la mía también.
Ya en primaria, caminábamos las siete cuadras conversando, compartiendo
los miedos de una prueba, las expectativas por un trabajo práctico en el cual
yo había tenido mucho que ver, alguna pelea con un compañero o un reto de
alguna maestra.
A medida que los años transcurrían, el recorrido no cambió nunca, pero sí
cómo lo hacíamos. Al principio, siempre de la mano, luego sólo para cruzar
la calle, luego sólo para cruzar la avenida y llegó un momento en el que
sólo estábamos uno al lado del otro. Creo que ése fue el momento en que
empecé a despedir a un Joaco niño, para darle la bienvenido a un hijo un poquito
más grande.
Las conversaciones habían cambiado también, ya hablábamos de fútbol, o
mejor dicho yo escuchaba y él me contaba, ya no me pedía una golosina, sino
plata para comprarse lo que él quisiera.
Hoy Joaco está en su último año de primaria. Todo para él es entusiasmo
por lo que vendrá y yo soy feliz porque así debe ser, pero debo reconocer que
me cuesta ir despidiendo de a poco al niño que está dejando de ser.
Antes me quedaba en la puerta del colegio viendo cómo entraba y nos
saludábamos con la mano como si nos estuviésemos despidiendo por mucho tiempo.
Luego era un abrazo y entraba sin mirar hacia atrás, luego fue un beso rápido
porque lo que realmente quería era estar con sus amigos. Y llegó un día en
que empezó a despedirse de mí con un beso cuando todavía faltaba una
cuadra. No me hizo falta preguntarle el por qué, lo respeté pero me dolió
comenzar a sentir la distancia que inevitablemente y saludablemente se iba
instalando entre nosotros.
Recuerdo un día, caminando esas siete cuadras, en que Joaco me dijo:
-Mami, tienes que empezar a soltarme, yo podría ir solo al colegio.
-Todo a su tiempo –le contesté- no hay apuro. Sin dudas no lo había para
mí, él tenía todo el apuro lógico de su edad.
Joaco no se resignaba fácilmente a un no y cada tanto volvía a decirme que
quería comenzar a ir sólo al colegio.
Yo le daba mis razones, que lo veía distraído, que aún no cruzaba del todo
bien la calle, que se apuraba, y varias razones más que un día descubrí
que no eran ni más ni menos que excusas. Joaco tenía razón, yo debía ir
soltándole de a poco la mano, pero me costaba. Sin dudas era mía la necesidad
de llevarlo al colegio, era mía la necesidad de sentir que todavía tenía que
hacerlo.
No es fácil ir desprendiéndose de la infancia de nuestros hijos, saber que
pasamos de tenerlos a upa, a darles la mano, más tarde a estar a su lado y
luego a esperar que vuelvan porque se han ido sin nosotros.
Él tenía que ir aprendiendo a manejarse solo y yo tenia que enseñarle a
hacerlo. Es difícil enseñarles a los hijos a valerse por sí mismos, porque
significa soltarles un poquito la mano, muriéndonos de miedo a que algo les
suceda.
Me di cuenta que el aprendizaje era para ambos, con la diferencia que él
lo vivía con ansiedad y entusiasmo y yo con miedo y nostalgia.
Y un día decidí desandar las siete cuadras y le propuse a Joaco
acompañarlo seis, a los pocos días cinco, luego cuatro, tres, hasta que llegó el
momento en el que solo salió de casa y solito llegó al colegio. No olvidaré la
expresión de su rostro al despedirse de mí ese día, me dio un beso largo,
me abrazó, me dijo un hermoso gracias al oído y se fue llevándose con él una
parte importante de mi vida.
Siete cuadras no es una gran distancia, sin embargo para mí fue un largo
recorrido, el de la infancia de mi hijo. En general, los cambios grandes de
la vida, suelen anunciarse con pequeñas señales, nada grandilocuentes, que
sólo el alma capta desde el principio.
Mi hijo ya no camina esas siete cuadras conmigo, no le hace falta un
chupetín, mi escucha y mucho menos que le haga upa y si bien me cuesta aceptar
que cada vez me necesita un poquito menos, soy feliz por haberlo acompañado
en el primer trayecto de su corta vida. De eso también se trata la vida.
De todos modos, aunque no sea de mi mano, él camina esas siete cuadras y
caminará todo el resto de su camino con el amor infinito que siento por él y
así será por siempre, no importa cuántas “cuadras” la vida no separe.
FOTOS
Acabo de abrir un sobre que mi madre reservó para este día, mi cumpleaños
número veintiuno.
-Te regalaré algo muy especial, verás-dijo hace tiempo con su eterno
entusiasmo.
Y no se equivocó. Sin dudas, éste es el regalo más especial que he
recibido en mi vida.
El sobre contiene veintiuna fotos, pero más que eso contiene una
historia:
Cuando yo tenía pocos meses, un mes de enero, mi padre nos sacó una foto a
mi madre y a mi, ambos con una gorra puesta con la visera hacia atrás como
usan quienes hacen rap. Mi madre me sostenía en sus brazos y ambos
lucíamos una sonrisa infinita.
Al año siguiente, mi madre repitió esa foto a la que ella llamó “la foto
de los raperitos”. A partir de entonces, se instaló una tradición que se
cumplía todos los años.
Mi madre tiene cierto amor por las tradiciones domésticas, cosas pequeñas,
gestos simples que le gusta repetir y que los instala como tradiciones
cotidianas que hacen las veces de lazos que nos unen aún más.
Sin lugar a dudas, la tradición de esta foto ha sido su preferida. Cada
verano (porque casi siempre era en verano y en vacaciones), ella se preparaba
especialmente. Esperaba a estar tostada, se ponía el traje de baño que
mejor le quedase y con su eterno entusiasmo casi infantil, nos pedía que nos
preparásemos para la cesión de fotos.
Cuando dejamos de ser pequeños tanto mi hermano como yo, mi madre temió
que nos negásemos a este ritual tan amado por ella, pero jamás lo hicimos.
Nunca nos molestó, ni siquiera en edades en la que todo fastidia y más si
viene de nuestros padres.
Creo que, sin decirlo, tanto mi hermano como yo comprendimos siempre que
esa foto, esa ceremonia era sagrada para mi madre y no sólo lo respetábamos,
sino que lo entendíamos.
Era tanto el entusiasmo con el que se preparaba y tan bella la sonrisa que
luego salía plasmada en la foto, que parecía que esa imagen podía expresar
su infinito amor de madre.
Cuando regresábamos de nuestras vacaciones, comenzaba otro ritual, revelar
la foto o imprimirla y colocarla más que orgullosa en un portarretrato.
Recuerdo que cuando éramos pequeños, en el cuarto que compartíamos con mi
hermano, mi madre había colgado en dos paredes todas nuestras fotos de
raperitos, en una pared aquellas en las que estaba conmigo y en otra aquellas
en la que estaba con mi hermano.
“Así vamos teniendo nuestra historia, año tras año” había dicho. Era
hermoso y en cierto modo divertido ver cómo íbamos cambiando y creciendo año a
año. Sin embargo, había algo que en todas las fotos permanecía intacto y
era la sonrisa de mi madre.
Hubo un año en que no pudimos sacar la foto estando de vacaciones, ese año
mi padre había estado muy mal de salud y el verano se fue en otras cosas
que eran, sin dudas, más urgentes.
Fue en el mes de abril y con mi padre ya repuesto que no faltamos a la
cita que teníamos con nuestra historia, nuestra tradición y sobre todo con ese
vínculo especial que manteníamos madre e hijos.
En aquella foto, que hoy también tengo en mis manos, mi madre está
visiblemente más delgada, no estaba tostada y en sus ojos todavía se podía ver
algo del calvario que vivió pensando que mi padre moriría. Sin embargo, una
vez más, su sonrisa estaba presente y era la misma. Siempre pensé que mi
madre sonría como si todavía fuese niña, creo que algo de eso hace que su
sonrisa se vea tan mágica.
-Cuando cumplas tu mayoría de edad, te dejaré libre de estas fotos- dijo
un día, pero yo no le creí.
Sin embargo, hoy y creo que a modo de darme la bienvenida a mi mayoría de
edad, mi madre me ha regalado las veintiuna fotos de raperitos que nos
hemos sacado. Tengo mi historia con ella en este sobre que contiene mucho más
que veintiún fotos.
No me canso de mirarlas una y otra vez. Es mi vida la que en ellas se
refleja, el paso del tiempo, el amor que siento por mi madre y el que ella
siente por mí. Son momentos especiales que he vivido, de esos que se atesoran
para siempre, de esos que no abundan, de esos que, espero, pueda yo
brindarle a mis hijos.
Es un bello regalo, el más bello que haya recibido, preparado por mi madre
con amor, con el mismo amor con que ha hecho siempre las cosas por mi
hermano y por mí.
Sin embargo, un dejo de tristeza se me alojó en el alma, tal vez sea
melancolía por esa infancia que dejé, por ese tiempo de familia que cuando uno
crece cambia.
Mirando las fotos una vez más, volví a reparar en la sonrisa de mi madre y
la tristeza se borró. Hoy me espera a cenar y sé que me recibirá con esa
misma sonrisa que se refleja en estas veintiuna fotos que hoy recibí.
UN TROCITO DE CHOCOLATE
Mi madre fue siempre muy golosa. Desde que tengo memoria la recuerdo cada
noche, saboreando un trocito de chocolate, su dulce preferido. Su día era
intenso, siempre estaba haciendo cosas, jamás descansaba. Recuerdo que de
niña pensaba cómo podía hacer tantas cosas sin cansarse, sin decir basta. No
tenía nunca un tiempo para ella, excepto por ese ratito mágico que se
tomaba por la noche, antes de irse a dormir.
Se sentaba en un sillón y tomaba un chocolate pequeño. Mientras lo iba
saboreando cerraba los ojos y yo me imaginaba que soñaba con otra vida, tal
vez menos ocupada, tal vez más feliz. No lo sé, jamás lo supe.
Mi madre no se quejaba, pero yo intuía que en ese mágico momento de la
noche mi madre imaginaba otra realidad.
Esa costumbre era tan de ella que en cierto modo la definía, dulce,
tranquila, silenciosa, reconfortante para el alma. Nunca olvidaré el recuerdo de
esa imagen y el sonido del papel del chocolate que mi madre abría cada
noche, todas las noches.
Las pocas veces que la vi enferma, no sólo me daba cuenta por su rostro o
la preocupación de mi padre, sino porque no comía ese trocito de chocolate.
Ése era para mí el principal indicio de que no estaba bien.
El mejor regalo que se le podía hacer era por supuesto, un chocolate y lo
más bello era que también le gustaba compartirlo conmigo. Llegó un momento
en que más allá de un hábito propio de mi madre, se había convertido en un
encuentro entre ambas. Entre bocado y bocado, nos contábamos nuestras
vidas, nuestros sueños y nuestras realidades.
El tiempo pasó, yo hice mi vida, tuve mi hogar, mis hijos y mi madre
siguió con su vida y su rutina de color marrón y sabor dulce.
Mi madre envejeció y comenzó a marchitarse, no por los años, sino porque
su salud se fue deteriorando. Hice todo lo que pude, siempre. Me resistía a
llevarla a otro lugar, a obligarla a abandonar su hogar, así como la
memoria y la salud la iban abandonando a ella.
Llegó un momento en que ya era imposible que viviese sola, yo no podía
abandonar por completo mi hogar y nunca encontré alguien que la cuidase como
ella merecía ser cuidada. Y entonces, la tuve que llevar a una casa de
reposo, donde la atendían las veinticuatro horas y estaban pendientes de todo.
No me gustó hacerlo, sentí que le fallaba, que la traicionaba, pero a
veces –muchas en realidad-uno no hace lo que quiere, sino lo que la situación
obliga a hacer.
Todos los días iba a visitarla y no faltaba en mi bolsillo un chocolate
para compartir. A veces la encontraba dormida y se lo dejaba para más tarde.
Cuando se sentía con ganas de charlar, era para mi una fiesta compartir
ese momento en el que parecía que el tiempo no había pasado y que ella seguía
en su sillón de siempre.
Pero así como los chocolates se derriten, se terminan o se ponen viejitos,
la vida de una persona también se va apagando.
Para mi también habían pasado los años y si bien es cierto que uno va
perdiendo cosas con ellos, también lo es que se ganan otras, el valorar lo que
se tiene y se ha tenido, el atesorar los momentos como si fuesen los
últimos y el saber que, porque todo o casi todo tiene un fin, hay que
disfrutarlo.
Un día como tantos llegué, le di un beso, me senté a su lado y le pregunté
si quería un trocito de chocolate.
-No gracias-contestó sin mirarme y supe, sentí que ya no habría retorno.
Su salud era cada vez más precaria, como su memoria, como perdida era su
mirada y como inexorable su final.
No me resigné, cada día cuando iba a visitarla, le ofrecía chocolate. Ya
casi no se daba cuenta de ese mimo, de ese gesto de amor que significaba esa
golosina, pero ella merecía que yo se lo siguiera ofreciendo. Era como un
homenaje a tantos años de dulce compañía que ella me había dado.
Otro día, uno especial, me sorprendió pues me contestó que si, y lo
saboreó con los ojos cerrados, como hacía cuando era joven, y lo compartimos
conversando felices como tantas otras veces.
Me fui feliz y ése fue el último día que la vi con vida.
Mi madre murió al día siguiente y no pude despedirme, o en realidad sí.
Hoy creo que ella volvió a conectarse conmigo ese día para decirme adiós a
nuestra manera y a su modo, un modo dulce y tranquilo.
Hoy soy yo la que todos los días come un trocito de chocolate. También
cierro los ojos y no imagino otra vida, imagino a mi madre acompañándome y
compartiendo conmigo este hermoso ritual de amor.
LAS LLAVES
Cuando falleció mi padre sufrí mucho su pérdida, muchísimo. Sin embargo, a
pesar de extrañarlo tanto como lo extraño aún hoy, no sentía el desamparo
que hoy me inunda, me desborda, me lastima.
Mi padre se fue hace ya varios años y mi madre siguió habitando la casa
donde crecí. Esa casa donde la vida empezó, ese lugar que fue mío durante
tanto tiempo.
La casa de nuestra infancia no se parece a ninguna otra que podamos tener
a lo largo de nuestra vida. Las casas que habitamos -cuando crecemos- aún
cuando nosotras mismas las convertimos en hogares, no tiene sus aromas, ni
su encanto y mucho menos sus recuerdos.
Visitar a mi madre en su casa era mucho más que verla y compartir un rato
con ella. Algo de esa niña que fui volvía con cada visita. Un sentido de
cálida y tierna pertenencia me invadía y una mezcla de sentimientos bailaba
en mi corazón: nostalgia, alegría, melancolía.
Amaba visitar a mi madre, no sólo por ella, sino por volver a esa casa, mi
casa, la primera casa que fue mía, la que me vio crecer y a la que dejé
hace muchos años ya.
Cada parte de esa casa tiene una historia, cada mueble, cada adorno. Todo
guarda las primeras escenas de mi vida, no sé si las más bellas, pero sí
las más significativas, esas escenas que me convirtieron en quien soy hoy y
que me acompañarán por siempre.
Mi madre falleció hace un par de años y desde el día que murió supe que
otro día casi igual de doloroso me esperaba.
La casa quedó vacía o no en realidad. Ya nadie la habitaba, pero mi
historia seguía allí y la de mis padres y la de la familia que fuimos alguna
vez.
Sabía que tendría que vender la casa y me alivió pensar cuánto tardarían
esos trámites. Y si bien no me equivoqué y tardamos mucho en poner en orden
legal todo, el día llegó y la casa estuvo en condiciones de conocer un
nuevo dueño.
Me costó mucho, demasiado, ponerla en venta, era como poner a la venta
parte de mi vida, mi historia, mis afectos de ayer, pero tuve que hacerlo. Sin
embargo, algo aún más doloroso me esperaba: desocuparla.
Me resultó una lenta agonía vaciar la casa de mis padres, la que fuera mía
también. Cada vez que iba, cada cosa que sacaba era un recuerdo, una
vivencia, una risa o una lágrima. Y cada vez que iba, algo de mi quedaba en el
lugar vació que yo misma dejaba al sacar las cosas, cada día algo de mí
moría un poquito.
Yo no tenía apuro ninguno en desocuparla por completo. No quería dejar de
ir, no quería dejar de mi visitar mi vieja casa, mi vieja vida y a mis
padres que desde algún rinconcito seguro me estaban mirando. Yo no tenía apuro,
pero el nuevo dueño sí.
Quise traer a mi actual casa varias cosas de la casa de mi madre, pero
poco fue lo que entró. Las casas de hoy son como la vida de ahora, no hay
mucho lugar para atesorar cosas. Son casas donde se vive rápido, más pequeñas,
sin mucho lugar para detenerse a recordar.
Recuerdo el rostro de mi hija cuando le conté que traería a nuestra casa
el sillón donde mi madre tejía.
-¿Estás loca? –preguntó y como si esa pregunta no fuese ya muy hiriente
agregó: ¿No hablarás en serio? Ese viejo sillón es horrible verdaderamente.
No la culpo, es joven y no entiende que en lo que menos pienso yo es si el
sillón es bello o no, viejo o nuevo, si combina o no con mis muebles. No,
no la culpo, ese sillón es parte de mi historia, no de la de ella, soy yo
quien intenta aferrarse al pasado y ella es sólo presente y futuro.
De todos modos lo traje y ubiqué el sillón de mi madre en mi cuarto y con
el sillón vinieron muchas otras cosas, sus libros, cosas de su cocina y
cosas que mis padres amaban mucho.
Y finalmente el día llegó, la casa quedó vacía, como ese día vacía estaba
mi alma. No sé dónde se sentía más frío, si en esa casa deshabitada o en mi
corazón. Tenía el juego de llaves en la mano y esperaba al nuevo dueño
deseando que nunca llegase.
Pero llegó, se dio cuenta de que ese momento era difícil para mí, pero
nunca puede haberse dado idea de cuánto.
Dio unas vueltas, hizo unas preguntas tontas, algunos comentarios poco
interesantes y finalmente llegó el momento que, en cierto modo, también él
trataba de retrasar.
En ese sencillo acto de darle las llaves de la casa que fuera de mis
padres, que fuera mía, sentí que mi alma se desgarraba. Ya no había vuelta
atrás, ya no habría más visitas, ni recuerdos con los que reencontrarme, ni
fantasmas que inventar para sentirme menos sola.
Sé que esta sensación pasará y todo se reacomodará. Mi dolor mermará, mi
corazón se tranquilizará y hasta el sillón de mi madre lucirá bello en mi
habitación.
La vida no se detiene con la muerte de los seres que amamos y la mía
continuará también y me acostumbraré a estas ausencias, sin dudas así será. Pero
hoy no pude evitar sentir que en ese manojo de llaves que dejé en las
manos de un extraño, entregué mi historia.
Una gran parte de lo que fue mi vida se fue con esas llaves y quedó para
siempre detrás de esa puerta que esa persona cerró y que yo jamás volveré a
abrir.
http://www.encuentos.com/cuentos-de-madres/siete-cuadras/
http://www.encuentos.com/cuentos-para-padres/fotos/
http://www.encuentos.com/cuentos-cortos-espirituales/un-trocito-de-chocolate
/
http://www.encuentos.com/cuentos-cortos-espirituales/las-llaves/
------------ pr�xima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: <http://lists.sonic.net/pipermail/grupito/attachments/20140512/1fc7e6f2/attachment.html>
------------ pr�xima parte ------------
A non-text attachment was scrubbed...
Name: no disponible
Type: application/pdf
Size: 63467 bytes
Desc: no disponible
URL: <http://lists.sonic.net/pipermail/grupito/attachments/20140512/1fc7e6f2/attachment.pdf>
More information about the Grupito
mailing list